Claude Lanzmann
A más de treinta años de su estreno (1985), Shoah, el filme de Claude Lanzmann, goza –y cabe conjeturar que el paso de los años, en lugar de empañar ese prestigio, contribuirá a incrementarlo– del estatus de obra mayor. En realidad, el juicio subyacente a esa valoración se impuso muy tempranamente, podría incluso decirse que desde el momento en que sus más de nueve horas estuvieron disponibles para la mirada, perturbada y fascinada, del espectador cinematográfico. Pero la evidencia de su magnitud como obra artística, lejos de zanjar los desafíos que plantea a la reflexión, no hace sino agudizarlos. Ocurre con toda obra maestra: supuesta la grandeza que su contemplación fuerza a reconocer, ¿cómo dar cuenta en un segundo momento –ya no meramente receptivo, sino reflexivo; situado en un plano de exigencia teórica, de elucidación conceptual– de ese carácter a la par patente y enigmático? ¿Por qué ciertos productos estéticos adquieren ante la subjetividad que los acoge un valor tan extraordinario que obliga a caracterizarlos como “obras maestras”? Quizá resida ahí el máximo desafío que la estética, vocacionalmente entregada a pensar la obra artística, debe asumir, justificando discursivamente lo que en el plano de la experiencia ostenta carácter de evidencia. Tal es el marco en que se inscribirá cuanto sigue: desde la convicción, de índole pre-reflexiva, de que Shoah es una obra mayor, un chef-d’oeuvre, emprender un análisis del filme que permita argumentar esa certidumbre intuitiva. A sabiendas de que la tarea que así se abre nunca podrá ser por entero consumada: no es necesario asumir una mitología de cuño neorromántico para reconocer que se da en la experiencia de la obra de arte una tenaz resistencia a su esclarecimiento discursivo; por exitosa que la operación resulte, siempre restará, a título de residuo irreductible al trabajo categorial, un excedente inconceptualizable. No debe verse en ello una petitio principii; más bien, la constatación, ampliamente sancionada por los resultados de la teoría y crítica del arte, de un hecho. No obstante, esa dimensión de fracaso o fiasco inherente a la reflexión sobre el arte no tiene por qué teñir de pesimismo el esfuerzo filosófico: sus límites, solo revelados al término del proceso, son también expresión del valor, inmenso, de su objeto; constituyen una celebración reflexiva del enigma del arte. El análisis de Shoah acreditará esta consideración preliminar.
¿Por qué, pues, es Shoah un filme magistral, un opus magnum del arte cinematográfico? Comencemos señalando un hecho notable: en la película de Lanzmann confluyen dos instancias decisivas para la caracterización del siglo XX. Por un lado, el tema del filme –el exterminio de los judíos europeos– constituye el paradigma de toda una constelación de prácticas de barbarie que, al menos desde 1914, acompañaron la historia de la pasada centuria; sea cual sea el juicio histórico del que los últimos cien años se hagan merecedores –no conviene descartar que la instalación en un pesimismo civilizatorio pueda pecar de unilateralidad al enjuiciar el claroscuro, irreductible por igual a la luminosidad del imaginario progresista (el siglo XX habría traído consigo capitales avances civilizatorios: Estado del bienestar; proliferación de los regímenes democráticos; emancipación femenina; escolarización obligatoria…) y a la negrura absoluta (dos guerras mundiales; múltiples procesos genocidas; miseria del Tercer Mundo; deriva totalitaria, a la que no fueron ajenos sistemas nacidos de un proyecto emancipatorio e igualitario; amenaza nuclear; destrucción del entorno natural…) proclamada por quienes denuncian implacablemente la ilusión modernista, de la experiencia contemporánea–, la constatación, trágica y masiva, de la aniquilación industrial de millones de seres humanos inocentes habrá marcado de manera indeleble la conciencia del siglo. Por otro lado, en el ámbito de la creación artística, la pasada centuria habrá sido el siglo del cine, pues ningún otro medio de expresión ha podido disputarle la hegemonía (no solo estética; también comercial e industrial) en el imaginario del hombre contemporáneo. Así pues, dos ingredientes esenciales del siglo XX, la perpetración omnímoda de barbarie y la supremacía del arte cinematográfico, se habrían dado cita en Shoah y, en virtud de ello, habrían inscrito ese filme en el corazón de la experiencia contemporánea [...]
Seguir leyendo:
Shoah. El campo fuera de campo
Shoah. El campo fuera de campo