Botonera

--------------------------------------------------------------

9.12.18

XI. "PRESENCIAS. ENSAYO SOBRE LA NATURALEZA DEL CINE", Eugène Green, Shangrila 2018




Venus ericina



[...] Empecé a aprender, de a pedacitos, la historia de la ciudad. El antiguo nombre “Erice” le fue restituido en 1934, bajo el fascismo. Hasta esa fecha, y al menos desde el S. XI, la ciudad se llamaba San Giuliano, y su patrono era San Julián el pobre –o el “hospitalario”. Conocí la historia de este santo en 1969, al visitar la iglesia que le está consagrada en París, e inmediatamente concebí la idea de hacer de este mito, portador de una emoción universal, una obra de teatro. Lo logré recién en 1987: es la obra más antigua cuya paternidad todavía reconozco. Ignoraba, en 1969, que esta leyenda era el tema de un cuento de Flaubert, y no hay relación alguna entre mi obra y este cuento, pero el hecho de que me haya conmovido esta historia añade un elemento más a la afinidad que siento con el autor de La educación sentimental

Durante un cierto tiempo imaginé que el patronazgo de San Julián el pobre era una casualidad, pero rápidamente me di cuenta de que Erice había conservado una unidad sorprendente, como centro religioso, a través de todas las civilizaciones que se sucedieron en ella. Porque el monte Eryx siempre había sido el lugar sagrado de una diosa, cuyo templo estaba sobre el promontorio ubicado al este y donde fue construida la fortaleza normanda. Esta divinidad (Astarté para los fenicios, Afrodita para los griegos y Venus ericina para los romanos) siguió siendo la misma, la de la energía sexual y el amor, cuya pasión por un adolescente acabó con la muerte del muchacho y luego con su resurrección. Cuando la ciudad se metamorfoseó en centro cristiano, había un gran coherencia (según la lógica de lo sagrado, no según la de los aticistas) en la decisión de consagrar a la Virgen la “iglesia madre” construida en el lado opuesto al antiguo templo, y de nombrar santo patrono de la ciudad a aquel que, luego de haber conocido una muerte espiritual por haber hundido su mano en la carne de su madre y de su padre, renace gracias a una unión simbólicamente carnal con Cristo. 

También aprendí otra cosa sobre la Ericina que me interesó al extremo. Como en el caso de Dioniso, dios mortal e inmortal, que sufría, moría y resucitaba, y cuya liturgia dio nacimiento al teatro, la presencia de la diosa estaba ligada al ciclo de la vegetación: arribaba a la montaña sagrada de Erice en primavera, en el momento del despertar de la naturaleza, y regresaba a África en otoño, cuando la vida dejaba de ser visible; en ambos casos, la Ericina era acompañada por palomas sagradas. Las que yo había visto dar la vuelta a la ciudad, como si estuvieran sostenidas por una fuerza que emanaba de la propia montaña, y –estábamos a principios de septiembre– como si hicieran una prueba para saber cuánto tiempo les quedaba antes de la partida [...]

[...] Solo ahora comprendo la relación profunda que existe entre esta presencia y el cine. En Erice logré alcanzar, en mi presente, una presencia que estaba en el presente del mundo, y que había existido en el presente de los hombres, en ese lugar, desde que el hombre formaba parte de esa montaña. Esa presencia era real, tanto como la de todos los elementos, materiales y vivientes, que veía a mi alrededor, pero era invisible. No obstante, no logré conocer esa presencia al imaginar una representación, un símbolo, sino al contemplar el mundo visible y aprender a verlo.

Al tomar como material en bruto el mundo material, el cine puede tornar aprehensible esta presencia real en fragmentos filmados del mundo, allí donde el espectador, al ver esos mismos elementos en lo que considera su realidad, solo había distinguido materia. El viático de esta comunión es el cuerpo y el alma de un cineasta, que ya ha vivido esta epifanía y hace de ella un don susceptible de ser transmitido [...]