Shoah
[...] Insistamos en algo ya dicho: a la par que obra de arte, Shoah es una reflexión sobre la creación artística que interroga sus condiciones de posibilidad y sus límites, muy en particular los que afectan al cine en tanto que arte de la imagen. Esa indagación estética adquiere especial gravedad cuando al medio fílmico se le encomienda representar la barbarie de los campos. Siendo así, la creación de Lanzmann es, simultáneamente, producto fílmico y meditación metafílmica, praxis de la imagen y teoría de la imagen. Por más que esta última no se presente como discurso explícito, se deduce de manera inequívoca de aquella: al adoptar determinadas decisiones de puesta en escena, la poética del filme está dando respuesta indirecta a las preguntas mayores que obsesionan a la reflexión sobre la imagen. De ahí la necesidad de analizar la obra prestando sostenida atención al pensamiento cinematográfico que tácitamente contiene. (En parte explicitado, no hay que omitirlo, en los escritos del cineasta).
En esta sección abordaremos esa problemática mediante la reconstrucción de los contextos subyacentes. Contexto próximo: las teorizaciones contemporáneas sobre la imagen, estrechamente asociadas al surgimiento y evolución del séptimo arte, así como de su ancestro fotográfico. Contexto remoto: la ingente masa de discursos que, desde múltiples disciplinas filosóficas (ontología y gnoseología; estética y ética; antropología y filosofía política) y teológicas, y según enfoques diversos (seculares y religiosos; descriptivos y explicativos; especulativos y empíricos; progresistas y reaccionarios), acompañan, como su conciencia teórica, la práctica milenaria de la imagen. Ni que decir tiene, no podrá emprenderse aquí un estudio exhaustivo de ese inmenso campo de investigación; el propósito es mucho más modesto: poner de manifiesto las principales líneas de fuerza que lo atraviesan y que veladamente determinan la poética del filme de Lanzmann. Objeto de la teoría, historia y crítica estéticas, Shoah reclama, con idéntico derecho, una lectura filosófica resuelta a dar cuenta de su pensamiento cinematográfico.
La paradójica unidad de presencia y ausencia
Una consideración panorámica de los discursos sobre la imagen arroja un resultado chocante. Por un lado, la complejidad extrema de un ámbito sobredeterminado: densa taxonomía (diferencia entre imágenes externas e internas, o mentales; pero también su proliferación en función de la multiplicidad de modalidades artísticas y orientaciones estilísticas); tensión entre su constancia como invariante antropológica y la gran diversidad de sus manifestaciones epocales; multiplicidad de planos (estético; religioso; psicológico; político; económico…) concurrentes; vasta pluralidad funcional; a todo lo cual ha de añadirse el conflicto de interpretaciones, de inusitada hostilidad, que ostenta su tematización intelectual. Pero, por otro lado, una y otra vez se repite, a manera de leitmotiv teórico, una tensa dualidad en la que parecen resolverse todas las teorizaciones: lo imaginario se reduce a la coincidencia, en una sola entidad, de dos motivos opuestos, presencia y ausencia. Como si el vocablo “imagen” no fuese otra cosa que la abreviatura de un oxímoron. A él vuelve, de manera recurrente a lo largo de los siglos, cualquier meditación sobre el orden de lo imaginario. Acaso su formulación más luminosa –pero la potente luz emanada del diálogo enfoca aquí un claroscuro que se diría irreductible– provenga, fundacionalmente, del texto platónico:
Extranjero.- Dices entonces que lo que se parece es algo que no es, si afirmas que no es verdadero. Pero existe.
Teeteto.- ¿Cómo?
Extranjero.- No de un modo verdadero, según dices.
Teeteto.- No, por cierto, si bien es realmente una imagen.
Extranjero- Lo que decimos que es realmente una imagen, ¿acaso no es realmente lo que no es?
Teeteto.- Es de temer que el no-ser esté entrelazado con el ser mediante una combinación de este tipo, lo cual es muy insólito.
Extranjero- ¿Cómo no ha de ser insólito? Al menos ves que también ahora, y gracias a este entrecruzamiento, el sofista de muchas cabezas nos obligó a admitir, a pesar nuestro, que lo que no es, en cierto modo es [PLATÓN, Sofista 240 b-c, op. cit., pp.395-398].
Dato a retener: lo filosóficamente intratable de la imagen –si es tarea del filósofo establecer una inviolable frontera entre el ser y el no-ser, ¿cómo no habría de inquietarle algo que se empecina en ser morador de ambos mundos?– connotaría su complicidad con el antagonista execrado, el sofista. Desde la fundación platónica, la reflexión sobre la imagen nunca ha abandonado un designio crítico nacido del recelo y la sospecha. Escándalo mayor de la imagen: su estatuto paradójico o aporético impone considerar una forma de conciencia que parece sustraerse al principio de no-contradicción, por cuanto establece la solidaridad de lo incompatible; el binomio presencia-ausencia no designaría aquí un dilema o alternativa (esto o lo otro) sino una connivencia (esto y lo otro) indomeñable en el elemento del concepto [...]
