GOOGLE EARTH. Apunté en la función del buscador del mapa en mi ordenador azul. (SEARCH) Debía de llegar cuanto antes allí. Sin moverme del sitio. Sentado en el sillón. Convaleciente después de mi caída. Por prescripción médica. Por impedimentos familiares. Por obligaciones laborales. Porque el presente mismo lo exigía. Lo hice después de la cena, cuando ya solo quedaba esperar para acostarse.
FRAMINGHAM PIGOT-A146
Deletreando bien las palabras una última vez. Después de equivocarme varias veces. F-R-A-M-I-N-G-H-A-M. La H intercalada se me resistía. Los niños ya estaban cansados y se habían sentado junto a mí en el sillón, empezando a dar por finalizado el día. Le había estado dando vueltas a la muerte de Sebald, desde que volvió a mí de forma inesperada, todo el rato. La A146, esa carretera comarcal de doble dirección por donde aparecían pequeños pueblos brumosos que tanto le gustaba recorrer a Sebald. A-146. Sobre el mapa, iluminado en mi ordenador azul, señalé el punto de vista del satélite. (TIERRA) A vista de pájaro. Me di cuenta de que, en esa misma zona, en FRAMINGHAM PIGOT también, estaba la tumba de Sebald, en el cementerio que rodea a la Iglesia de Saint Andrew. Me gustaría también llegar hasta allí. Pensé. Ajusté el zoom todo lo que pude. Como un milano que en su vuelo roza las copas de los árboles. Cuando los niños lo ven caer en nuestros viajes al pueblo siempre lo señalan sorprendidos. Mira papá, un milano. Ten cuidado. Va a chocar contra nosotros. Pero nunca choca. Y permanecí durante varios minutos, mientras los niños seguían callados, adormecidos por el filtro monótono de la televisión, contemplando en la pantalla la repartición de las tierras en diferentes verdes y marrones, entre las vías rurales, de aquella comarca inglesa, todas desembocando en la A146. En el mapa de tierra algo parecía brillar en aquel paisaje llano y tranquilo, como destellos que iluminaban algunas zonas para replegarse de inmediato. Como avisos a distancia, que nada señalaban al cabo. O, al menos, así los creí ver. Como llamadas, sin destinatario. Los niños se habían puesto a ver dibujos animados en la televisión. Bajarla un poco, queréis. Está demasiado alta. Como si la contingencia del momento que todo paisaje es, neutralizada por la cartografía del mapa, fuera devuelta, aún desde tan lejos, a vista de pájaro, a vista de satélite, por la repartición de la tierra que llena sus líneas abstraídas. Entre ese irregular damero de verdes y marrones. Más tarde lo achaqué a un defecto propio de mi ordenador portátil de color azul, demasiado barato, que me habían regalado por el día del padre para poder escribir en cualquier sitio. Tumbado en la cama, incluso. No pesaba nada. Poco más que un cuaderno de espiral. Caí de pleno, sentado en el sillón, en aquel paisaje por donde Sebald había pasado infinidad de veces de regreso a su casa en Norfolk. Y respiré profundamente antes de precipitarme en la STREET VIEW que me permitiría recorrer, entre coches que circulan en doble dirección, el trayecto que siguió el Peugeot 306 de color azul de Sebald por la A146 hasta el lugar concreto de su accidente. Desde la fotografía donde se mostraba una imagen de la carretera salió un vector en blanco que se posó sobre un punto concreto de la vía e, inmediatamente después, la vista de pájaro en apenas un segundo se precipitó sobre la calzada por donde transitaba el intenso tráfico de los coches que salían o llegaban de Norfolk, a pocos kilómetros > > > > > > > > > > > > > > > > Y allí me quedé, dispuesto para el viaje, apretando el cursor del ordenador hacia delante. Era un día nublado de abril de 2012, once años después del accidente de Sebald, cuando alguien recorrió con su cámara móvil bajo el encargo de GOOGLE la A146 camino de Norfolk. Ya no cabe esa felicidad profunda y misteriosa al confirmar la exactitud del mapa, al concertar ambos mundos, el mundo mapeado y el mundo real, como si de un calco se tratara [...]
Acabo de llegar. Por fin. Junto a la valla pintada de blanco donde tuvo lugar el accidente mortal de Sebald. Giro el visor, como una brújula torpe, y acerco el zoom para ponerme de frente a ella. FRAMINGHAM PIGOT En efecto, ya no quedan restos de aquella conmemoración de su muerte que llevo a cabo el artista en el 2005. Dudo, incluso, por momentos, de que sea verdaderamente la valla que estaba buscando. Podría ser cualquiera de las que jalonan la A-146. En cada cruce. Pero me quedo con este lugar señalado, a pesar de todo. Por fin llegué hasta aquí [...]
