Botonera

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9.5.19

IX. "CINE-DIARIO (EDICIÓN INTEGRAL 1981/1986)", Serge Daney, Shangrila 2019



Stalker



[...] Cuando [Stalker] termina, cuando uno está un poco cansado de interpretar, cuando hemos comido todo lo que llevábamos, ¿qué es lo que queda? La propia película, exactamente. Las mismas imágenes insistentes. La misma Zona con la presencia del agua, su chapoteo siniestro, los metales oxidados, la vegetación voraz, la humedad. Como todas las películas que desencadenan en el espectador un furor interpretativo, Stalker es un filme que impresiona por la presencia física de sus elementos, su existencia tenaz, su manera de estar ahí. Incluso si no hubiera nadie para verlos, para acercarse a ellos o para filmarlos. Esto no es de ayer: ya en Andrei Rubliev había barro, ese punto cero de la forma. En Stalker hay una presencia orgánica de los elementos: el agua, el rocío, los charcos empapan la tierra y carcomen las ruinas. 

Una película se puede interpretar. Esta se presta a ello (incluso si en última instancia se sustrae a la interpretación). Pero no estamos obligados. Una película también se puede mirar. Podemos acechar en ella la aparición de cosas que nunca se habían visto en una película. El espectador que acecha ve cosas que el espectador-intérprete ya no sabe ver. El que acecha permanece en la superficie, porque no cree en el fondo. Me preguntaba al comienzo de este artículo dónde podían haber aprendido los personajes el stalk, esa marcha tortuosa de los que tienen miedo pero han olvidado de qué. ¿Y esos rostros prematuramente envejecidos, esas mini-Zonas donde los rictus se han convertido en arrugas? ¿Y la violencia servil de quien espera recibir golpes (¿o darlos? ¿también ha olvidado eso?). ¿Y la falsa calma del monomaníaco peligroso y las razonamientos extraviados del que está demasiado solo? 

Esto no procede solo de la imaginación demiúrgica de Tarkovski, esto no se inventa, viene de otra parte. ¿Pero de dónde? Stalker es una fábula metafísica, un curso de moral, una lección de fe, una reflexión sobre los fines últimos, una búsqueda, todo lo que se quiera. Stalker es también el filme en el que, por primera vez, cruzamos cuerpos y rostros que vienen de un lugar que solo conocíamos de oídas y de leídas. Un lugar del que pensábamos que el cine soviético no había conservado ninguna huella. Ese lugar es el Gulag. La Zona es también un archipiélago. Stalker es también un filme realista.