Querelle (1982). El imperativo de la imagen
Querelle: La deconstrucción del clasicismo
Querelle funciona como un texto en el que, sin haberse operado una drástica ruptura con respecto a las formas clásicas, consuma una desviación de las normas, un desplazamiento de los modos de representación instituidos, una parodia que reinventa la escritura clásica concebida como representación transparente del mundo, y nos la trae de vuelta en su opacidad como lugar de la ambigüedad y el simulacro, en un lenguaje que lejos de fijar la identidad de los seres y las cosas, la cuestiona y pone en crisis.
Según González Requena, el texto clásico (1) se caracteriza por una determinada economía de la significación entre el orden del significado y el significante que no deja lugar a la autonomía de la forma, ni a una inflación de sentido que abocaría previsiblemente a la ambigüedad. Es decir, el lenguaje no se problematiza. Sin embargo, en las imágenes de Sirk proliferaban los espejos:
Un texto que se quiere espejo no puede introducir un espejo en su interior pues, de hacerlo, la situación especular quedaría inmediatamente denunciada. El segundo espejo denuncia al primero y así la evidencia ilusoria de la captura del referente (ese fetiche estético burgués por excelencia) comienza enseguida a resquebrajarse). La ambigüedad (porque no es otro el problema del lenguaje) ocupa desde entonces el lugar del maltrecho referente. (2)
1.GONZÁLEZ REQUENA, Jesús, “En los límites del cine clásico: la escritura manierista de Douglas Sirk”,
http://www.gonzalezrequena.com/resources/1985%20En%20los%20l%C3%ADmites%20del%20cine%20cl%C3%A1sico%20%20la%20escritura%20manierista%20de%20Douglas%20Sirk.pdf
2. Ib., p.2.
Fassbinder, declarado admirador de Sirk, dinamita los puentes que ahorran a la mirada la distancia entre lo presente y lo representado, referente y sentido. Los códigos narrativos y textuales se explotan, no a través del trabajo de la negación crítica, sino mediante la reescritura de los modos tradicionales de presentación visual, a partir de una economía esquizofrénica que bascula entre la identificación clásica y la objetivación teatral de raigambre brechtiana, esto es, la implicación y la alienación sin pretensión de asimilación ulterior entre ellas, resolviéndose en una dialéctica negativa que no aspira a conciliar sus contradicciones por más que puedan ser juzgadas como incoherencias, antes bien, las manifiesta y exhibe.
En este sentido, los espejos y otros significantes que juegan como espejos (el actor Hanno Pöschl interpretando dos personajes, Robert y Gil, la palabra de Selbon o el mismo Querelle, que según la definición de Genet, “desdibujaba las figuras, pero le daba un sentido” [3]), surgen como huella de una distancia que separa la representación de su efecto de sentido. Porque en la economía de la representación todo funciona sobre una ausencia que, por lo demás, es la esencia misma del signo, en tanto que apunta a lo otro, denotando un referente que él no es.
3. GENET, Jean, Querelle de Brest, Editor original: Polifemo7 (v1.0) ePub base v2.0, p.1071.
La imitación, el doble, la mise en abîme, el develamiento de la tramoya y la denuncia de la impostura son también temas manieristas que la posmodernidad recupera y desde los que urde su peculiar ontología nómada y descentrada. Si el estilo manierista según Dubois (4) debe ser pensado en una dialéctica del ser y el parecer, la posmodernidad elimina el dualismo, y sabemos desde Nietzsche que si desaparece el Mundo verdadero eliminamos también el Mundo aparente. ¿Qué nos queda entonces? El reino de los signos que no remiten más que a sí mismos, una sucesión infinita de máscaras que no velan ni velaron, rostro alguno, presencia donadora de sentido ni generadora de significado. Nos queda la imagen que ya no representa, nos queda la exhibición nihilista del sujeto como patético intento de afirmación y que solo manifiesta una impotencia en su abrazo fanático al dominio de las formas. Pero ¿impotencia para qué? Lo suponemos. Alcanzar la plenitud, llegar a los condominios del ser, el principio de identidad, la verdad del ente, la coincidencia de la representación con la presencia siempre ausente que engendra una nostalgia eterna [...]
