Reseña del libro El cine de Frank Tashlin. América satirizada,
Pablo Pérez Rubio, Shangrila 2019,
en cine archivo. Por Christian Aguilera
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Pablo Pérez Rubio, Shangrila 2019,
en cine archivo. Por Christian Aguilera
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Más de medio siglo transcurrido desde que Frank Tashlin
(1913-1972) dirigió su último largometraje de ficción, el sello
valenciano Shangrila ha publicado una monografía sobre una de las
personalidades cinematográficas estadounidenses del segundo tercio del
siglo XX más ignoradas a nivel crítico en Europa y en su país de origen.
Sin lugar a dudas, este hecho vino motivado porque no fue un director
(rei)vindicado por la política de autores auspicada por Cahiers du cinéma, a pesar de la defensa que había hecho uno de sus redactores —Jean-Luc Godard—
de un cine que entronca con una visión de la vida pasada por el tamiz
de lo sarcástico. No sería precisamente el helvético Godard uno de los
directores santo de la devoción del crítico, ensayista y escritor
tristemente desaparecido hace unos años José María Latorre, pero
compartió con Godard un notable interés y respeto por la figura
artística de Frank Tashlin. A su paisano aragonés Latorre es una de las
personas a las que Pablo Pérez Rubio dedica la presente monografía,
atendiendo a la circunstancia que de la lectura de sus críticas y
estudios en las páginas de Dirigido por… sirvió para observar el cine de Tashlin con una mirada distinta a la que podría sugerir, en primera instancia, un metteur en scène vinculado a un único género, el de la comedia, bajo el amparo del Studio-System. Con el bagaje que conlleva haber escrito un ensayo sobre el cine de Jerry Lewis —publicado en 2010 por Cátedra dentro de su colección Cineastas / Signo e Imagen—, y un estudio pormenorizado sobre la seminal El profesor chiflado
(1963) —vio la luz en librerías en 2009 dentro de la editorial Nau
llibres-Octaedro en su colección de monografías sobre películas con el
membrete de clásicos o cult movies—, Pablo Pérez Rubio se supo
jugar en un terreno que le resultaba familiar. No en vano, de los
veintidós largometrajes con personajes de carne y hueso que llegó a
dirigir en un periodo de dieciséis años, una tercera parte tuvo a Jerry
Lewis ante el visor de la cámara y asimismo compartió tareas de
coproductor. Lewis había encontrado en Tashlin la orma de su zapato a la
hora de establecer una «sociedad limitada» que les llevó a la cima creativa con Lío en los grandes almacenes (1963) y Caso clínico en la clínica
(1964), quien definió a su director el crítico titular de “La
Vanguardia” y ocasional ensayista José Luis Guarner el artífice de «la
nueva comedia de la destrucción». Ciertamente, la singularidad de
Tashlin al abrir un nuevo conducto dentro de la comedia vino derivada de
su condición de cartoonist antes que cineasta, en uno de los pocos casos —junto a Gregory LaCava y, en menor medida, Tim Burton—
que se han dado a lo largo de la Historia en los Estados Unidos de
semejante transición. De aquella experiencia queda refrendada asimismo
desde el plano teórico ya que Tashlin participó de la redacción del
texto How to Create Cartoons (1952), una de las múltiples revelaciones que podemos enumerar al concluir la estimulante lectura de El cine de Frank Tashlin: América satirizada
(2019), acertado subítulo que sintetiza una línea de pensamiento en
torno al fundamento de un cine observado con una (media)sonrisa e
incluso provocando la carcajada —a propósito de la hilaridad que
suscitan las performances de Jerry Lewis, ya sea junto a Dean Martin
como en solitario— pero que por debajo de su superficie ofrece una
lectura ácida, irónica y/o sarcástica en torno al american way of life,
con especial afectación sobre la institución matrimonial.
Aunque pertenecientes a tres editoriales distintas, el
zaragozano Pablo Pérez Rubio ha logado completar en una década una
suerte de trilogía ensayística que debe servir para arrojar luz en torno
a las obras de Jerry Lewis y Frank Tashlin, constituyendo la tercera de
las entregas una lúcida y bien estructurada inmersión al cine de
alguien que dejó traslucir una personalidad más allá del cánon de un
género que parecía haber recurrido a una fórmula over and over. Un cineasta del fenotipo
de Tashlin contribuyó a (re)dimensionar el género a lo largo y ancho de
la década de los cincuenta y en la primera mitad de los sesenta al
amparo de la Fox, la United Artists, la Metro, la Universal, la RKO, la
Paramount y la Columbia. Muestra inequívoca que Tashlin no fue un hombre
fiel a un estudio; su fidelidad quedó ligada a una forma de entender el
arte cinematográfico indisociable a su faceta de dibujante y
caricaturista tot court para diversas publicaciones y estudios de animación preferentemente de finales de los años treinta y de los años cuarenta.