EL WAGNERIANISMO EN LA BARCELONA
DE LOS AÑOS CINCUENTA:
PARSIFAL DE DANIEL MANGRANÉ Y SU ENTORNO
DE LOS AÑOS CINCUENTA:
PARSIFAL DE DANIEL MANGRANÉ Y SU ENTORNO
Félix Fanés (1)
Creo que Joan Lluís Marfany ha caracterizado con acierto el wagnerianismo en Cataluña al calificarlo de “llamarada intensa, pero efímera y bastante superficial”. (2) Me gustaría añadir: extraña llamarada, sin embargo. Pues ha dejado una marca más indeleble que la propia de este tipo de fenómenos ígneos pasajeros. De hecho, el interés –o al menos uno de los intereses– del caso reside en esa paradójica contradicción: hojarasca, ligereza fugaz, pólvora en salvas, por una parte, y por otra, intensidad, obstinación, permanencia. La superficialidad del wagnerianismo tiene eso: que deja marca; que es, por así decirlo, de una superficialidad profunda –al menos entre nosotros.
1. Félix Fanés, en Cinematograf: Annals de la Federació Catalana de Cineclubs, vol. 3, nº. 86, págs. 333-375.
2. MARFANY, Joan Lluís, “El wagnerianisme a Catalunya”, en Serra d’Or (2-1983).
La magnitud de la señal depositada sobre la cultura catalana –y aquí el término “cultura”, me apresuro a decirlo, se emplea en un sentido amplio– podemos deducirla del resurgimiento que tiene lugar en Barcelona medio siglo después del momento álgido de adoración al nuevo profeta. Es decir, alrededor de 1951. El cambio de decorado que se había producido mientras tanto hace aún más patente esa magnitud. La ciudad se había transformado de raíz, tanto desde el punto de vista político como cultural. No es necesario dar detalles. Y, aún así, la wagnerolatría, la wagnerofilia, la wagneromanía, o dígase como se quiera, irrumpió con ímpetu de primera juventud, hasta el punto de encontrarnos ante un inesperado fenómeno de repetición social –casi de déjà vu.
Pero vayamos a los hechos y ya extraeremos conclusiones más adelante.
El año 1951 no fue un año cualquiera. Y por muchas razones. En la reciente historia política de España, fue una fecha decisiva: una especie de bisagra. Significó la estabilidad definitiva del franquismo como régimen político después de una prolongada y siniestra posguerra; y el inicio de un periodo diferente, largo, incómodo, menos provisional, pero no por ello menos opresivo y asfixiante. No sé si tales circunstancias tienen mucho que ver con el objeto de este trabajo. Es, en todo caso, un marco, más o menos remoto, que no se debe obviar. Por otra parte, ese año fue también destacado, debido a una serie de eventos, no todos ellos relacionados entre sí, y algunos incluso con una especie de resolución aplazada, que tuvieron lugar en Barcelona con el maestro alemán como protagonista. Después de décadas de moderación del furor wagneriano, la pasión de la ciudad por el músico de Leipzig tomó un nuevo y más que notable empuje.
Que aquel año se cumpliera el cincuenta aniversario de la Asociación Wagneriana, que a principios de siglo había instituido un grupo de jóvenes, fue el punto de arranque. El nacimiento de la entidad es asunto conocido, y no me extenderé en él. La ocasión del cincuentenario fue aprovechada por algunos viejos liceístas ligados a la Asociación fundada entre otros por Joaquim Pena para difundir la imagen de Wagner en la ciudad.
Recordemos al paso, porque tiene una cierta relación con lo que ocurría en Barcelona, que 1951 fue también el año de la reanudación de los Festivales Wagnerianos de Bayreuth, interrumpidos, primero debido a la guerra, y suspendidos después, por su vinculación con el régimen nazi. Los encargados de retomar lo que desde las postrimerías del siglo XIX constituía la fiel preservación de la llama del dogma wagneriano con toda su significación y pureza, fueron los dos nietos del compositor, Wieland y Wolfgang Wagner. Ambos, para borrar los estigmas del fascismo que habían marcado la obra de su antepasado, emprendieron las siguientes acciones: 1) destituyeron de la dirección de los Festivales a su temible madre, Winifred Wagner –nuera del compositor, amiga personal de Hitler y responsable de la nazificación de los Festivales; 2) concibieron una nueva puesta en escena para las óperas que rompiera también con la añeja tradición naturalista de Bayreuth y abriera nuevos caminos de interpretación; y 3) pusieron en marcha una amplia operación de relaciones públicas con el fin de convencer a Europa de que Wagner era un músico civilizado y universal, profundamente arraigado en la cultura de occidente y que nada tenía que ver con la interpretación cicatera que habían realizado el fhürer y sus secuaces. Con este fin organizaron una exposición que, con el título de “Wagner en el mundo”, circuló por diversas ciudades. (3) [...]