(En este fragmento del libro no se ha incluido las llamadas de las notas y sus correspondientes textos)
En esta sección abordaremos esa problemática mediante la reconstrucción de los contextos subyacentes. Contexto próximo: las teorizaciones contemporáneas sobre la imagen, estrechamente asociadas al surgimiento y evolución del séptimo arte, así como de su ancestro fotográfico. Contexto remoto: la ingente masa de discursos que, desde múltiples disciplinas filosóficas (ontología y gnoseología; estética y ética; antropología y filosofía política) y teológicas, y según enfoques diversos (seculares y religiosos; descriptivos y explicativos; especulativos y empíricos; progresistas y reaccionarios), acompañan, como su conciencia teórica, la práctica milenaria de la imagen. Ni que decir tiene, no podrá emprenderse aquí un estudio exhaustivo de ese inmenso campo de investigación; el propósito es mucho más modesto: poner de manifiesto las principales líneas de fuerza que lo atraviesan y que veladamente determinan la poética del filme de Lanzmann. Objeto de la teoría, historia y crítica estéticas, Shoah reclama, con idéntico derecho, una lectura filosófica resuelta a dar cuenta de su pensamiento cinematográfico.
La paradójica unidad de presencia y ausencia
Una consideración panorámica de los discursos sobre la imagen arroja un resultado chocante. Por un lado, la complejidad extrema de un ámbito sobredeterminado: densa taxonomía (diferencia entre imágenes externas e internas, o mentales; pero también su proliferación en función de la multiplicidad de modalidades artísticas y orientaciones estilísticas); tensión entre su constancia como invariante antropológica y la gran diversidad de sus manifestaciones epocales; multiplicidad de planos (estético; religioso; psicológico; político; económico…) concurrentes; vasta pluralidad funcional; a todo lo cual ha de añadirse el conflicto de interpretaciones, de inusitada hostilidad, que ostenta su tematización intelectual. Pero, por otro lado, una y otra vez se repite, a manera de leitmotiv teórico, una tensa dualidad en la que parecen resolverse todas las teorizaciones: lo imaginario se reduce a la coincidencia, en una sola entidad, de dos motivos opuestos, presencia y ausencia. Como si el vocablo “imagen” no fuese otra cosa que la abreviatura de un oxímoron. A él vuelve, de manera recurrente a lo largo de los siglos, cualquier meditación sobre el orden de lo imaginario. Acaso su formulación más luminosa –pero la potente luz emanada del diálogo enfoca aquí un claroscuro que se diría irreductible– provenga, fundacionalmente, del texto platónico:
Extranjero.- Dices entonces que lo que se parece es algo que no es, si afirmas que no es verdadero. Pero existe.
Teeteto.- ¿Cómo?
Extranjero.- No de un modo verdadero, según dices.
Teeteto.- No, por cierto, si bien es realmente una imagen.
Extranjero- Lo que decimos que es realmente una imagen, ¿acaso no es realmente lo que no es?
Teeteto.- Es de temer que el no-ser esté entrelazado con el ser mediante una combinación de este tipo, lo cual es muy insólito.
Extranjero- ¿Cómo no ha de ser insólito? Al menos ves que también ahora, y gracias a este entrecruzamiento, el sofista de muchas cabezas nos obligó a admitir, a pesar nuestro, que lo que no es, en cierto modo es [PLATÓN, Sofista 240 b-c, op. cit., pp.395-398].
Dato a retener: lo filosóficamente intratable de la imagen –si es tarea del filósofo establecer una inviolable frontera entre el ser y el no-ser, ¿cómo no habría de inquietarle algo que se empecina en ser morador de ambos mundos?– connotaría su complicidad con el antagonista execrado, el sofista. Desde la fundación platónica, la reflexión sobre la imagen nunca ha abandonado un designio crítico nacido del recelo y la sospecha. Escándalo mayor de la imagen: su estatuto paradójico o aporético impone considerar una forma de conciencia que parece sustraerse al principio de no-contradicción, por cuanto establece la solidaridad de lo incompatible; el binomio presencia-ausencia no designaría aquí un dilema o alternativa (esto o lo otro) sino una connivencia (esto y lo otro) indomeñable en el elemento del concepto [...]
(En este fragmento del libro no se ha incluido las llamadas de las notas y sus correspondientes textos)
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