Lispector: mundo, ser, palabra, texto
Joaquín Mª Aguirre Romero
La lectura de Clarice Lispector es siempre un momento de desasosiego, una inquietud que incomoda a los lectores y les desordena el mundo en el que viven sin darse cuenta, automatizados en cuanto a percepción y comprensión. La obra de Clarice Lispector nos hace ver el derrumbe de los castillos de naipes en la ordenada vida humana, su precario equilibrio. Por eso es inquietante; por eso atrapa a los lectores que cometen el atrevimiento de seguirla en sus caminos o descensos hacia el fondo caótico, hacia el sinsentido, el fondo mismo de la vida.
No se recupera uno fácilmente de su lectura si se la sigue en su descenso. No se necesitan grandes dramas ni grandes momentos épicos. Es en lo cotidiano, por lo más próximo a nosotros, por donde comienza a resquebrajarse la aparente solidez del mundo. Hay un vivir rutinario, un como si se comprendiera, pero a veces se produce esa pequeña fisura por la que se escapa el sentido mostrando la vanidad del intelecto, por un lado, y la fragilidad de lo construido en común.
La obra de Lispector no es psicológica ni naturalista en el sentido habitual que damos a estos términos. Sin embargo, llega a las profundidades de la psique enfrentándola a sus misterios, dudas y paradojas, y a la borrosa identidad, a un yo sujeto con alfileres.
Como autora, su literatura se aleja también del localismo o de los aspectos ligados a un pueblo o a un momento histórico, por más que está marcada por lo brasileño, por personajes comunes, muchas veces de la calle. Se maneja con lo más cotidiano, con lo que pueda haber encima de una mesa, en una calle o en una tienda. El tiempo del que se trata en su obra no es el de la Historia; tampoco lo hace en los grandes metarrelatos que fijan los pilares de nuestra cultura, centrándose en personajes modestos cuyo mérito más destacado es vivir, palabra que en ella tiene un sentido existencial. Está alejada de la escritura de grupos o movimientos; no es portavoz de nadie más que de ella misma.
Hay precisamente un destejer del carácter construido de la Historia y de las historias sobre la que se apoyan pueblos y seres humanos para vivir sus fantasías como realidades. En este sentido, hay un carácter deconstructivo en su obra, una ingeniería inversa de la construcción cultural y de la identidad personal. Es un proceso doloroso en busca de una verdad que cambia muchos de sus planteamientos por el propio movimiento que supone para quien lo realiza.
(…)
La escritura de Lispector nos lleva a la aventura de ser humanos, a nuestra relación con el mundo en una dimensión que no es la mera interacción social. Es mostrar el ser de la consciencia enfrentado al mundo. Podemos considerarla existencial, pero no debemos adscribirla a grupo u orientación específica, ni reducirla a fórmulas de manual. Lispector es Lispector; su obra es suya. Y por ello universal. Es suya porque es su propia indagación, más allá de un ejercicio estético.
La literatura de Lispector se aleja de las formas habituales de construir textualmente el mundo. Cada obra refleja un universo, con mayor o menor detalle, fijándose en unos aspectos u otros. En muchos relatos de Lispector, este aspecto puede quedar reducido a mínimos y con selecciones de elementos sorprendentes. Es el efecto de dos movimientos, uno de tipo minimalista, el otro es de tipo cognitivo. Todo relato supone un foco y el de Lispector es muchas veces creado desde una crisis, desde una ruptura de la confianza en la percepción que lleva a ver el mundo de una manera propia.
Allí donde otros construyen un mundo percibido a través de la lengua, de la sintaxis y la palabra, para Lispector el mundo se sostiene en la frase, en el párrafo, en el texto, como una construcción progresiva que va hilando la realidad. En esa realidad, el lenguaje es esencial para la consciencia ya que es una forma de etiquetar el mundo y aprehenderlo. Vivir es relacionarse con lo exterior a nosotros, darle forma "coherente", nombrarlo, cohesionarlo con nuestras tramas.
Hay un pasaje relevante en La manzana en la oscuridad (1961) en el que se expresa esta construcción existencial del ser humano y de su entorno, el yo y los otros:
El corazón de Martim estaba confuso. «La diferencia entre ellos y yo es que ellos tienen un alma y yo he tenido que crear la mía. Yo tenía que crear para ellos y para mí el lugar que ellos y yo pisábamos. Como el proceso siempre es misterioso, no sé siquiera decir cómo lo hice: pero a esos hombres yo les he puesto en pie dentro de mí. A decir verdad, no tengo ninguna vergüenza de, sin ser nada, ser tan poderoso: es que somos modestamente nuestro proceso. Yo pertenecí a mis pasos, uno por uno, a medida que estos avanzaban y constituían un camino y construían el mundo. Ha sido un largo camino. Y es verdad que he mentido mucho; he mentido tanto como lo he necesitado; pero quizás mentir sea nuestro modo de pensar más agudo; tal vez mentir sea nuestro modo de coger; y yo he cogido mucho; mis manos tienen un pasado; ha sido un largo camino, y he tenido que inventar los pasos; pero esta inocencia que siento en mí es la meta; porque siento, ¡también en mí!, la inocencia y el silencio de los otros. Oh, tal vez sea solo por un instante. ¿Y después?, después entrego a todos nosotros la tarea de vivir. Nosotros somos nuestros testigos, no sirve de nada volver la cabeza hacia el otro lado. El consuelo es que no todos tienen que declarar y tartamudear, y solo algunos sienten la condena de intentar comprender la comprensión». Con la gracia de Dios, el mundo que él había estado dispuesto a construir nunca tendría fuerza para gravitar, y el hombre que él había inventado estaba por debajo… o sea ¡estaba por debajo de lo que él mismo era!
¿Estaría por casualidad descubriendo la pólvora? Quizás sea así: todo hombre tiene que descubrir la pólvora un día. De lo contrario no ha habido experiencia. ¿Y su fracaso? ¿Cómo reconciliarse con el propio fracaso? Bien, toda historia de una persona es la historia de su fracaso. A través del cual… Él, además, no había fracasado totalmente. «Porque yo he hecho a los otros», se dijo, mirando a los cuatro hombres. Y desde el fondo del infierno subía el amor. «Nosotros, que estamos enfermos de amor». Pero ¿quién aceptaría la manera como él había llegado a amar? Oh, ¡las personas son tan exigentes!, comen el pan y sienten asco de los que tocaron la masa cruda, y devoran la carne pero no invitan al matarife; las personas piden que se les esconda el proceso. Solo Dios no sentiría asco de su torcido amor.
Ese "ser nuestro proceso" es un principio existencialista básico. No hay una esencia, sino una construcción del ser, logro final ("la existencia precede a la esencia"). "Ser" no es el principio, el punto de partida, un "siendo"; es el final. Y en ese final se refleja la calidad de nuestro vivir en el tiempo. Existir es dar lugar al mundo exterior en nuestro interior. Como se nos indica en el fragmento por parte de Martim, este ha tenido que formar a los otros dentro de sí, como parte de él mismo. El mundo está fuera, pero lo reconstruimos dentro; es percepción y duplicación, reflejo filtrado. Esa duplicación no es un proceso automático u objetivo, igual para todos. Es vivencia (en algún momento, en sus relatos, Lispector llegará a usar el concepto orteguiano de "circunstancia").