Primero como farsa, después como tragedia:
Thunderbolt (1929) / Una tragedia humana (1931)
Aarón Rodríguez Serrano
Thunderbolt / Una tragedia humana
Repasando las fechas, parece casi imposible que entre Thunderbolt y Una tragedia humana apenas medien tres años. La primera se estrenó el 22 de junio de 1929 y la segunda el 22 de agosto de 1931. Entre ambas, Von Sternberg filmó sus tres primeras colaboraciones con la Dietrich y la economía global colapsó. No hay que minimizar la importancia de ambos acontecimientos en sendas películas: Thundebolt es una obra desprejuiciada, ágil, una celebración de los bares clandestinos y del humor de brocha gorda. Una tragedia humana es una pieza solemne y oscura que se desliza morosamente hacia su desgarradora conclusión. En la primera, la figura femenina protagonista (Fay Wray) es un personaje evanescente, pícaro, inevitablemente romántico. En la segunda, la víctima propiciatoria (Sylvia Sydney) porta sobre sus hombros la tiránica tarea de encarnar, hasta donde resulta posible, a las masas de ciudadanas hacinadas en covachas, explotadas sexualmente por sus patrones y, finalmente, arrojadas al lago turbio de la miseria o de la muerte. Ninguna de las dos será siquiera invitada a mantener esa distancia precisa entre el heroísmo, el martirologio, la épica y la sensualidad que el director estaba esculpiendo pacientemente junto con su actriz fetiche en el arranque de los treinta.
Sin embargo, la relación entre esas dos películas es explícita. Giran en torno al mismo tema (la pena de muerte) y tienen el mismo punto de llegada: la ejecución del protagonista. Y, dicho sea de paso, encuentran, además, su figura formal climática en un mismo gesto: el abrazo entre dos cuerpos que se despiden en el corredor de la muerte [Figuras 1-2].
Ahora bien, aunque ambos frames parezcan mostrar ciertas diferencias –en la primera (Thunderbolt) la cámara está situada en el interior de la celda–, las semejanzas parecen apuntar con toda claridad a una suerte de reescritura por parte del propio director. En ambos casos, un asesino a punto de ser ejecutado se abraza a otro cuerpo al que ha infligido un innoble sufrimiento (el rival amoroso injustamente acusado, la noble madre piadosa), en ambos casos la cámara sitúa al culpable a la izquierda, lo reencuadra mediante las barras verticales de la prisión y, a nivel temático, en ambos casos se deposita en ese gesto una especie de esperanza redentora que pasa por la asunción de la culpa y la expiación noble de los pecados.
Ahora bien, mientras Thunderbolt marcha entre carcajadas a su propio ajusticiamiento y Von Sternberg se despide con un fantástico gag carcelario, el Clyde Griffiths (Phillip Holmes) de 1931 tiene que recurrir a una suerte de alegación teológico-social: nació bajo una mala estrella, se juntó con malas compañías… Sin duda, Von Sternberg se desliza con gracilidad en el terreno del melodrama, pero no podemos detenernos ante tan perezosa –y simplista– afirmación. La reescritura consciente de pasajes y escenas entre ambas películas apunta a una manera completamente diferente de representar el mundo que recorre, de punta a punta, cada una de las elecciones formales que configuran ambas historias. Intentaremos demostrar, en las páginas que siguen, esa hipótesis [...]
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