La torre de Babel, Pieter Brueghel, 1563 (detalle)
Introducción, 4
[...] La variedad de teorías que componen el panorama del saber contemporáneo, así como la multitud de conceptos que las mismas generan y que, por regla general, se mantienen alejados unos de otros sin ningún viso de operatividad común, nos indica la necesidad de plantear esta vasta geografía intelectual desde la perspectiva de una serie de entrelazamientos y sus pertinentes adaptaciones.
Parece pues imprescindible proponer una teoría general de la adaptación, algo que espero justificar más ampliamente en las páginas que siguen. Pero quisiera poner sobre la mesa, antes de empezar, un motivo que puede resultar comprensible para todos, científicos y no científicos por igual. Se trata de un problema de urgente solución que expone uno de los especialistas en la transdiciplinariedad:
En una editorial, publicada en el año 2000 en el “Journal Nature Neuroscience”, se hacía referencia al creciente problema que tienen los expertos y los científicos para entenderse entre ellos. Se señala el hecho de que, en tiempos de Darwin, era posible escribir un libro que era a la vez un informe científico y un popular bestseller. Hoy en día, sin embargo, esto es un ideal muy remoto. No tan solo es difícil comunicar las ideas científicas al público en general, sino que los mismos científicos parecen tener una creciente dificultad para comunicarse entre ellos. Incluso en biología, los investigadores de diferentes áreas de especialización son con frecuencia incapaces de comprender lo que publican los demás. Estamos siendo testigos de lo que podría denominarse un big bang disciplinario. [4]
4. MAX-NEEF, Manfred A., “Foundations of transdisciplinarity”, Ecological Economics nº 53, 2005, p.10.
Esta explosión en el terreno de las disciplinas es como una nueva Torre de Babel que expele a sus constructores y sus confusas lenguas en todas direcciones. Una multitud de grupúsculos se separan cada vez más unos de otros en dirección a un infinito donde les espera el vacío absoluto. Es obvio, pues, que la solución no se encuentra ya en el desmantelado territorio de las disciplinas, sino que hay que buscar un nuevo espacio epistemológico, el cual debe articularse a través de la idea de adaptación trabajada en multitud de sentidos y un ámbito ontológico renovado.
Nuestra cultura lleva años experimentando con formas epistemológicas novedosas, en busca de una disposición distinta del conocimiento. Ya se ha hablado no solo de hibridación o mestizaje, de interdisciplinariedad o transdisciplinariedad, sino también de pensamiento nómada y de pensamiento archipiélago, por citar solo los conceptos más conocidos. Todas estas metáforas persiguen pensar desde la complejidad, intentan darle cuerpo. Pero todas ellas rinden aún algún tipo de pleitesía al mundo de las disciplinas y las especializaciones. El concepto de adaptación que estoy acuñando pretende dejar atrás este universo, ya que pone al descubierto otro mundo, un nuevo territorio donde las formas de conocimiento anteriores están siendo transformadas.
¿Cuán cerca o con cuán lejos nos encontramos del dialogismo de Bajtín? Estamos cerca porque el dinamismo del diálogo entre diversas voces que está en el corazón de las ideas del pensador ruso es un factor determinante de la adaptación, pero a la vez nos encontramos lejos, puesto que Bajtín se refiere esencialmente al lenguaje y mi idea sobre la adaptación, por el contrario, pone el énfasis en la imagen, en lo visual, en íntima relación con la tecnología. Es más, mi concepción de los procesos de adaptación es activa, pretende ser una forma de pensamiento, un estilo científico, si se quiere, mientras que el teórico del dialogismo solo busca en principio establecer un método de crítica textual, basada en un determinado diagnóstico sobre la construcción de los textos. Mi idea de la adaptación va más allá del establecimiento de los mecanismos interactivos que generan el conocimiento en una cultura o de la detección de la variedad de voces de todo tipo que circulan en el interior de un producto cultural determinado. Todo ello es importante tenerlo presente, pero de lo que yo estoy hablando es de una toma de conciencia de estos mecanismos y de un sistema de pensamiento activo basado en ellos. Bajtin, como muchos pensadores de la modernidad, se sitúa fuera del objeto que estudia, lo contempla desde una perspectiva que no se compadece exactamente con la forma de la fenomenología estudiada. En general, los métodos tienen esta particularidad esencial que permite, u obliga, a situarse al que los adopta en una región mental distinta a la que detecta en su objeto de estudio. Es cierto que lo contrario es peligroso, pero quizá empieza a ser necesario. Habrá que hacerse a la idea de que es preciso aprender a pensar peligrosamente. Señalaba Cassirer, cuyo pensamiento urge reconsiderar en un momento en que se requiere la construcción de unas formas de pensar no solo complejas sino también sutiles, la necesidad de plantearse un tipo de simbolización que, en lugar de regular el tránsito entre lo general y lo particular despojando a estos ordenes de sus cualidades sensoriales para transformarlas en términos puramente cuantitativos (como hace por ejemplo la física), fuera capaz de pensar esas relaciones sin necesidad de transferirlas a otra esfera intelectual donde las cualidades se convierten en cantidades. [5] [...]