4. DUBOIS, Claude-Gilbert, El manierismo, Barcelona: Ediciones Península, 1980.
Querelle funciona como un texto en el que, sin haberse operado una drástica ruptura con respecto a las formas clásicas, consuma una desviación de las normas, un desplazamiento de los modos de representación instituidos, una parodia que reinventa la escritura clásica concebida como representación transparente del mundo, y nos la trae de vuelta en su opacidad como lugar de la ambigüedad y el simulacro, en un lenguaje que lejos de fijar la identidad de los seres y las cosas, la cuestiona y pone en crisis.
Según González Requena, el texto clásico (1) se caracteriza por una determinada economía de la significación entre el orden del significado y el significante que no deja lugar a la autonomía de la forma, ni a una inflación de sentido que abocaría previsiblemente a la ambigüedad. Es decir, el lenguaje no se problematiza. Sin embargo, en las imágenes de Sirk proliferaban los espejos:
Un texto que se quiere espejo no puede introducir un espejo en su interior pues, de hacerlo, la situación especular quedaría inmediatamente denunciada. El segundo espejo denuncia al primero y así la evidencia ilusoria de la captura del referente (ese fetiche estético burgués por excelencia) comienza enseguida a resquebrajarse). La ambigüedad (porque no es otro el problema del lenguaje) ocupa desde entonces el lugar del maltrecho referente. (2)
1.GONZÁLEZ REQUENA, Jesús, “En los límites del cine clásico: la escritura manierista de Douglas Sirk”,
http://www.gonzalezrequena.com/resources/1985%20En%20los%20l%C3%ADmites%20del%20cine%20cl%C3%A1sico%20%20la%20escritura%20manierista%20de%20Douglas%20Sirk.pdf
2. Ib., p.2.
Fassbinder, declarado admirador de Sirk, dinamita los puentes que ahorran a la mirada la distancia entre lo presente y lo representado, referente y sentido. Los códigos narrativos y textuales se explotan, no a través del trabajo de la negación crítica, sino mediante la reescritura de los modos tradicionales de presentación visual, a partir de una economía esquizofrénica que bascula entre la identificación clásica y la objetivación teatral de raigambre brechtiana, esto es, la implicación y la alienación sin pretensión de asimilación ulterior entre ellas, resolviéndose en una dialéctica negativa que no aspira a conciliar sus contradicciones por más que puedan ser juzgadas como incoherencias, antes bien, las manifiesta y exhibe.
En este sentido, los espejos y otros significantes que juegan como espejos (el actor Hanno Pöschl interpretando dos personajes, Robert y Gil, la palabra de Selbon o el mismo Querelle, que según la definición de Genet, “desdibujaba las figuras, pero le daba un sentido” [3]), surgen como huella de una distancia que separa la representación de su efecto de sentido. Porque en la economía de la representación todo funciona sobre una ausencia que, por lo demás, es la esencia misma del signo, en tanto que apunta a lo otro, denotando un referente que él no es.
3. GENET, Jean, Querelle de Brest, Editor original: Polifemo7 (v1.0) ePub base v2.0, p.1071.
La imitación, el doble, la mise en abîme, el develamiento de la tramoya y la denuncia de la impostura son también temas manieristas que la posmodernidad recupera y desde los que urde su peculiar ontología nómada y descentrada. Si el estilo manierista según Dubois (4) debe ser pensado en una dialéctica del ser y el parecer, la posmodernidad elimina el dualismo, y sabemos desde Nietzsche que si desaparece el Mundo verdadero eliminamos también el Mundo aparente. ¿Qué nos queda entonces? El reino de los signos que no remiten más que a sí mismos, una sucesión infinita de máscaras que no velan ni velaron, rostro alguno, presencia donadora de sentido ni generadora de significado. Nos queda la imagen que ya no representa, nos queda la exhibición nihilista del sujeto como patético intento de afirmación y que solo manifiesta una impotencia en su abrazo fanático al dominio de las formas. Pero ¿impotencia para qué? Lo suponemos. Alcanzar la plenitud, llegar a los condominios del ser, el principio de identidad, la verdad del ente, la coincidencia de la representación con la presencia siempre ausente que engendra una nostalgia eterna [...]
4. DUBOIS, Claude-Gilbert, El manierismo, Barcelona: Ediciones Península, 1980.