LA MONJA ENAMORADA
La separación de los cuerpos hacía
más estrecha la unión de las almas.
Y la misma ausencia del cuerpo
encendía más el amor.
Abelardo, Historia Calamitatum
En enero de 1669 se publicó en París un libro titulado Lettres portugaises traduites en français. Reunía cinco cartas firmadas por la monja portuguesa Mariana Alcoforado, priora en un convento en Beja. Las epístolas –de todo punto extraordinarias– estaban dirigidas a su ingrato amado, el conde Noël Bouton de Chamilly, un joven oficial del ejército francés que había estado en el país luso entre 1663 y 1668. Esas cinco cartas despliegan todo el proceso erótico vivido por la religiosa y el conde, desde el inicial enamoramiento, cuando Mariana ve desfilar con gallardía al joven a caballo, hasta los reproches finales de una mujer que se ha entregado fatalmente y ha sido para siempre abandonada en el convento.
Muy pronto, las cartas alcanzaron una gran popularidad, hasta el punto de ser reeditadas en numerosas ocasiones y convertirse en un modelo de amor extremadamente pasional, también cruelmente (no) correspondido. Su huella, de hecho, se deja ver en autores como Choderlos de Laclos o Stendhal. Pero estas misivas acompañaron además, y a menudo, algunas reflexiones capitales sobre el amor de Ortega y Gasset o de Rainer Maria Rilke. En el caso de este último, de una forma tan intensa que él mismo llegó a traducirlas y comentarlas con detalle.
Sin embargo, lo que ni el poeta ni Ortega sabían es que, al parecer, tales cartas no fueron redactadas por una afligida mujer sin ninguna experiencia en la vida, sor Mariana Alcoforado, sino por un hombre de mundo: Gabriel-Joseph de Lavergne, vizconde de Guilleragues, periodista y diplomático francés del S. XVII. Pero no nos interesa demasiado –en este momento– detenernos en un caso ciertamente fascinante de impostura autorial, donde un escritor –varón– es capaz de convencer durante siglos de la veracidad del sentimiento de una mujer singular y sensible que, por lo demás, existió en realidad. Y de la que consta que, efectivamente, vivió enclaustrada en el monasterio de Beja, al sur de Portugal, por las mismas fechas en que se redactan las cartas. De hecho, algunos investigadores, como el portugués Luciano Cordeiro (que tradujo las cartas para Lello & Irmaos y realizó una minuciosa pesquisa historiográfica) defienden la autoría de Mariana Alcoforado. Por nuestra parte, tan solo queremos leer estas sorprendentes epístolas en lo que ellas muestran –sea quien sea su autor(a)– de los fulgurantes caminos que el sentimiento de amor hace tomar al acto de escritura cuando este se impone la meta –no demasiado transitada, frente a lo que pudiera parecer– de asumir el fragor de la pasión amorosa hasta sus últimas consecuencias. Diríamos que estos cinco textos delimitan, en un recorrido muy corto y apremiante, casi todos los trances que la pasión de amor infunde en el espíritu de uno de los amantes. El más pobre –en principio– de estos amantes; el que, habiéndolo dado y arriesgado todo, es finalmente abandonado y –tal vez– olvidado para siempre [...]