El cuerpo de Karen Carpenter
En torno a la muñeca rota en
Superstar: The Karen Carpenter Story
(Todd Haynes, 1998)
En torno a la muñeca rota en
Superstar: The Karen Carpenter Story
(Todd Haynes, 1998)
[...] “Long ago” –cada “o” es una nota prolongada, la primera elevándose, la segunda cayendo, aspiración y pérdida acompañadas por la orquesta– “and not so far away…” –la emoción se estabiliza tras el arranque, modulándose hasta el ataque del estribillo–, canta Karen Carpenter ya ausente, desde el disco, en off, mientras la cámara, en la ventana de un coche, recorre un suburbio californiano en un plano secuencia cuyo movimiento rectilíneo uniforme, siempre en avance, como el tiempo, aunque el plano sea lateral, hace desfilar una tras otra decenas de olvidables fachadas de viviendas, con sus americanas cercas, sus americanos porches y, delante, sus familiares coches aparcados que, quietos, van pasando hacia atrás, monotonía y melancolía aunadas como causa una de otra así como la toma nos aleja inexorablemente del pasado y a la vez nos devuelve a él. Este travelling volverá repetidas veces a lo largo de Superstar: The Story of Karen Carpenter, el mediometraje de Todd Haynes perseguido, desde su realización en 1987, por el hermano de Karen, Richard, ya para sugerir el agotamiento provocado por las inagotables giras, ya la depresiva repetición de las situaciones, ya la falta de un cuarto propio para la cantante en su propio hogar, el de sus padres, a la siempre, aunque en vano, tal como se verá, vigilante sombra de su madre. Lo que se logrará en esta primera aparición, desde que irrumpe la voz, mientras los títulos de la película se sobreimprimen al paisaje suburbano con la cuidada y reconocible tipografía de las cubiertas de los discos de los Carpenters, es clavar, más que fijar, el tono emotivo que atravesará el conjunto y le servirá de eje. “With joy and grief / My heart is torn” (“Alegría y tristeza / desgarran mi corazón”): en el medio exacto se ve situado el espectador de Superstar desde este preciso momento, después de haber sido tentado por el estilo “biografía no autorizada” del comienzo, cuando al hallazgo del cadáver de Karen sigue el renacimiento de su voz desde el tiempo recién perdido. Dividido entre la ironía hacia lo irrisorio señalado por la parodia implícita en cualquier imitación crítica y el glorioso abandono sentimental a la evocación de un pasado irrecuperable que vuelve en densos raudales lacrimosos legitimados por lo real de la muerte investigada; entre el toque dolorosamente agudo del tiro al corazón que da en el blanco y la inesperada alegría provocada por el súbito acierto estético en la convergencia de impulsos tan diversamente orientados. ¿Cuál es la distancia adecuada desde la que apreciar esta película? ¿No descalifica esta costura hecha en el justo medio del abanico emocional todo intento de recostarse en uno u otro extremo de la brechtiana polaridad entre identificación y distanciamiento? Pero, a la vez, ¿no obliga a revertir ambos extremos hacia ese centro donde comprobar, manifiesta en la mayor tensión, la inseparabilidad de ambos, comparable a la que existe entre las dos caras de una moneda, siempre la misma de un lado y otro?
Costura: como las del viejo monstruo de Frankenstein, entre los varios registros empleados por Haynes y los fragmentos narrativos de su recreación hay siempre un hilo que tira y duele, que fija la duda justo allí donde no puede resolverse. ¿Impiedad hacia los muertos, como acusaba el supersticioso pueblo al viejo doctor? ¿Burla, falta de respeto en este devolver al escenario de los vivos a quien no puede resistirse a ser objeto, al menos en efigie, del pase de magia invertido del hada de Pinocho? ¿O es el recurso a la marioneta, ya empleado por civilizaciones muy arcaicas, el modo más adecuado, o el más riguroso, puesto que conserva el rigor mortis, de representar a los muertos en la arena de la vida sin negar su condición? Ninguna respuesta que se me ocurra da la talla de la que obtiene, físicamente, del espectador al que consigue tocar, con su entramado instantáneo de estímulos y sostenida modulación de esa urdimbre, esta apertura de una película de menos de una hora, hecha con medios muy humildes, cuya difusión, más de treinta años después de realizada, sigue siendo clandestina [...]
Costura: como las del viejo monstruo de Frankenstein, entre los varios registros empleados por Haynes y los fragmentos narrativos de su recreación hay siempre un hilo que tira y duele, que fija la duda justo allí donde no puede resolverse. ¿Impiedad hacia los muertos, como acusaba el supersticioso pueblo al viejo doctor? ¿Burla, falta de respeto en este devolver al escenario de los vivos a quien no puede resistirse a ser objeto, al menos en efigie, del pase de magia invertido del hada de Pinocho? ¿O es el recurso a la marioneta, ya empleado por civilizaciones muy arcaicas, el modo más adecuado, o el más riguroso, puesto que conserva el rigor mortis, de representar a los muertos en la arena de la vida sin negar su condición? Ninguna respuesta que se me ocurra da la talla de la que obtiene, físicamente, del espectador al que consigue tocar, con su entramado instantáneo de estímulos y sostenida modulación de esa urdimbre, esta apertura de una película de menos de una hora, hecha con medios muy humildes, cuya difusión, más de treinta años después de realizada, sigue siendo clandestina [...]