PROEMIO
Rocco y sus hermanos, Luchino Visconti, 1960
Si para materializarse, el cine necesita de una pantalla, es posible pensar que la proyección deje colar en sus imágenes las sombras de ciertos objetos que, quizá, gracias al brillo cinemático, adquieran nuevos contornos. Lejos de una simple duplicación de entes naturales, la pantalla opera como un territorio para la simulación. En su espacio virtual todo cuerpo se des-compone, se des-hace, se des-sustancializa para dar paso a un nuevo sistema de relaciones que impiden creer en una naturaleza original. Una pantalla, en lugar de ser el eco de un cuerpo, opera como un amplificador de fragmentos. Toda materia que cruza por su umbral se des-compone. Y al contrario de lo que normalmente creemos, es incapaz de recomponer un falso objeto original. Su trabajo es más complejo. Su potencia radica en el engaño, en entregar un nuevo escorzo de lo real como falsificación. La pantalla siempre recuerda, a quien la reconoce, que su trabajo es el de simular. Quien mira de cerca descubre que los cuerpos proyectados, incapaces de duplicar, son el único modo de establecer nuevos surcos sobre un territorio inexistente. La honestidad del cine radica en que su escritura de lo real opera como simulacro, nunca abraza un compromiso metafísico con el mundo.Este libro hace resonar los ecos de diferentes simulaciones de lo real. Sirve de dispositivo para que la imagen se refracte en nuevas direcciones. Recoge diferentes búsquedas en el terreno del pensamiento y las hace circular por la pantalla. Funciona como un espejo perverso que encuentra reflejos simulados entre el pensamiento encarnado y las imágenes-movimiento puestas en la sala oscura. En esa medida, es un acto de escritura. No solo por hacer surcos con palabras, sino porque opera como hiper-texto que re-escribe figuras del pensamiento en el mundo de las sombras. Lo motiva un acto de amor a la escritura (filo-grafía). Amar el trazo como modo de abrir nuevos caudales para el pensar, amar el pliegue para que emerjan nuevos modos de amplificar el simulacro del presente. Y no queda más opción que amar esas potencias escriturales porque su grado de falsificación es una garantía contra todo intento de sustancializar la realidad.
La
colección de simulacros (falsos capítulos) que componen este libro
recorren los rastros de diferentes espacios que, sumados, bien podrían
ser un mapa del presente. Circulan por la pantalla diferentes figuras
que obsesionan al pensamiento contemporáneo como el mundo social, el
peso del cuerpo, las formas del espacio, la expansión del lenguaje, la
ilusión de la libertad, la angustia frente a la muerte, la complejidad
de lo humano, el fracaso de la metafísica, la virtualización de lo real y
el retorno de lo tribal. Y si el cine no puede (es un impedimento
connatural) duplicar los objetos, en consecuencia, las figuras del
pensamiento que circulan en la pantalla terminan des-figuradas, son
objeto de una re-escritura simulada. Al final del recorrido, el amor por
la grafía tiene que ser un amor a muerte, un amor mortal, un amor
fatal. El crimen contra la metafísica, contra una realidad originaria,
primera, natural, es inevitable. El cine-asesino (en serie) no tiene
opción. Su propia psicosis no le permite ver un mundo original. Siempre
tiene que, tras el primer contacto con el Afuera, destrozar todo a su
paso para jugar al rompecabezas y soñar con un nuevo (falsificado)
presente.