Botonera

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3.12.18

VIII. "PRESENCIAS. ENSAYO SOBRE LA NATURALEZA DEL CINE", Eugène Green, Shangrila 2018



Marcel Proust



[...] existe una relación más general, y sin duda más interesante, entre este [Marcel Proust] y el arte cinematográfico, porque Proust intentó dar un nuevo impulso a la novela, considerada en el S. XIX la forma de expresión más adecuada para representar la realidad, a cuyo reemplazo había aspirado el cinematógrafo. Especialmente porque Proust pretendió hacer ingresar en la expresión novelística una dimensión de la realidad que la sociedad no tenía en cuenta, podríamos estar tentados de considerar su obra como una competencia del nuevo arte, o bien como un modelo posible. 

Leí íntegramente En busca del tiempo perdido en seis meses, cuando tenía veinticuatro años. Fue una lectura que me marcó profundamente, pero conservé el recuerdo de un estilo sin sintaxis que, por la molestia constante que provocaba, me hacía insensible a todas esas reflexiones tan sutiles y tan delicadas que adoran los espíritus refinados del Antiguo y el Nuevo Mundo. Pero si mi tosquedad me impidió seguir al narrador en esas etéreas alturas, me impactaron en cambio otros personajes de la novela, cuyo aspecto físico, gestos y maneras de hablar recordé durante muchos años. Al releer hace poco El tiempo recobrado, mi impresión se matizó un poco. El estilo es menos insoportable que en mi recuerdo, porque más que de una ausencia de sintaxis se trata de una sintaxis asmática. En lugar de construir sus frases con la energía interior de la lengua, Proust escribió con su respiración física real, y el cuerpo de su frase no es la palabra francesa sino el cuerpo sufriente de quien escribe. El resultado es que las palabras se encadenan en un fragmento que a un cierto punto se bloquea; entonces, cuando se recupera un poco el aliento, ese fragmento se liga libremente al siguiente, hasta que se logra un conjunto. Lo que prevalece es el pensamiento y la lengua no es sino un medio. Dicho de otra forma, Proust puede ser traducido (y en ese sentido es un escritor “moderno”) mientras yo sigo estando convencido de que toda gran obra literaria es intraducible, precisamente porque su realidad material y espiritual son inseparables y están unidas en la especificidad de una lengua. 

Se podría replicar que la innovación de Proust es precisamente el hecho de que su estilo reproduce el movimiento intelectual de alguien que piensa. Pero este pensamiento no puede encarnarse fuera del cuerpo que lo ha producido, porque está compuesto de palabras pero no conduce a la palabra: Proust nos propone un lenguaje puramente material, que puede evocar y explicar cosas del espíritu pero que no puede transformarse, en su realización sonora, en un lugar sagrado. Esto representa, evidentemente, una elección estética, pero igualmente filosófica, que determina el sentido de la obra. 

La última parte de esa obra, El tiempo recobrado, se presenta como la síntesis y la consumación de dicho pensamiento. La idea de que una vida humana puede disolver el tiempo a través de la memoria, idea que el narrador intuye por primera vez con la experiencia de la madalena, se confirma y se explicita durante el último episodio del relato, la matiné en la casa de la princesa de Guermantes. Cuando en el patio del nuevo hotel del príncipe, tras haber tropezado con adoquines desiguales, el hombre que nos habla recupera su aplomo y se encuentra con un pie más arriba que el otro, revive con esta sensación física, como una realidad presente, un instante preciso del pasado, ese en el que, en Venecia, sus pies descansaban sobre dos adoquines desiguales del embaldosado del baptisterio de San Marcos.1 Así renace en él “un verdadero momento del pasado”2, y el descubrimiento de una posibilidad abierta al hombre de abolir el tiempo: el ser que se tienta y se cree una pluralidad de seres, en tanto se ve en una transformación perpetua, encuentra su unidad cuando revive su pasado como un momento de existencia física en el presente. Las reflexiones que el narrador hace sobre este descubrimiento en la biblioteca del hotel de Guermantes, mientras espera entrar en los salones, y que prolonga, en un monólogo interior, durante la recepción mundana lo convencen de la necesidad de hacer de su vida una obra literaria, que le permitirá, al abolir el tiempo, hacer entrar el pasado en el porvenir y fijar de una vez y para siempre la realidad de su experiencia, que no reside en aquello que ha vivido sino en lo que su imaginación ha hecho de ello [...]