Chappaqua, Conrad Brooks, 1966
The Trip, Roger Corman, 1967
[...] Pese a contar con antecedentes que se remontan al nacimiento del propio cinematógrafo, el inicio del “celuloide alucinado” aparece directamente vinculado a la gran eclosión contracultural que se produce en la década de los ‘60, con films como Chappaqua (Conrad Rooks, 1966) y The Trip (Roger Corman, 1967) que abrazan la representación audiovisual de los efectos del LSD como elemento principal de su narración. Alcanzando su madurez, por otra parte, cuando el objeto fílmico logra un mayor grado de autorreflexión con la llegada de la posmodernidad cinematográfica en la década de los ‘80. Lamentablemente, el sistema no tardó en comprender los beneficios que le podía reportar la contracultura y los miembros de la generación beat fueron fagocitados por el mainstream, que reconvirtió su revolución en tendencia para recabar beneficios económicos.
No obstante, es de recibo que las expresiones más contundentes de lo que hemos dado en llamar “celuloide alucinado” no se hayan dado hasta épocas próximas. En este sentido, podríamos decir que la manera de entender la utilización de las drogas en el cine, está conectada directamente con el pensamiento posmoderno, puesto que éste tiene una voluntad radical clara que conjuga un posicionamiento manifiestamente contrario a los poderes de control establecidos con una evidente tendencia a la estimulación sensorial. Sin duda, la toma de decisión del medio cinematográfico de hacer al espectador más partícipe, involucrándolo en la construcción de los artificios utilizados en la representación de la ficción mediante el descubrimiento de la tramoya y la deconstrucción del lenguaje audiovisual, favorece sobremanera la transmisión estético-sensorial de la amalgama de sensaciones (confusión, revelación, lucidez, locura…) que se producen en aquél que decide viajar por la senda de las drogas.
Si exceptuamos el libro editado por el norteamericano Jack Stevenson, historiador y arqueólogo del cine más abisal y periférico, Addicted: The Myth and Menace of Drugs in Film (2000) y Cocaine Fiends And Reefer Madness (1982), el texto de Michael Starks cuya importancia como obra seminal sobre el tema es incuestionable, las publicaciones especializadas que han profundizado en la relación estético-temática existente entre cine y drogas son muy escasas. Si bien durante las primeras décadas del siglo XXI ha habido nuevas aportaciones al respecto que han profundizado en el trabajo iniciado por Starks y Stevenson, lo cierto es que dichas publicaciones se han revelado excesivamente continuistas respecto a sus modelos y se han mostrado más interesadas en el contexto social que envuelve al cine sobre drogas, olvidándose de profundizar en un análisis fílmico más específico [...]
No obstante, es de recibo que las expresiones más contundentes de lo que hemos dado en llamar “celuloide alucinado” no se hayan dado hasta épocas próximas. En este sentido, podríamos decir que la manera de entender la utilización de las drogas en el cine, está conectada directamente con el pensamiento posmoderno, puesto que éste tiene una voluntad radical clara que conjuga un posicionamiento manifiestamente contrario a los poderes de control establecidos con una evidente tendencia a la estimulación sensorial. Sin duda, la toma de decisión del medio cinematográfico de hacer al espectador más partícipe, involucrándolo en la construcción de los artificios utilizados en la representación de la ficción mediante el descubrimiento de la tramoya y la deconstrucción del lenguaje audiovisual, favorece sobremanera la transmisión estético-sensorial de la amalgama de sensaciones (confusión, revelación, lucidez, locura…) que se producen en aquél que decide viajar por la senda de las drogas.
Si exceptuamos el libro editado por el norteamericano Jack Stevenson, historiador y arqueólogo del cine más abisal y periférico, Addicted: The Myth and Menace of Drugs in Film (2000) y Cocaine Fiends And Reefer Madness (1982), el texto de Michael Starks cuya importancia como obra seminal sobre el tema es incuestionable, las publicaciones especializadas que han profundizado en la relación estético-temática existente entre cine y drogas son muy escasas. Si bien durante las primeras décadas del siglo XXI ha habido nuevas aportaciones al respecto que han profundizado en el trabajo iniciado por Starks y Stevenson, lo cierto es que dichas publicaciones se han revelado excesivamente continuistas respecto a sus modelos y se han mostrado más interesadas en el contexto social que envuelve al cine sobre drogas, olvidándose de profundizar en un análisis fílmico más específico [...]
Fragmento de la introducción 2