POÉTICA DEL PLANO VACÍO.
UN ANÁLISIS DE LA PUESTA EN ESCENA
UN ANÁLISIS DE LA PUESTA EN ESCENA
Roberto Amaba
1. FREUD, Sigmund, “18ª Conferencia. La fijación al trauma, lo inconsciente” en Obras completas. Conferencias de introducción al psicoanálisis (Parte III) (1916–1917) vol. XVI, Buenos Aires: Amorrortu, 1991, pp.250-261.
2. LEÓN, Fray Luis de, “Noche serena” en Poesía, Madrid: Cátedra, edición de Manuel Durán y Michael Atlee, 1983, p.92.
Expresada de esta forma, la idea descubrió una posibilidad que no tardaría en revelar sus carencias. Me refiero al estudio de la mente de acuerdo a modelos topográficos. El funcionamiento del inconsciente no era tan sencillo como imaginar una estancia repleta de recuerdos y pulsiones que, en su empeño por avivar o destruir la diversión adyacente, eran repelidos por el guardián en la puerta. Y esto era y sigue siendo así porque el inconsciente no equivale a los instintos, ni la conciencia a la moral. De la misma manera que las estancias fluyen, reaparecen, se desvanecen y se reconectan en función y en acción neural, las tres entidades de la psique se resisten a ser fraccionadas. El yo, el superyó y el ello no tienen la exclusiva de la razón, de la (hiper)moralidad y de las pasiones, respectivamente. El juego de la mente –sus vínculos, sus memorias, sus presagios, sus deseos, sus temores y sus rechazos; sus ficciones al fin y al cabo–, no es más que el conflicto eterno y seglar de esta trinidad. Empezando por la genuina dimensión inconsciente del yo. Para nuestra fortuna, esta limitación científica nunca tuvo correspondencia estética. La representación, la interpretación y la divulgación artísticas hicieron del viejo topos mental un vergel.
Justo un siglo después de aquellas conferencias, convierto esta mínima introducción freudiana en herramienta y metáfora. Hago mía la frase donde el yo ha dejado de ser el amo de su casa, y aprovecho las virtudes estéticas de una imposible topografía de la mente con el siguiente objetivo: analizar la puesta en escena de David Lynch. Y como puesta en escena entiendo un conjunto que no se reduce al trabajo de cámara, a la distribución de los espacios y de los actores, a la importancia de los objetos y a la urdimbre entre la luz y las miradas, sino a una relación integral de todas estas soluciones visuales con el guión, el sonido, el punto de vista narrativo y el montaje. En concreto, prestaré atención al uso sistemático de los planos picados, a la eventual elevación de los espacios, a la escritura de la luz y de la lente, al valor material de los objetos y a la anomalía en las miradas, con la intención de demostrar las siguientes hipótesis.
Primera, el ello a duras penas reprimido del protagonista desciende sobre su yo. Segunda, antes que elipsis, la silla eléctrica es latencia y prefiguración. De la que se infiere la tercera: el punto de vista narrativo converge con el de un patibulario. Cuarta, contracorriente de los tópicos sobre una vida y una obra ligadas a la posmodernidad, la dirección de David Lynch contiene aspectos de un clasicismo tardío o de cierto manierismo. Quinta, suma de las precedentes y encadenada a la anterior: David Lynch es un cineasta elegante. Y con elegante quiero destacar la convivencia de lo recio con lo grácil. La importancia de la profundidad, que no de lo confuso; de la simetría y del equilibrio, que no de lo obvio; de la incertidumbre, que no de lo obtuso; de lo siniestro, que no de lo pornográfico. Porque el cine tiende a confundir lo elegante con lo afectado, de la misma manera que la estética trasiega lo bello con lo cursi. Es decir, Lynch posee una elegancia que trasciende la forma. Su elegancia es similar a la de una fórmula matemática redactada por Franz Kafka.
1. Allanamiento de morada
Figura 1
Reproduzcamos la primera cinta de vídeo recogida por Renee. En ella se aprecia la fachada de la casa recorrida por una panorámica y, de seguido, acechada por un zoom. El avance queda interrumpido; corte, fin y silencio acompañado de ruido blanco. Hagamos lo propio con la segunda entrega que, cuando amenazaba con la repetición, da un salto al interior (figura 1). Dentro del hogar, notamos la imagen flotar. En un principio cuesta reconocer el escenario porque la estética y la estática comparten naturaleza analógica. Pero en seguida tomamos conciencia de que estamos sobrevolando el salón de los Madison. Su peculiar mobiliario y una caja oblonga de luz proyectada en el suelo ayudan a la identificación. La imagen continúa su trayecto desde lo alto, atraviesa el pasillo y desemboca en el dormitorio donde yace el matrimonio. Nueva ampliación de los cuerpos; corte, fin, ruido blanco. Todo el contenido responde al punto de vista amenazante de un plano picado. Y todo el contenido ha reproducido, con matices, el sueño relatado por Fred la noche anterior. Allí donde el zoom quería atravesar los muros, el picado los desmantela con la maña de un fantasma. Pero estoy adelantando acontecimientos, pensemos antes lo elemental [...]