5. SKIDELSKY, Edward y CASSIRER, Ernst, The Last Philosopher of Culture, Oxford: Princeton University Press, 2008 (edición electronica).
Parece pues imprescindible proponer una teoría general de la adaptación, algo que espero justificar más ampliamente en las páginas que siguen. Pero quisiera poner sobre la mesa, antes de empezar, un motivo que puede resultar comprensible para todos, científicos y no científicos por igual. Se trata de un problema de urgente solución que expone uno de los especialistas en la transdiciplinariedad:
En una editorial, publicada en el año 2000 en el “Journal Nature Neuroscience”, se hacía referencia al creciente problema que tienen los expertos y los científicos para entenderse entre ellos. Se señala el hecho de que, en tiempos de Darwin, era posible escribir un libro que era a la vez un informe científico y un popular bestseller. Hoy en día, sin embargo, esto es un ideal muy remoto. No tan solo es difícil comunicar las ideas científicas al público en general, sino que los mismos científicos parecen tener una creciente dificultad para comunicarse entre ellos. Incluso en biología, los investigadores de diferentes áreas de especialización son con frecuencia incapaces de comprender lo que publican los demás. Estamos siendo testigos de lo que podría denominarse un big bang disciplinario. [4]
4. MAX-NEEF, Manfred A., “Foundations of transdisciplinarity”, Ecological Economics nº 53, 2005, p.10.
Esta explosión en el terreno de las disciplinas es como una nueva Torre de Babel que expele a sus constructores y sus confusas lenguas en todas direcciones. Una multitud de grupúsculos se separan cada vez más unos de otros en dirección a un infinito donde les espera el vacío absoluto. Es obvio, pues, que la solución no se encuentra ya en el desmantelado territorio de las disciplinas, sino que hay que buscar un nuevo espacio epistemológico, el cual debe articularse a través de la idea de adaptación trabajada en multitud de sentidos y un ámbito ontológico renovado.
La torre de Babel, Pieter Brueghel, 1563 (detalle)
Nuestra cultura lleva años experimentando con formas epistemológicas novedosas, en busca de una disposición distinta del conocimiento. Ya se ha hablado no solo de hibridación o mestizaje, de interdisciplinariedad o transdisciplinariedad, sino también de pensamiento nómada y de pensamiento archipiélago, por citar solo los conceptos más conocidos. Todas estas metáforas persiguen pensar desde la complejidad, intentan darle cuerpo. Pero todas ellas rinden aún algún tipo de pleitesía al mundo de las disciplinas y las especializaciones. El concepto de adaptación que estoy acuñando pretende dejar atrás este universo, ya que pone al descubierto otro mundo, un nuevo territorio donde las formas de conocimiento anteriores están siendo transformadas.
¿Cuán cerca o con cuán lejos nos encontramos del dialogismo de Bajtín? Estamos cerca porque el dinamismo del diálogo entre diversas voces que está en el corazón de las ideas del pensador ruso es un factor determinante de la adaptación, pero a la vez nos encontramos lejos, puesto que Bajtín se refiere esencialmente al lenguaje y mi idea sobre la adaptación, por el contrario, pone el énfasis en la imagen, en lo visual, en íntima relación con la tecnología. Es más, mi concepción de los procesos de adaptación es activa, pretende ser una forma de pensamiento, un estilo científico, si se quiere, mientras que el teórico del dialogismo solo busca en principio establecer un método de crítica textual, basada en un determinado diagnóstico sobre la construcción de los textos. Mi idea de la adaptación va más allá del establecimiento de los mecanismos interactivos que generan el conocimiento en una cultura o de la detección de la variedad de voces de todo tipo que circulan en el interior de un producto cultural determinado. Todo ello es importante tenerlo presente, pero de lo que yo estoy hablando es de una toma de conciencia de estos mecanismos y de un sistema de pensamiento activo basado en ellos. Bajtin, como muchos pensadores de la modernidad, se sitúa fuera del objeto que estudia, lo contempla desde una perspectiva que no se compadece exactamente con la forma de la fenomenología estudiada. En general, los métodos tienen esta particularidad esencial que permite, u obliga, a situarse al que los adopta en una región mental distinta a la que detecta en su objeto de estudio. Es cierto que lo contrario es peligroso, pero quizá empieza a ser necesario. Habrá que hacerse a la idea de que es preciso aprender a pensar peligrosamente. Señalaba Cassirer, cuyo pensamiento urge reconsiderar en un momento en que se requiere la construcción de unas formas de pensar no solo complejas sino también sutiles, la necesidad de plantearse un tipo de simbolización que, en lugar de regular el tránsito entre lo general y lo particular despojando a estos ordenes de sus cualidades sensoriales para transformarlas en términos puramente cuantitativos (como hace por ejemplo la física), fuera capaz de pensar esas relaciones sin necesidad de transferirlas a otra esfera intelectual donde las cualidades se convierten en cantidades. [5] [...]
5. SKIDELSKY, Edward y CASSIRER, Ernst, The Last Philosopher of Culture, Oxford: Princeton University Press, 2008 (edición electronica).