Vislumbres, Georges Didi-Huberman, Shangrila 2019, como uno de los mejores libros de arte para regalar en el ABC Cultural. Por Fernando Castro Flórez.
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Pocos libros tienen la cualidad de ser leves e intensos, múltiples y
reconcentrados, fragmentados y dotados de un latido continuo, un bajo
obstinado, que los hace únicos. Vislumbres es, al tiempo, un «cuaderno
de bitácora» y la fábrica desvelada de lecturas, los materiales que han
servido para componer otros textos. Georges Didi-Huberman
es uno de los historiadores del arte con mayor penetración
interpretativa, entregado desde hace años a una revisión de los
presupuestos de la Historia del Arte; en Ante la imagen, o en
tantos libros en los que ha insistido en la necesidad de volver a
afrontar una suerte de «sintomatología» de las imágenes, en un radical
diálogo con Aby Warburg, pero también con Benjamin o Bataille, buscando esa «única vez» de la que hablara Paul Celan en El meridiano.
En estos hermosos vislumbres que Didi-Huberman declina en «femenino» encontramos conocidas «querencias», de Pasolini a Panofsky, de Baudelaire a Bloch, de las imágenes que piensan a las meditaciones, en la estela de Adorno, sobre una vida dañada. Nos recuerda que «radicalizar es intensificar el pensamiento para agudizar nuestra mirada sobre las cosas». Y, en verdad, en estas páginas no dejan de ofrecer perspectivas lúcidas, en un retorno, valga el juego con otros textos de este pensador, tanto de las luciérnagas cuanto de la imagen-mariposa.
Estas gozosas páginas no excluyen la confesión personal, el recuerdo obsesivo de las pérdidas, en un duelo que puede conectar con aquella búsqueda que emprendiera Barthes de la fotografía de su madre, sabiendo que todo objeto está siempre perdido. El método de este libro -se advierte en la última página- es la caricia. Desde la certeza de que no se escribe nada que no esté en movimiento, nos invita a tocar y ser tocados por las imágenes que piensan.
En estos hermosos vislumbres que Didi-Huberman declina en «femenino» encontramos conocidas «querencias», de Pasolini a Panofsky, de Baudelaire a Bloch, de las imágenes que piensan a las meditaciones, en la estela de Adorno, sobre una vida dañada. Nos recuerda que «radicalizar es intensificar el pensamiento para agudizar nuestra mirada sobre las cosas». Y, en verdad, en estas páginas no dejan de ofrecer perspectivas lúcidas, en un retorno, valga el juego con otros textos de este pensador, tanto de las luciérnagas cuanto de la imagen-mariposa.
Estas gozosas páginas no excluyen la confesión personal, el recuerdo obsesivo de las pérdidas, en un duelo que puede conectar con aquella búsqueda que emprendiera Barthes de la fotografía de su madre, sabiendo que todo objeto está siempre perdido. El método de este libro -se advierte en la última página- es la caricia. Desde la certeza de que no se escribe nada que no esté en movimiento, nos invita a tocar y ser tocados por las imágenes que piensan.