Botonera

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27.5.19

XIII. "CINE-DIARIO (EDICIÓN INTEGRAL 1981/1986)", Serge Daney, Shangrila 2019


Alain Tanner



[...] Miraba [...] Tierra de nadie con esa sensación de las cosas ya vistas y queridas. Me preparaba para cumplir con mi deber: evaluar, comparar, proponer al lector uno o dos bocadillos para que haga el viaje del filme. Decirle, por ejemplo, que este opus 10 de Tanner es menos inspirado que el 9 (En la ciudad blanca) pero más sólido que los opus 7 y 8 (Messidor, A años luz). Decir que las películas de Tanner están casi siempre muy bien y decidir si esa constancia tranquiliza o irrita. Sin embargo, una sensación nueva, casi inconfesable, parasitaba mis buenas intenciones. Tenía la impresión de que todas las cosas con las que, gracias a Tanner y otros cineastas suizos (Reusser, Soutter, Murer), había aprendido a familiarizarme, todo ese cine-suizo un poco clean, un poco siniestro, un poco bello, con sus vacas y sus pasadores de frontera, sus lentitudes calculadas y sus veleidades de ficción, podía desaparecer. 

Porque Tanner sabe todavía, con astucia, obtener dinero de ambos lados para filmar en el suyo historias de pasadores. Sabe evitar los cantos de sirenas (enronquecidas) del “guion de cemento” para entrelazar pacientemente una multitud de pequeños acontecimientos fuertes que cuentan, apenas, una historia. Está también el deseo de arrancar un poco de historia(s) a los paisajes suizos. Pero el porvenir del cine suizo (y, de una manera general, de todo cine local) no es lo suficientemente radiante como para no hacerse ya la pregunta fatídica: ¿en qué momento Suiza ya no será en absoluto una tierra fértil para la ficción? ¿En qué momento será solo un terreno para documentalistas? Con esta pregunta en mente, uno tiene menos ganas de “criticar” a Tanner que de agradecerle que filme, todavía, vacas. Vacas de verdad que miran pasar la ficción y que uno mira súbitamente con una emoción multiplicada porque está claro que en un cine reducido a los efectos especiales y al mito del policial, la pobre bestia está condenada al espacio en off. En resumen, a partir de ahora hay una dimensión ecológica en la crítica de cine. 




Como esta idea me parecía demasiado melancólica (y un poquito desmotivadora), me sinceré al respecto con el propio Tanner, que pasaba por París para una promoción rápida de su película. Descubrí, sin gran sorpresa, que él también estaba melancólico y que creía que el “paisaje suizo” había sido totalmente agotado por un “cine suizo” ya casi exhausto. Ese día, Tanner hablaba como un pintor, y un poco como un místico. Cada vez más, su problema es “la materia cinematográfica”. Es el gozo ante la idea de que “las cosas están allí” y exigen, en silencio, ser vistas, registradas, filmadas, y la angustia ante la idea de que ya no hay un camino colectivo que conduzca a ellas (la ficción es eso, un camino colectivo) sino solo itinerarios individuales y pasajes secretos. 






Estamos lejos del optimismo un tanto forzado de Jonás (1976), esa película que Tanner tiene razón en considerar “demodé”. Ya no es por amor, amistad, solidaridad, ganas de cambiar el mundo o la manera de vivir en él que los personajes se “juntan”; es porque ya no son lo bastante fuertes individualmente [...]