Tren de sombras
José Luis Guerin celebra el cine. Lo celebraba sin duda mucho antes de filmar su primer plano y lo celebra en cada clase, charla, conversación. Lo celebra en las películas que hace y en las películas que convoca, amorosamente, minuciosamente. Lo celebra comentando una pintura, un libro, un verso, recorriendo un espacio, atendiendo a un sonido.
Cuando el 28 de diciembre de 1995 se conmemoraba el centenario del nacimiento del cine, un siglo después de la primera proyección pública del Cinematógrafo Lumière, tenía un motivo de celebración singular. Mientras se multiplicaban eventos más o menos monumentales recordando algo que ocurrió (como si el origen fuese algo del pasado), Guerin preparaba su personal celebración del nacimiento, del principio del cine.
Tren de sombras es una película que celebra el cine sumergiéndose en sus orígenes: los más íntimos, los más profundos. Como en una cosmogonía, los orígenes son el inicio del mundo y lo contienen. Son el principio: el comienzo y el fondo, a la vez el punto de partida y el vector del trayecto.
Los orígenes del cine, nos cuenta Tren de sombras, son las vocaciones, ilusiones y sueños que lo hicieron existir. Son los deseos que mueven a los cineastas, las películas, los planos: los impulsos que hacen que en este preciso momento alguien esté deseando (hacer) cine y que también, por ese mismo deseo, lo esté viendo.
Tren de sombras
¿Cómo cuenta, muestra, celebra Tren de sombras esos orígenes? Con una estructura clara y compleja a la vez: en bloques o, más bien, movimientos (como los movimientos de una composición musical) radicalmente diversos pero íntimamente relacionados. Con gestos y motivos que recorren, más visibles o más ocultos, toda la película.
Podría aventurarse un recorrido transversal de los impulsos de cine que articulan la película y que la película celebra: participar, observar, capturar, aislar, componer, indagar, imaginar, proyectar, representar… Podrían detallarse los motivos que la componen: rostros, espacios, ruinas, árboles y hojas, ríos y lagos, aguas, lunas, brumas, transportes, sonidos (trenes, bicicletas, pájaros); y también las propias imágenes, el soporte, el tiempo, los tiempos, los signos…
Pero descomponer la película para así recomponerla negaría su misterio: cómo transita entre actos de cine tan diversos; cómo riman o se responden los movimientos entre sí; cómo se descubren, transformadas, las materias en el tiempo; la superposición de capas, la celebración lírica, la capacidad evocadora, el misterio.
Lo más parecido a restituir su recorrido y el asombro del encuentro probablemente sea seguir la linealidad de la película y tirar algunos hilos entre sus tiempos. Sabiendo que las películas queridas invitan en cada visionado a un ejercicio imposible: verlas como por primera vez [...]
"Todos los deseos del cine".
Nuria Aidelman