Melancholy, Edvard Munch, 1891
¿A dónde vamos?
Siempre a Casa.
Novalis
Si vamos siempre a Casa, ¿cómo es la Casa, la Casa con mayúscula inicial?
Nunca tuvimos una Casa, por eso no dejamos de buscarla.
Anhelar intensamente lo que nunca se tuvo. Una definición posible de la melancolía.
El niño que escribe o dibuja en su tablilla junto a la figura femenina alada en el grabado Melancholia I, de Durero, es un vehículo mágico del amor.
Imprime en la fantasía de esa figura pensativa la imagen de un fantasma. Para la fantasmología medieval, relata Giorgio Agamben, la fantasía es el cuerpo sutil situado en el punto extremo del alma sensitiva que entabla contacto con lo sobrenatural. Ese nervio trafica con fantasmas, el fantasma inscribe su imagen en la fantasía y esa imagen asedia al melancólico, lo lava como una lluvia que no cesa de caer. El fantasma nos tatúa la imagen de la Casa. Lo que anhelamos es una imagen interior.
Hijos de Saturno, los melancólicos integran la hermandad de los ahorcados, los jugadores de los juegos de azar, los labradores, los cojos y los porqueros. Desean lo inaccesible. Poseen lo inapropiable. Los rige el otoño, el viento boreal, la edad madura. Van como sonámbulos con los ojos abiertos como antenas, y con los brazos extendidos creen avanzar hacia una imagen que jamás podrán asir. Acantilado de los melancólicos, con lámparas encendidas toda la noche. Noche caníbal que se come al día. Insomnio y enajenación. Despeñadero indetectable en la lámina de anatomía. Llanura abisal entre los órganos. Érase una vez la nieve en los árboles vistos desde el tren y, adentro del tren, los árboles cubiertos de nieve.
Los ángulos de un rostro, una bandera roja, la canción del juguete perdido. El mar del otro lado, el otro lado, el lado imantado, eléctrico, el mapa del tesoro desaparecido donde no había otro lado ni había mar, donde el rostro no estaba, ni la bandera roja, ni el juguete.
No hay Historia ni Autor ni Revolución ni Patria.
Hay imágenes.
Y la Casa es de viento.