Botonera

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3.5.18

XVIII - "MELANCOLÍA" - A MODO DE EPITAFIO. COMO UN AVIÓN EXTENUADO




Anselm Kiefeer, Melancholia, 1990-1991



De los elementos alegóricos que pueblan Melancholia I, el grabado de Durero de 1514, nada queda en la escultura Melancholia de Anselm Kiefer, excepto bajo la forma de la ruina. 

Anselm Kiefer nació en 1945, dos meses después del final de la Segunda Guerra, en un sótano de hospital sobre el que se oían caer las bombas. Fue en una ciudad entre la Selva Negra y el lago Constanza, en el mapa de una Alemania derrotada. Kiefer pintó playas desiertas, topografías calcinadas, árboles en llamas y hombres que se pierden en un bosque. Cortó sus lienzos con cuchillos y machetes y les arrojó cenizas, plomo y arena. “Cuando pinto, se libra una guerra en mi cabeza”, dijo alguna vez. 

Su Melancholia es un avión de plomo, ese metal pulido por Saturno, que parece de juguete. Kiefer no tuvo juguetes, sino escombros. El avión es la réplica en miniatura de un Messerschmidt 1944, el primer avión a reacción alemán. Lleva en el ala el poliedro de cristal de Durero, pero en su interior no asoma un rostro que se forma o se esfuma, como en aquella estampa maestra, sino un manojo de residuos y polvo. En la Melancholia de Kiefer, el ángel es un bombardero a ras del piso, cubierto de cenizas. Un animalito agotado, detenido para siempre en una sala de museo. Una ruina parlante, que nos susurraría al oído: “estoy tan triste”, si le quedaran fuerzas para hablar. Pero las cosas hablan desde su silencio. El avión angelado de Kiefer carga en su plomo extenuado toda la melancolía del S. XX. Es trauma y luto. Si le quedaran fuerzas para empezar a andar, se arrastraría. Pero está cansado, extraordinariamente cansado de volar. 

La Melancholia de Kiefer no tiene reglas ni compases, relojes de arena ni balanzas, esferas de madera, campanillas, escaleras de siete peldaños ni cuadrados mágicos. No está encarnada en una persona, como la figura femenina alada de Durero, inmersa en una intensa actividad mental, rodeada por los instrumentos de la geometría. Esta Melancholia es una cosa con alas, pero no es la esperanza (esa “cosa con plumas”) que vislumbró Emily Dickinson. Este avión ya no espera nada. No tiene un animal famélico a sus pies, como la Melancolía de Durero. Está solo y es un animal famélico. No tiene un paisaje en la distancia, con el brillo de un cometa y un arco iris lunar. Es una pieza de museo, una reliquia oxidada, el memento de un delirio.

A su lado, somos la pura pérdida de lo que jamás tuvimos, porque no supimos o no pudimos tenerlo, porque no estábamos equipados o entrenados, porque no era para nosotros, porque ni siquiera sabíamos qué era. Nuestra mayor posesión es esa pérdida.

A modo de epitafio.
Como un avión extenuado
Mariel Manrique