FRAMINGHAM PIGOT-A146
Deletreando bien las palabras una última vez. Después de equivocarme varias veces. F-R-A-M-I-N-G-H-A-M. La H intercalada se me resistía. Los niños ya estaban cansados y se habían sentado junto a mí en el sillón, empezando a dar por finalizado el día. Le había estado dando vueltas a la muerte de Sebald, desde que volvió a mí de forma inesperada, todo el rato. La A146, esa carretera comarcal de doble dirección por donde aparecían pequeños pueblos brumosos que tanto le gustaba recorrer a Sebald. A-146. Sobre el mapa, iluminado en mi ordenador azul, señalé el punto de vista del satélite. (TIERRA) A vista de pájaro. Me di cuenta de que, en esa misma zona, en FRAMINGHAM PIGOT también, estaba la tumba de Sebald, en el cementerio que rodea a la Iglesia de Saint Andrew. Me gustaría también llegar hasta allí. Pensé. Ajusté el zoom todo lo que pude. Como un milano que en su vuelo roza las copas de los árboles. Cuando los niños lo ven caer en nuestros viajes al pueblo siempre lo señalan sorprendidos. Mira papá, un milano. Ten cuidado. Va a chocar contra nosotros. Pero nunca choca. Y permanecí durante varios minutos, mientras los niños seguían callados, adormecidos por el filtro monótono de la televisión, contemplando en la pantalla la repartición de las tierras en diferentes verdes y marrones, entre las vías rurales, de aquella comarca inglesa, todas desembocando en la A146. En el mapa de tierra algo parecía brillar en aquel paisaje llano y tranquilo, como destellos que iluminaban algunas zonas para replegarse de inmediato. Como avisos a distancia, que nada señalaban al cabo. O, al menos, así los creí ver. Como llamadas, sin destinatario. Los niños se habían puesto a ver dibujos animados en la televisión. Bajarla un poco, queréis. Está demasiado alta. Como si la contingencia del momento que todo paisaje es, neutralizada por la cartografía del mapa, fuera devuelta, aún desde tan lejos, a vista de pájaro, a vista de satélite, por la repartición de la tierra que llena sus líneas abstraídas. Entre ese irregular damero de verdes y marrones. Más tarde lo achaqué a un defecto propio de mi ordenador portátil de color azul, demasiado barato, que me habían regalado por el día del padre para poder escribir en cualquier sitio. Tumbado en la cama, incluso. No pesaba nada. Poco más que un cuaderno de espiral. Caí de pleno, sentado en el sillón, en aquel paisaje por donde Sebald había pasado infinidad de veces de regreso a su casa en Norfolk. Y respiré profundamente antes de precipitarme en la STREET VIEW que me permitiría recorrer, entre coches que circulan en doble dirección, el trayecto que siguió el Peugeot 306 de color azul de Sebald por la A146 hasta el lugar concreto de su accidente. Desde la fotografía donde se mostraba una imagen de la carretera salió un vector en blanco que se posó sobre un punto concreto de la vía e, inmediatamente después, la vista de pájaro en apenas un segundo se precipitó sobre la calzada por donde transitaba el intenso tráfico de los coches que salían o llegaban de Norfolk, a pocos kilómetros > > > > > > > > > > > > > > > > Y allí me quedé, dispuesto para el viaje, apretando el cursor del ordenador hacia delante. Era un día nublado de abril de 2012, once años después del accidente de Sebald, cuando alguien recorrió con su cámara móvil bajo el encargo de GOOGLE la A146 camino de Norfolk. Ya no cabe esa felicidad profunda y misteriosa al confirmar la exactitud del mapa, al concertar ambos mundos, el mundo mapeado y el mundo real, como si de un calco se tratara [...]
Acabo de llegar. Por fin. Junto a la valla pintada de blanco donde tuvo lugar el accidente mortal de Sebald. Giro el visor, como una brújula torpe, y acerco el zoom para ponerme de frente a ella. FRAMINGHAM PIGOT En efecto, ya no quedan restos de aquella conmemoración de su muerte que llevo a cabo el artista en el 2005. Dudo, incluso, por momentos, de que sea verdaderamente la valla que estaba buscando. Podría ser cualquiera de las que jalonan la A-146. En cada cruce. Pero me quedo con este lugar señalado, a pesar de todo. Por fin llegué hasta aquí [...]