LA CARTA BORRADA.
CORRESPONDENCIA ENTRE DESIGUALES
CORRESPONDENCIA ENTRE DESIGUALES
Ricardo Baduell
Aunque posterior al objeto de nuestro estudio (Las relaciones peligrosas, Pierre Choderlos de Laclos, 1782, y sus trasposiciones a cargo de Heiner Müller, Stephen Frears y Milos Forman, realizadas en los años ‘80 del siglo pasado), La carta robada, de Edgar Allan Poe (1845), condensa en unas veinte páginas y en el retirado espacio de un discreto salón aristocrático –en al menos dos sentidos, como veremos– los rasgos esenciales del sistema epistolar y conforma por medio de esta concisión desprovista de peripecias un modelo irónico ejemplar no sólo para el relato policíaco –respecto al cual no se ha subrayado tanto el carácter humorístico como la vocación intelectual, estrechamente dependiente de aquél–, sino también para la interpretación de las relaciones sociales, tarea emprendida por lo común desde un punto de vista muy contrario. Tres versiones de Laclos, como tres diosas a París, se ofrecen a nuestro juicio: el juego consistirá no ya en elegir la favorita, pues eso ocurre, como le ocurrió a París, aun antes de empezar a discurrir, sino en situar las diferencias entre las tres puestas en escena traídas a concurso sobre las tablas de un teatro a la vez social, estético, político y vital. El ojo del contemporáneo requerirá un ajuste.
¿Quién escribía en los tiempos de Laclos? ¿Entre quienes circulaban las cartas? ¿Hasta qué punto esa sociedad no sigue siendo el modelo de la empleada por Poe en su relato ambientado en un París puramente imaginario, un París intelectual, cuando lo escribe más de sesenta años después? Aunque el lector reconozca, tras las intrigas a las que aluden Dupin, al narrador y al prefecto de policía, al mundo de la monarquía de Luis Felipe, el carácter comprometedor de una carta dirigida a la reina remite a un universo, o a un régimen, más antiguo: sin ir más lejos, al de Los tres mosqueteros. Es un régimen cuya restauración postbonapartista no ha logrado relegitimar plenamente y en consecuencia se sobrevive a sí mismo, a solo tres años de las jornadas de Julio. Los caballeros reunidos en la “biblioteca o gabinete de estudios” de Dupin, donde se apersona el tan “divertido” como “despreciable” prefecto de policía en busca de auxilio, pertenecen también al viejo orden y es desde su privilegiada condición que tanto narrador como protagonista consideran al esforzado y corrupto funcionario, cabal representante de los tiempos modernos y sus modos de gestión [...]