Cuentos de la luna pálida de agosto
Confesar haber encontrado el tema para un película gracias a ciertas “presencias” no deja de suscitar, entre las personas razonables, la indignación, el desprecio o la piedad –el sentimiento varía según el grado de responsabilidad mental atribuido al culpable– porque para las personas en cuestión la experiencia que acabo de evocar es una historia “de fantasmas”. Sin embargo, muchos aticistas son capaces de mirar, con un placer que permite suponer la creencia, productos audiovisuales salvajes en los que vemos ectoplasmas o cuerpos esqueléticos ejecutar actos abominables en viejas mansiones.
Una de las escenas de fantasmas más admiradas de la historia del cine se encuentra en Los cuentos de la luna pálida de agosto, de Mizoguchi. La potencia de la representación procede precisamente del hecho de que el espectador no sospecha que ese episodio muestra otra cosa que los aspectos más ordinarios de la naturaleza. La esposa que recibe a su marido que ha regresado de la guerra está interpretada por una verdadera mujer, cuya energía vital nos transmite la imagen, y en el plano en el que la vimos luchar con un soldado para proteger a su hijo, esa misma energía representaba en efecto la de un ser vivo; aunque hayamos visto a la mujer golpeada por el soldado, la elipsis nos permite creer que no ha sido herida gravemente. La escena en la que habla con su esposo deviene, para nosotros, una historia de fantasmas solo en la secuencia siguiente, en la que el marido se entera de que su mujer murió como consecuencia de esa agresión: la aparición del espectro adquiere entonces, a posteriori, una potencia sobrenatural, precisamente porque la hemos aprehendido como si formara parte del orden de la Naturaleza. Esto también explica el éxito de la última secuencia del filme, en la que el esposo y el hijo de la difunta le realizan ofrendas de alimentos. Sentimos la presencia, que permanece no obstante invisible, porque, gracias al arte del cine, ya hemos visto al fantasma, y lo hemos aceptado como una realidad natural.
Esta Naturaleza donde los fantasmas son presencias ordinarias, ¿es una creación del cine? Pero es necesario comenzar formulando otra pregunta: ¿qué es un fantasma? [...]
Una de las escenas de fantasmas más admiradas de la historia del cine se encuentra en Los cuentos de la luna pálida de agosto, de Mizoguchi. La potencia de la representación procede precisamente del hecho de que el espectador no sospecha que ese episodio muestra otra cosa que los aspectos más ordinarios de la naturaleza. La esposa que recibe a su marido que ha regresado de la guerra está interpretada por una verdadera mujer, cuya energía vital nos transmite la imagen, y en el plano en el que la vimos luchar con un soldado para proteger a su hijo, esa misma energía representaba en efecto la de un ser vivo; aunque hayamos visto a la mujer golpeada por el soldado, la elipsis nos permite creer que no ha sido herida gravemente. La escena en la que habla con su esposo deviene, para nosotros, una historia de fantasmas solo en la secuencia siguiente, en la que el marido se entera de que su mujer murió como consecuencia de esa agresión: la aparición del espectro adquiere entonces, a posteriori, una potencia sobrenatural, precisamente porque la hemos aprehendido como si formara parte del orden de la Naturaleza. Esto también explica el éxito de la última secuencia del filme, en la que el esposo y el hijo de la difunta le realizan ofrendas de alimentos. Sentimos la presencia, que permanece no obstante invisible, porque, gracias al arte del cine, ya hemos visto al fantasma, y lo hemos aceptado como una realidad natural.
Esta Naturaleza donde los fantasmas son presencias ordinarias, ¿es una creación del cine? Pero es necesario comenzar formulando otra pregunta: ¿qué es un fantasma? [...]