Toda una noche
Esperábamos el amanecer. Ha llegado. Es la parte más bella del filme. Protagonistas dos veces oscuros, nuestros “personajes” hacen su entrada en el día. Vistos a medias, conocidos a medias. Sabemos suficientemente poco sobre ellos para verlos todavía tal como son, con restos de sueño sobre el rostro, los malos reflejos ante el café que hierve, el olvido. Entonces, la banda de sonido desencadenada los ciñe, como una isla de ficciones posibles en un mundo (bastante pequeño: Bélgica) sin ficción, algarabía inerte. Porque la ficción, la verdadera, la que iría de la A a la Z, de “había una vez” a “the end”, no es para esta película. En Toda una noche, Chantal Akerman se contenta con filmar de la A a la B. Mil veleidades de ficciones recortadas, sí; un gran relato, jamás. Si todo círculo no es idealmente sino una sucesión de líneas rectas colocadas una junto a otra, he aquí algunas líneas. Si toda línea no es sino una sucesión de puntos, he aquí algunos puntos. Si todo punto es, en el límite, un concepto inmaterial, he aquí un poco de inmateria [...]
Quiere que el espectador no duerma, sugiriéndole que “toda una noche” es un tiempo lo suficientemente largo como para que un cuerpo pase por todos los estados, incluidos los estados no posibles del deseo y los poco probables de la postura amorosa. Incluido su propio cuerpo.