3. La exposición se presentó en las óperas de París, Bruselas, Ámsterdam, Leipzig y Londres. Después de Barcelona aún viajó a Roma y Bayreuth. Véase Destino (1-12-1951).
1. Félix Fanés, en Cinematograf: Annals de la Federació Catalana de Cineclubs, vol. 3, nº. 86, págs. 333-375.
2. MARFANY, Joan Lluís, “El wagnerianisme a Catalunya”, en Serra d’Or (2-1983).
La magnitud de la señal depositada sobre la cultura catalana –y aquí el término “cultura”, me apresuro a decirlo, se emplea en un sentido amplio– podemos deducirla del resurgimiento que tiene lugar en Barcelona medio siglo después del momento álgido de adoración al nuevo profeta. Es decir, alrededor de 1951. El cambio de decorado que se había producido mientras tanto hace aún más patente esa magnitud. La ciudad se había transformado de raíz, tanto desde el punto de vista político como cultural. No es necesario dar detalles. Y, aún así, la wagnerolatría, la wagnerofilia, la wagneromanía, o dígase como se quiera, irrumpió con ímpetu de primera juventud, hasta el punto de encontrarnos ante un inesperado fenómeno de repetición social –casi de déjà vu.
Pero vayamos a los hechos y ya extraeremos conclusiones más adelante.
El año 1951 no fue un año cualquiera. Y por muchas razones. En la reciente historia política de España, fue una fecha decisiva: una especie de bisagra. Significó la estabilidad definitiva del franquismo como régimen político después de una prolongada y siniestra posguerra; y el inicio de un periodo diferente, largo, incómodo, menos provisional, pero no por ello menos opresivo y asfixiante. No sé si tales circunstancias tienen mucho que ver con el objeto de este trabajo. Es, en todo caso, un marco, más o menos remoto, que no se debe obviar. Por otra parte, ese año fue también destacado, debido a una serie de eventos, no todos ellos relacionados entre sí, y algunos incluso con una especie de resolución aplazada, que tuvieron lugar en Barcelona con el maestro alemán como protagonista. Después de décadas de moderación del furor wagneriano, la pasión de la ciudad por el músico de Leipzig tomó un nuevo y más que notable empuje.
Que aquel año se cumpliera el cincuenta aniversario de la Asociación Wagneriana, que a principios de siglo había instituido un grupo de jóvenes, fue el punto de arranque. El nacimiento de la entidad es asunto conocido, y no me extenderé en él. La ocasión del cincuentenario fue aprovechada por algunos viejos liceístas ligados a la Asociación fundada entre otros por Joaquim Pena para difundir la imagen de Wagner en la ciudad.
Recordemos al paso, porque tiene una cierta relación con lo que ocurría en Barcelona, que 1951 fue también el año de la reanudación de los Festivales Wagnerianos de Bayreuth, interrumpidos, primero debido a la guerra, y suspendidos después, por su vinculación con el régimen nazi. Los encargados de retomar lo que desde las postrimerías del siglo XIX constituía la fiel preservación de la llama del dogma wagneriano con toda su significación y pureza, fueron los dos nietos del compositor, Wieland y Wolfgang Wagner. Ambos, para borrar los estigmas del fascismo que habían marcado la obra de su antepasado, emprendieron las siguientes acciones: 1) destituyeron de la dirección de los Festivales a su temible madre, Winifred Wagner –nuera del compositor, amiga personal de Hitler y responsable de la nazificación de los Festivales; 2) concibieron una nueva puesta en escena para las óperas que rompiera también con la añeja tradición naturalista de Bayreuth y abriera nuevos caminos de interpretación; y 3) pusieron en marcha una amplia operación de relaciones públicas con el fin de convencer a Europa de que Wagner era un músico civilizado y universal, profundamente arraigado en la cultura de occidente y que nada tenía que ver con la interpretación cicatera que habían realizado el fhürer y sus secuaces. Con este fin organizaron una exposición que, con el título de “Wagner en el mundo”, circuló por diversas ciudades. (3) [...]
3. La exposición se presentó en las óperas de París, Bruselas, Ámsterdam, Leipzig y Londres. Después de Barcelona aún viajó a Roma y Bayreuth. Véase Destino (1-12-1951).