"La “experiencia para ver” es una noción introducida en 1865 por Claude Bernard en el marco de su Introduction à l’étude de la médecine expérimentale [Introducción al estudio de la medicina experimental]. Dicha experiencia concierne, dice Bernard, a las “ciencias en la infancia” (nuestro estudio de las imágenes, nuestra estética, nuestra historia del arte, nuestro Kunstwissenschaft, ¿son “ciencias en la infancia”? Creo que sí. Para dar muestra de un poco de modestia recordemos de ahora en más que Claude Bernard consideraba en 1865 a la medicina misma como una “ciencia en la infancia”). Dichas ciencias son ciencias inquietas, ciencias que no están seguras de nada. “¿Qué hay que hacer, entonces?”, pregunta Claude Bernard. “¿Hay que abstenerse y esperar que las observaciones, al presentarse por sí mismas, nos aporten ideas más claras?”. Respuesta: “A menudo podrías esperar mucho tiempo e incluso en vano; al experimentar siempre se gana”.
Experimentar, entonces. ¿Pero cómo hacerlo, según qué normas, considerando que una “ciencia en la infancia ” no está todavía armada de sus reglas, de sus protocolos, de sus axiomas? De hecho, dice Claude Bernard, “solo podremos comportarnos según una suerte de intuición [...], e incluso si el tema es completamente oscuro e inexplorado, [el investigador] no deberá temer actuar incluso un poco al azar a fin de experimentar, permítaseme esta expresión vulgar, lo que es pescar en aguas turbulentas. Lo que quiere decir que puede esperar, en medio de las perturbaciones funcionales que se producirán, el surgimiento de algún fenómeno imprevisto que le dará una idea sobre la dirección a imprimir a sus investigaciones. Estas suertes de experiencias de tanteo, que son extremadamente frecuentes [...], podrían denominarse experiencias para ver, porque están destinadas a hacer surgir una primera observación imprevista e indeterminada de entrada, pero cuya aparición podrá sugerir una idea experimental y abrir una vía de investigación”.
Una década antes de que Claude Bernard escribiera estas líneas, Charles Baudelaire había ofrecido otro modelo de esta “experiencia para ver”, incluso la había referido a una ética paradójica que llamaba la “moral del juguete”. Como afirma Baudelaire, la “moral del juguete” se observa en los “chiquillos”, cuando, deseosos de “ver el alma” escondida en el fondo de cada objeto, desmontan experimentalmente todo lo que les cae entre las manos: “el niño da vueltas y más vueltas a su juguete, lo araña, lo sacude, lo arroja contra las paredes, lo tira al piso. De vez en cuando necesita recomenzar sus movimientos mecánicos, a veces en sentido inverso”... A riesgo, por supuesto, de que todo se rompa. Este texto de Baudelaire me fascinó durante largo tiempo y me fascina todavía, sin duda porque yo mismo me parezco a ese niño cuando doy vueltas y más vueltas a las imágenes en todos los sentidos, cuando las reproduzco, las anoto, las clasifico, las encuadro y las desencuadro, las desmonto y las monto, cuestión de “sacudirlas” a fin de producir “perturbaciones funcionales” y “ver surgir algún fenómeno imprevisto que [me] dará una idea sobre la dirección a imprimir a [mis] investigaciones”... A riesgo, por supuesto, de que todo se destruya ante mis propios ojos.
Tal sería nuestra “experiencia para ver”, que es a la vez Erfahrung, Experiment y Erkenntnis: experiencia padecida, experimentada, que forma conocimiento. Pero un conocimiento, cuando adviene, tan frágil como maravilloso. Tal sería la suerte de nuestras “ciencias en la infancia”, es decir, de nuestras ciencias no todavía “regias” y todavía “nómades”, de nuestras ciencias todavía no territorializadas y todavía exploratorias, para retomar la terminología de Mil mesetas, ese gran tratado de epistemología experimental. ¿Cómo un conocimiento de las imágenes podría no ser una “ciencia nómade” cuando su objeto mismo es un objeto migratorio, errante, que atraviesa las fronteras? ¿Acaso no hemos comprendido, desde Aby Warburg, que ya no se podía hablar de las imágenes sin hablar de sus movimientos, sus desplazamientos, sus montajes recíprocos, sus errancias en el espacio (Wanderungen, decía Warburg) y en el tiempo (Nachleben, decía)? ¿No es preciso responder, a estos desplazamientos de las imágenes, con el propio desplazamiento de nuestras miradas, nuestros propios desplazamientos experimentales?”.