Rainer Werner Fassbinder, importante por desparejo
Rainer Werner Fassbinder
“Desde que empecé a reflexionar sobre mí mismo, me he considerado una vedette. Soy así desde los siete años”, declaraba Fassbinder el año pasado en la televisión. Entre los siete años (la edad de la razón) y los treinta y seis (Fassbinder había nacido en 1946 y murió ayer en Munich, aún no se sabe por qué), pasaron casi treinta años bajo la mirada de los otros. Treinta años para convertirse en un nombre, luego en un cuerpo, después en un personaje y finalmente en una leyenda. Consciente de ser una vedette, a Fassbinder le costó menos que a otros a encontrar escenas en las que producirse, máquinas para domesticar, una troupe de actores que lo siguiera. En Alemania se ignoraron sus películas durante mucho tiempo, como se ignoraba al puñado de iracundos que querían rehacer el cine alemán en los años ‘60. Y que sabían que partían de cero. Aceptaron a Fassbinder cuando él mismo aceptó administrar a gran escala el duelo de la historia alemana. No nos olvidemos: El matrimonio de María Braun, primer éxito popular, ¡era su filme nº 31!
Siempre medimos mal la amplitud de las actividades de Fassbinder. Despreció por completo la diferencia entre los géneros y entre los medios y jamás (afortunadamente) se preocupó por tener una “especialidad”. Es lo propio de los actores. Allí reside su fuerza. En Francia conocemos solo algunas de sus películas (15 de 38), casi nada de su teatro o de su televisión. Y hasta ahora hemos visto sus películas en un desorden tal que una y otra vez nos ha impedido situar con exactitud mensual la producción fassbinderiana en la historia de Alemania (la del boom, los marginales, los terroristas). La historia de la celebridad de Fassbinder en Francia es la de una persecución casi cómica. Cinéfilos, críticos y distribuidores corrían tras su retraso. Tan pronto como una imagen de Fassbinder empezaba a “prender”, un viejo filme, súbitamente exhumado, la relativizaba. Tan pronto como se estrenaba “el último Fassbinder”, descubríamos que había uno o dos más, hechos después. En resumen, nunca estuvimos, él y nosotros, sincronizados. Lo reconocimos, pero no lo seguimos. Lo encontramos, pero no lo conocimos. Cambiamos de opinión quince veces a propósito de su obra, irritados por su jadeante proliferación. Enterramos al autor, lo redescubrimos, temimos lo peor, redescubrimos lo mejor. Fassbinder agotó a sus comentaristas y le ganó de mano a todo el mundo. Incluso se ganó de mano a sí mismo, al final [...]
Siempre medimos mal la amplitud de las actividades de Fassbinder. Despreció por completo la diferencia entre los géneros y entre los medios y jamás (afortunadamente) se preocupó por tener una “especialidad”. Es lo propio de los actores. Allí reside su fuerza. En Francia conocemos solo algunas de sus películas (15 de 38), casi nada de su teatro o de su televisión. Y hasta ahora hemos visto sus películas en un desorden tal que una y otra vez nos ha impedido situar con exactitud mensual la producción fassbinderiana en la historia de Alemania (la del boom, los marginales, los terroristas). La historia de la celebridad de Fassbinder en Francia es la de una persecución casi cómica. Cinéfilos, críticos y distribuidores corrían tras su retraso. Tan pronto como una imagen de Fassbinder empezaba a “prender”, un viejo filme, súbitamente exhumado, la relativizaba. Tan pronto como se estrenaba “el último Fassbinder”, descubríamos que había uno o dos más, hechos después. En resumen, nunca estuvimos, él y nosotros, sincronizados. Lo reconocimos, pero no lo seguimos. Lo encontramos, pero no lo conocimos. Cambiamos de opinión quince veces a propósito de su obra, irritados por su jadeante proliferación. Enterramos al autor, lo redescubrimos, temimos lo peor, redescubrimos lo mejor. Fassbinder agotó a sus comentaristas y le ganó de mano a todo el mundo. Incluso se ganó de mano a sí mismo, al final [...]