Jean Epstein.
Cine, poesía, filosofía
Cine, poesía, filosofía
Un jovencísimo Jean Epstein fue asistente de Auguste Lumière. Auguste Lumière no creía en el futuro del cine. Epstein, sí. Epstein creía en los poderes del cine como un instrumento superior al ojo humano, dotado de su propia inteligencia. Un invento del mismísimo diablo, capaz de dominar el tiempo.
Epstein hizo del cine su objeto de devoción y el objeto de su filosofía. Mientras hacía cine, le auscultaba las entrañas. Había estudiado medicina. Encontró en el cine un escalpelo para fragmentar y potenciar la imagen, para hacerla durar mientras la sumergía en el agua, y un antídoto contra la finitud: un cuerpo filmado es la modalidad espectral y deslumbrante de la supervivencia, se mueve todo el tiempo y para siempre, vibra y persiste como una piedra, y una piedra puede ser nube, ola y alucinación. Epstein pertenece a la estirpe del matemático y el mago, aúna la fórmula y la cábala, la precisión de los cronómetros y las tempestades inasibles desatadas en la bola de cristal de los videntes. Es ecuación, tránsito y trance. Pocos, muy pocos, vieron las cosas como las vio Epstein. Y muchas, muchas de las cosas que se han visto, Epstein las vio primero.
Este libro reúne una colección de ensayos que intentan descifrar las claves de su mundo, unidos por la convicción de que toda clave está desplazada del centro y hace de la periferia y el borde su lugar. Son ensayos que ofician de caja de herramientas-Epstein: lirosofía y fotogenia, vanguardia, primer plano y encadenamiento, figuración y transmigración queer, neurastenia deseable del espectador, vacilación y síntoma, corteza y lava volcánica en una modestísima cinta de celuloide, montaje riguroso y trastornado de una constelación.
Epstein, en sus propias palabras, trazaba un horóscopo que aún no estaba hecho, buscaba los signos de su zodíaco. Se asomaba a la boca del Etna para besar su conmoción y registrarla en una película perdida. Escuchaba el flujo y el reflujo de las mareas. Por eso supo, y escribió, que el amor por la pantalla tenía lo que ningún amor había tenido: paciencia y revelación, la dosis exacta de temblor ultravioleta.
Epstein hizo del cine su objeto de devoción y el objeto de su filosofía. Mientras hacía cine, le auscultaba las entrañas. Había estudiado medicina. Encontró en el cine un escalpelo para fragmentar y potenciar la imagen, para hacerla durar mientras la sumergía en el agua, y un antídoto contra la finitud: un cuerpo filmado es la modalidad espectral y deslumbrante de la supervivencia, se mueve todo el tiempo y para siempre, vibra y persiste como una piedra, y una piedra puede ser nube, ola y alucinación. Epstein pertenece a la estirpe del matemático y el mago, aúna la fórmula y la cábala, la precisión de los cronómetros y las tempestades inasibles desatadas en la bola de cristal de los videntes. Es ecuación, tránsito y trance. Pocos, muy pocos, vieron las cosas como las vio Epstein. Y muchas, muchas de las cosas que se han visto, Epstein las vio primero.
Este libro reúne una colección de ensayos que intentan descifrar las claves de su mundo, unidos por la convicción de que toda clave está desplazada del centro y hace de la periferia y el borde su lugar. Son ensayos que ofician de caja de herramientas-Epstein: lirosofía y fotogenia, vanguardia, primer plano y encadenamiento, figuración y transmigración queer, neurastenia deseable del espectador, vacilación y síntoma, corteza y lava volcánica en una modestísima cinta de celuloide, montaje riguroso y trastornado de una constelación.
Epstein, en sus propias palabras, trazaba un horóscopo que aún no estaba hecho, buscaba los signos de su zodíaco. Se asomaba a la boca del Etna para besar su conmoción y registrarla en una película perdida. Escuchaba el flujo y el reflujo de las mareas. Por eso supo, y escribió, que el amor por la pantalla tenía lo que ningún amor había tenido: paciencia y revelación, la dosis exacta de temblor ultravioleta.