Qué difícil es ser un dios, Aleksei German, 2013
Introducción, 2
[...] Vivir por entre las ruinas de la Ilustración no nos tiene por qué señalar como descerebrados, si bien todo confabula para que lo seamos. ¿No se parece mucho la cháchara inconsecuente que fluye por Twitter o por algunos chats a esos balbuceos inanes que recorren el medioevo ficticio de la citada película? [Qué difícil es ser un dios, Aleksei German, 2013] Desde la invención del telégrafo, de donde proviene el adjetivo telegráfico capaz de calificar a la vez un defecto –casi un vicio–, y una virtud, asistimos a este menguar insistente de la amplitud y densidad de los escritos, solo paliada por una afluencia equivalente de la imagen no siempre convenientemente aprovechada. Por otro lado, estamos siendo convertidos en simple fuerza de trabajo a la que hay que cuidar, sin excesos, mientras sea útil. A nadie le interesa la inteligencia si no está al servicio de una economía que solo se sirve a sí misma y, de rebote, a quienes la controlan. Es la maquinaria capitalista la que por un lado diseña una realidad moderna y resplandeciente, mientras que por el otro enloda la mente de la humanidad con una promoción artera de esas conquistas. ¿Dónde está la salida? ¿En una economía de encefalograma plano como postulan algunos críticos del crecimiento y el consumo? ¿En los delirios de un poshumanismo que celebra la posibilidad de que las máquinas tomen la alternativa de los humanos? ¿En una revolución sin utopía? Nada de esto nos asegura que no acabemos como zombis que deambulen sonrientes y sin rumbo fijo por inmensos centros comerciales. Parece que en lugares como Dubai o Qatar ya es así: miseria moral e intelectual entre grandes rascacielos posmodernistas.
Nos debemos preguntar pues hasta qué punto el problema reside en el desplome de determinadas estructuras mentales; hasta qué punto la alternativa a la Razón ilustrada solo puede ser la estupidez. Si como digo, el mundo que nos muestra la película de German no es un mundo subdesarrollado, sino un mundo ultradesarrollado que ha superado un punto de no retorno, puede que la falta de consistencia de las conductas que contemplamos en ella con reparo no sea más que lo que queda de una forma superior de razonar que en algún momento pasado fue efectiva. Podría ser que fuera así, de la misma manera que la velada silueta de una virgen que subsiste en la superficie de un muro de ese mundo medievalizante no pertenece a la hecatombe sino al mundo anterior que ha sido engullido por ella.
Si hay que recuperar algo de un apocalipsis que sucedió sin que nos diéramos cuenta, puede que esto no sea el orden, sino el caos. Imaginemos una historia que, además de desarrollarse en el tiempo, se expande también por el espacio. En ella, no solo es importante el pasado, sino también los presentes alternativos. El tiempo que impele esta historia no nos lleva al futuro ni nos permite retrotraernos al pasado, sino que se despliega en círculo de una a otra de las diferentes capas que componen el ahora de forma efectiva o latente: hay algunos momentos actuales que dejaron de ser primera posibilidad pero que todavía están vigentes como una alternativa cercana. No hay que esperar el paso del tiempo para que algo sea efectivo, sino que basta un giro, un movimiento, la duración de un gesto, para que el vaticinio se cumpla.
Joseph Wrigh, 1766
La misma fuerza que desmonta la razón puede levantar, pues, otro razonar alternativo, pero no lo hace. El potencial positivo se vuelve entonces pernicioso y pasamos a descender, cuando podríamos estar ascendiendo. O lo que es peor, nos vamos sumiendo en el abismo mientras que la visión temporal de la historia nos pretende convencer de que ascendemos al reino de los cielos. Pero, en realidad, no nos hemos movido de sitio, simplemente hemos cambiado de nivel. Y a nuestro alrededor, arriba o abajo, a derecha o a izquierda, en cualquier lugar de una amplia zona intemporal o donde el tiempo transcurre en círculos, reside la realidad que debería poder ser si fuéramos capaces de enderezar lo que otras fuerzas han logrado torcer.
Si nos ponemos a razonar desde el caos, en lugar de añorar un antiguo orden que se aniquiló a sí mismo, ¿dónde desembocaremos? ¿En el Renacimiento que presienten o añoran algunos de nuestros coetáneos o en otra región absolutamente distinta? Si recuperamos el valor del pensamiento y su capacidad plena y añadimos el poder de la reflexión consciente y escrupulosa al magma que parece expandirse sin forma en todas direcciones, puede que aparezca una región portentosa de la realidad que no podía adivinarse entre las férreas estructuras de la lógica anterior al desbarajuste. Pero quizá me he expresado mal: no se trata de aplicar al caos las fórmulas del pensamiento perdido, sino de extraer del caos un nuevo pensamiento. Esta operación resulta mucho más difícil que la otra, pero es mucho más fructífera. Y para efectuarla, no hay que desplazarse muy lejos, basta con darse la vuelta y mirar hacia el nuevo horizonte que la acción, más que descubrirnos, ha constituido. La realidad actual está estructurada a través de este tipo de nodos, de una multitud de puntos de inflexión, de clavijas que, al ser manipuladas, invierten el sentido y la dirección de los acontecimientos. Lo cierto es que prácticamente todos los elementos del mundo real tienen este doble fondo y, conforme la tecnología va incorporando nuevos dispositivos, que forman redes y enredan a veces lo anterior, estos puntos de inflexión proliferan como nunca antes lo habían hecho, con la diferencia de que, ahora, cuando operamos una clavija no es un solo objeto o una sola instancia la que gira sobre sí misma, sino una constelación entera. De hecho, nunca la revolución había sido tan fácil como ahora que parece imposible [...]