FISIOLOGÍA Y ESPACIOS
DE LA IMAGEN PORNOGRÁFICA
DE LA IMAGEN PORNOGRÁFICA
Roberto Amaba
Carretera perdida, David Lynch, 1997
Pornografía y método
¿Cómo hablar de pornografía sin caer en la impostura? Nos hemos acostumbrado al redescubrimiento periódico de su valor artístico ausente. En Internet, siempre habrá un magacín y un redactor dispuestos a asegurar que su atolondramiento es transgresión. Envasar caspa en un tarro de purpurina. Cierta modernidad exhausta, la trapacería posmoderna y la siempre vulgar cinefilia se han encontrado cómodos en ese terreno. La pornografía les facilita un corpus apropiado para la interpretación culturalista –incluida la de género– y reveladora –psicoanálisis–. La primera no me interesa; la segunda sí, pero no cómo método, solo como herramienta auxiliar y divertimento.
En términos técnicos y estéticos, la pornografía audiovisual carece de interés o tiene un interés muy limitado. En términos históricos su valor crece, aunque para apreciarlo es preciso abandonar la ortodoxia. Hablo de audiovisual pornográfico porque resultaría ridículo e inapropiado hablar del casi extinto cine pornográfico. Es más, el cine rara vez se ha constituido en el referente superior de la imagen pornográfica. La pornografía siempre se ha deslizado hacia la clandestinidad y la movilidad de la producción, de los formatos, de la exhibición y del consumo. La pornografía ya era un género diversificado mucho antes de que lo fuera el propio cine.
Puede que en la pornografía no encontremos resto alguno de refinamiento narrativo y dramático. Y es difícil desmentir que cuando se intenta dotar al producto con alguno de esos atributos, el resultado sea catastrófico. La pornografía artística, igual que la propaganda, es ejemplar a la hora de identificar la baja estofa. No obstante, decía que cabe apreciar la pátina que la historia ha ido depositando sobre algunos ejemplos –recurrentes y cansinos– hasta convertirlos en documentos relevantes. Podemos estimar cierto sedimento histórico en aquellos cuerpos convencionales, quizá repletos de drogas mal llamadas recreativas pero más o menos limpios de anabolizantes y de prótesis. Cuerpos donde convivían la fibra y la lorza, el bigote y la arruga. Existen películas pornográficas donde el monóculo no era atrezo, sino rima histórica. Cuerpos donde el pubis prefería ser Pollock en lugar de Malevich [...]
¿Cómo hablar de pornografía sin caer en la impostura? Nos hemos acostumbrado al redescubrimiento periódico de su valor artístico ausente. En Internet, siempre habrá un magacín y un redactor dispuestos a asegurar que su atolondramiento es transgresión. Envasar caspa en un tarro de purpurina. Cierta modernidad exhausta, la trapacería posmoderna y la siempre vulgar cinefilia se han encontrado cómodos en ese terreno. La pornografía les facilita un corpus apropiado para la interpretación culturalista –incluida la de género– y reveladora –psicoanálisis–. La primera no me interesa; la segunda sí, pero no cómo método, solo como herramienta auxiliar y divertimento.
En términos técnicos y estéticos, la pornografía audiovisual carece de interés o tiene un interés muy limitado. En términos históricos su valor crece, aunque para apreciarlo es preciso abandonar la ortodoxia. Hablo de audiovisual pornográfico porque resultaría ridículo e inapropiado hablar del casi extinto cine pornográfico. Es más, el cine rara vez se ha constituido en el referente superior de la imagen pornográfica. La pornografía siempre se ha deslizado hacia la clandestinidad y la movilidad de la producción, de los formatos, de la exhibición y del consumo. La pornografía ya era un género diversificado mucho antes de que lo fuera el propio cine.
Puede que en la pornografía no encontremos resto alguno de refinamiento narrativo y dramático. Y es difícil desmentir que cuando se intenta dotar al producto con alguno de esos atributos, el resultado sea catastrófico. La pornografía artística, igual que la propaganda, es ejemplar a la hora de identificar la baja estofa. No obstante, decía que cabe apreciar la pátina que la historia ha ido depositando sobre algunos ejemplos –recurrentes y cansinos– hasta convertirlos en documentos relevantes. Podemos estimar cierto sedimento histórico en aquellos cuerpos convencionales, quizá repletos de drogas mal llamadas recreativas pero más o menos limpios de anabolizantes y de prótesis. Cuerpos donde convivían la fibra y la lorza, el bigote y la arruga. Existen películas pornográficas donde el monóculo no era atrezo, sino rima histórica. Cuerpos donde el pubis prefería ser Pollock en lugar de Malevich [...]
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