CARLOS SERRANO DE OSMA,
UN AMIGO
UN AMIGO
Francesc Llinás
Murió discretamente. A finales de julio, cuando todo el mundo estaba de vacaciones. Muchos se enteraron semanas más tarde: apenas una nota en televisión, una apresurada necrológica en algún periódico, que, en algún caso, ni siquiera llegó a incluirse en la edición de provincias. Las revistas de información, siempre atentas al más reciente cadáver ilustre, lo ignoraron. Yo creo que incluso no sabían de su existencia.
A Carlos Serrano de Osma, al menos al Carlos que yo he conocido, no le gustaba meter ruido. Era un hombre afable, elegante, que, incluso cuando el año pasado fue objeto de atención por parte del Festival de Valladolid, no aprovechaba la ocasión para ponerse en primer término. Ciertamente, en tal evento, se le veía satisfecho, diría incluso que feliz, pero sin perder la tranquilidad, sin hacer ostentación del indudable placer que le proporcionaba el hecho de ver, por unos días, reconocido su trabajo.
Durante años, nadie había visto sus películas. Alguno de los pocos que prestan atención al viejo cine español hablaba de una rara película, Embrujo, mezcla de vanguardia y folklore, y de cómo Lola Flores renegaba de la misma, afirmando, no sin razón, que ella no era surrealista. Pero ni la Filmoteca, ni la tele, ni los cine-clubs, rescataban esta película (y las otras pocas que Carlos rodó). Hasta el Festival de Valladolid del año pasado, no habíamos visto más que alguna foto, alguna reseña apresurada: de Serrano de Osma no sabíamos nada.
Durante muchos años, Carlos fue profesor de la Escuela de Cinematografía, que él, a finales de los cuarenta, había contribuido a fundar. Por sus manos pasaron todos los cineastas que en estos momentos dan pedigrí, más que calidad, al cine español. En alguna ocasión hablé de Carlos con alguno de sus ex-alumnos: pero estos tampoco habían visto sus películas. Para ellos eran también un misterio. No sé si por pudor, el profesor –que tenía fama de severo– se limitaba a enunciar su teoría, pero ocultaba sus trabajos [...]
A Carlos Serrano de Osma, al menos al Carlos que yo he conocido, no le gustaba meter ruido. Era un hombre afable, elegante, que, incluso cuando el año pasado fue objeto de atención por parte del Festival de Valladolid, no aprovechaba la ocasión para ponerse en primer término. Ciertamente, en tal evento, se le veía satisfecho, diría incluso que feliz, pero sin perder la tranquilidad, sin hacer ostentación del indudable placer que le proporcionaba el hecho de ver, por unos días, reconocido su trabajo.
Durante años, nadie había visto sus películas. Alguno de los pocos que prestan atención al viejo cine español hablaba de una rara película, Embrujo, mezcla de vanguardia y folklore, y de cómo Lola Flores renegaba de la misma, afirmando, no sin razón, que ella no era surrealista. Pero ni la Filmoteca, ni la tele, ni los cine-clubs, rescataban esta película (y las otras pocas que Carlos rodó). Hasta el Festival de Valladolid del año pasado, no habíamos visto más que alguna foto, alguna reseña apresurada: de Serrano de Osma no sabíamos nada.
Durante muchos años, Carlos fue profesor de la Escuela de Cinematografía, que él, a finales de los cuarenta, había contribuido a fundar. Por sus manos pasaron todos los cineastas que en estos momentos dan pedigrí, más que calidad, al cine español. En alguna ocasión hablé de Carlos con alguno de sus ex-alumnos: pero estos tampoco habían visto sus películas. Para ellos eran también un misterio. No sé si por pudor, el profesor –que tenía fama de severo– se limitaba a enunciar su teoría, pero ocultaba sus trabajos [...]