"Entonces ya no se puede decir que esas imágenes no tienen nada que ver.
Lo que hay que observar, al contrario, es cómo, en el seno de esta
dispersión, los gestos humanos se miran, se confrontan o se contestan
mutuamente, ya sea encima de un altar, de un mapa del estado mayor o de
un osario a campo abierto".
No es la primera vez que me acerco a alguna obra del filósofo e historiador de arte,
profesor en distintas escuelas y universidades del Hexágono y del otro
lado del océano, distinguido con diferentes premios, organizador de
exposiciones y autor de más de cincuenta obras, cuyo centro de gravedad
reside, generalmente, en las imágenes. Seguramente no será la última que
me acercó a él y ello por varias razones: por el interés que para
servidor tienen sus obras, al considerarlo una de las mentes más
fecundas del panorama hexagonal y también debido a que la editorial
Shangrila sigue con su encomiable empeño de dar a conocer sus obras,
poniéndoselo fácil a los lectores en castellano.
Hablando de imágenes, que según el otro una vale más que mil palabras,
se da una relación del sujeto con el objeto y la intencionalidad del
primero con respecto a lo segundo, si bien casi me atrevería a afirmar
que la relación es bilateral, ya que la imagen incita y reclama a quien
la observa; no está de más añadir que no es suficiente mirar ya que a
esto también se aprende, ya que según el propio pensador: «nadie sabe mirar, no es algo dado. Mirar es un trabajo, largo y duro.
Cada imagen nueva requiere un trabajo nuevo, reaprender a ver y a hablar»,
y podría decirse que las distintas imágenes exigen lenguajes apropiados
al caso. A esto ha de añadirse que el bagaje de quien observa no se
puede excluir del fruto que saque del objeto o imagen observados…. Así
podría darse por bueno aquello que dijese el otro: somos lo que vemos.
Pues bien, no hace falta ni decirlo, Georges Didi-Huberman (Saint
Étienne, 1953) tiene una dilatada experiencia en mirar, en leer y en
escribir sobre lo visto, de modo y manera que sus intervenciones en este
campo de batalla que son las imágenes y sus interpretaciones que no se
mantienen en un nivel meramente estético sino que dan cabida a la toma
de posición y si se me apura a la ética ( véanse su Imágenes pese a todo, en las que derivaba por algunas cuestiones relacionadas con la Shoah, o su Cuando las imágenes toman posición,
verdadera toma de posición del autor con respecto a la estética del
siglo XX; sin obviar su incursión en las huellas del pasado familiar) no moviéndose por los pagos de una indefinida nebulosa, más allá del bien y del mal.
Ahora, acaba de publicarse Vislumbres (Shangrila, 2019), que recoge las anotaciones del autor a lo largo de
una decena de años; podría decirse que se nos abre la puerta a la cocina
en donde se van acumulando los materiales que luego darán lugar a las
consiguientes reflexiones y teorizaciones, sin que esto último quiera
decir que estamos ante unas notas en bruto, neutras y privadas de
pensamiento sobre las cuestiones apuntadas que en su variedad , inciden
en las cuestiones relacionadas con la percepción de lo sensible, y con
las dificultades a la hora de hallar la interpretación más ajustada ;
podría decirse que en cada imagen hay, por lo menos , dos que hacen
dudar, tantear en la distancia desde la que se ha de abordar, la
observación de los detalles que en sus colores y formas hacen que
resulten inaprehensibles o aprehensibles de diferentes formas
dependiendo de los momentos y de las ocasiones, que lleva a reparar en
detalles que en una primera mirada podía haber pasado inadvertida,
cobrando en la o las siguientes una significación relevante. Pequeños
comentarios, a modo de deslumbrantes flashes, nos son entregados,
abriendo paso a una visión que no responde a la espontaneidad sino a una
elaboración que construye sus pautas ante diferentes textos, películas (Godard versus Lanzmann), espectáculos, obras de arte, lo que hace que
estemos ante nuevas imágenes ofrecidas por Didi-Huberman, relacionadas
con cuadros de Weermer, libros de Jacques Rancière o Adorno, Platón,
Simondon, , de damas como las de Dante o Petrarca, y otras intuidas, o
analizadas, por Freud, Baudelaire, Warburg o Kracauer.
Imposible de dar cuenta de todo el amplio abanico de temas tratados o esbozados por este infatigable e insaciable flâneur, aplíquese el término no a las calles o pasajes urbanos por la senda baudeleriana o a su zaga benjaminiana, sino al continente-cultura
que es transitado por Didi-Huberman haciendo que conozcamos sus puntos
de vista, sus ideas y como consecuencia su manera de enfrentarse con las
imágenes y sus diferentes representaciones e interpretaciones, en esta
obra, que a modo de singular cuaderno de bitácora, se nos entrega
dividido en cuatro apartados: Por ocasiones (Tiempos que pasan), Por
heridas (Tiempos que golpean ), Por supervivencias (Tiempos que
retornan) y Por deseos (Tiempos que suceden) que funcionan de forma
reversible pues no responden a una dinámica temporal lineal sino que se
dan vueltas y revueltas, marchas atrás y saltos hacia adelante, y
momentos de iluminación( como si del kairós
griego se tratara) en un desfile por el que vemos pasar, además de a
los ya nombrados, a Bataille, Barthes, Beckett, Foucault, Pasolini,
Einsenstein, Merleau-Ponty, Sartre, Picasso, Henri Cartier-Bresson,… sin
que se eludan los ajustes de cuentas con las diferentes visiones y
concepciones con las que se enfrenta.
Desplazamientos a través, al biés, visiones, deslumbres, vislumbres… que
como lumbres oscilan en la mente lectora y que iluminan, en sus
movimientos y formas continuas, distintos caminos, distintos fragmentos
significativos que dejan una huella en la mente del autor y que es
contagiada a quien se acerque a estos lúcidos retazos…guiados por el
deseo de ver, y ahí salta a la palestra una tonalidad erótica que se
funde con la estética, que Georges Didi-Huberman nos entrega, en casi
doscientas notas, desvelando los momentos, hechos, lecturas,
representaciones, que le han tocado (touché);
el autor no se guarda nada y hasta amplía en muchas de sus anotaciones
la correspondiente bibliografía como quien pone las cartas encima de la
mesa y propone sendas a poder seguir en el camino siempre inacabado de
las interpretaciones.