Jean Epstein
La elocuencia se desmorona. Inútil, la presentación de los personajes; la vida es extraordinaria. Amo la angustia de los encuentros. Ilógica, la exposición. El acontecimiento nos pilla las piernas como una trampa para lobos. El desenlace no puede ser más que una transición de nudo a nudo. De modo que no se cambia mucho de altura sentimental. El drama es continuo como la vida. Los gestos lo reflejan, pero no lo anticipan ni lo retrasan. Entonces por qué contar historias, relatos que suponen siempre acontecimientos ordenados, una cronología, la gradación de los hechos y de los sentimientos. Las perspectivas son solo ilusiones ópticas. La vida no se deduce como esas mesas de té chinas que engendran doce sucesivamente, una dentro de otra. No hay historias. Nunca hubo historias. No hay más que situaciones, sin pies ni cabeza; sin comienzo, sin mitad y sin fin; sin derecho y sin revés; pueden observarse en todos los sentidos; la derecha se convierte en la izquierda; sin límites de pasado o de porvenir: son el presente. (…)
Me duplico de amor. Todo está henchido de espera. Fuentes de vida brotan en rincones que se creían estériles y explorados. La epidermis despliega una ternura luminosa. La cadencia de las escenas de multitudes es una canción. Mirad, pues. Un hombre que camina, ese hombre cualquiera, un transeúnte: la realidad cotidiana maquillada por la eternidad del arte. Embalsamamiento móvil. (…)
Vida vuelta a cocer de los átomos, el movimiento browniano es sensual como una cadera de mujer o de muchacho. Las colinas se endurecen como músculos. El universo está nervioso. Luz filosofal. La atmósfera está henchida de amor.
Miro. (…)
Jean Epstein, “Bonjour, cinéma” (1921)
Écrits sur le cinéma, tomo 1, 1921-1947
París: Cinéma Club/Seghers, 1974.
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