La estrella escondida/Meghe dhaka tara (Ritwik Ghatak, 1960)
Está la película
que vemos. La película que nos contamos, de la que hablamos. Luego, la película
que criticamos, la película que analizamos. Après-coups. Está también la
película que acompañamos. Movimiento de la palabra, de la dirección y tal vez
del intercambio, cuya realidad está destinada a desaparecer. Après-coup en
suspenso. Un trabajo cuya saturación y cuya insistencia, un poco maníaca, lo
tornan valioso, puesto que se trata de ver cómo la película, precisamente,
opera hasta el final. Es la esencia de la situación de enseñanza, de tantas
intervenciones, en cuanto les prestamos el tiempo necesario. He aquí la
película que, a pesar del artificio de reescritura, me gustaría volver a
encontrar, tal y como tuvo lugar, durante dos horas de un seminario, tras una conferencia
acerca de la emoción cinematográfica, el 8 de febrero de 1992, en la Maison de
l’Image en Aix-en-Provence, cada cual habiendo visto la película la víspera,
algo que evitaba, al contrario de lo que tendremos que hacer aquí, volver a
contarla.
Esto significa
tratar de pensar, decididamente, qué es una película, pensar en qué palabras
nos impone para intentar comprender cómo se convierte en lo que es, a través de
la insistencia, la variación y la repetición (es decir, progresión,
construcción), especialmente en nuestro caso, en todas las formas posibles de
ese desequilibrio dinámico que hace del cine de Ghatak uno de los más difíciles
de transmitir, ya que el pensamiento se expresa en él de una manera muy física,
porque tanto la imagen-acción como la imagen-percepción se dan en él enseguida,
si seguimos las palabras de Deleuze, como imágenes-afección, en concreto,
mediante un tratamiento del primer plano que se extiende (incluso a través de
los efectos sonoros) a todas las escalas de planos. Es esta insistencia, esta
pregnancia una y diversa, lo que es preciso captar, hacer insistir, como hace
la película, por extraña que resulte a la hora de nombrarla.
La estrella escondida/Meghe dhaka tara (Ritwik Ghatak, 1960)
Lo primero es
esa manera en la que el plano inicial del árbol se toma su tiempo, todo su
tiempo. Dos películas más recientes se abren de un modo similar, con el plano
aparentemente interminable de un árbol: Et la lumière fut (1989), de Otar
Iosseliani, en la que seguimos un inmenso tronco cortado, fotografiado a través
del bosque; No, o la vana gloria de mandar (Non, ou A Vã Glória de Mandar,
1990), de Manoel de Oliveira, en la que el árbol colma el encuadre, antes de
que la cámara, casi a su pesar, se separe del mismo.
Es el tiempo
que, hoy en día, se ha tornado necesario para una imagen, para seguir siendo
una imagen, para consistir o resistir en cuanto imagen [...]