NI UNA PALABRA DE VERDAD
Miguel Ángel Hernández-Saavedra
En el invierno de 1852, en vísperas de la Navidad, el poeta bucarestino de origen italo-eslavo, afincado en Chartres, Ilya Desideri, cuya obra yace en el olvido de la Historia, aficionado a la filosofía de altos vuelos y adorador de los rubores que ocasiona la belleza, escribió una última carta a la que fue su amante durante casi un lustro, su “querida Medusita”, quien vivía en las afueras de París, en una casa de campo junto a su marido tudesco, veintiséis años mayor que ella, y sus dos hijos y medio, pues el mayor lo era de su esposo, viudo a la sazón de su primera mujer, Elfriede, fallecida tras darlo a luz, sobrina de Theodor Schuster, la finada, profesor en Gotinga y figura relevante, el tío, de la Liga de los Proscritos. La carta, muy larga y lustrosa, empieza así:
Mi querida Medusita, mi bendición flagrante, mi amor lluvioso…
Ya no sé qué escribirte; la vergüenza se ha apoderado de mis manos. Como si mis dedos se negaran a doblarse para empuñar la pluma. ¿Cómo sostener la interlocución con los que, cada vez, cambian de registro? Lo he venido sintiendo, y al final la cabeza se niega a participar en este escándalo. Un escándalo del corazón… Sé que me amas. Y sé que el amor no te libra de la más penosa tristeza, disimulada con deudas que desdibujan los cálculos. En este mundo en que se mezclan las pasiones con la observancia del método, mis escrituras no agarran lo que deben. Siento que mis afectos no hallan el refrendo de tus gestos y que tu discurso sagrado, pues siempre lo fue para mí, expulsa de su interior los ritos que hicieron grande y hermoso nuestro mito. ¡Yo no puedo amarte si tú no veneras mis escrituras! ¡Tú no puedes amarme si yo no te venero así, escribiéndote! (…) Que tu marido lo supiera desde el principio no significa que este amor merezca un sitio en lo más recóndito del menos glorioso poema. Tal vez sin tanta media verdad, tanta conciencia abstracta, tanta hipótesis, el destino nos habría sido más propicio. Nos ha faltado política y nos ha sobrado liturgia. ¿O es al revés? De repente, desconozco las diferencias. Ahora creo, mi querida Medusita, mi bendición, que la verdad acaba con todo, porque la verdad nunca es completa. Jamás. Parece serlo, lo aparenta. Y de esa totalidad falsa no se sale ileso. Ni siquiera estos cuarenta y cinco kilómetros, multiplicados por dos, suman los noventa que hay desde mi catedral hasta tu casa.
De repente, emerge la otra figura. Lo sobrevenido [...]