Psicosis 24 horas, Douglas Gordon, 2006
Don Delillo, el escritor norteamericano en el que la reflexión posmoderna acerca de las formas de ficción da lugar a un nuevo arte de la novela, comienza y termina su breve narración Punto Omega con la asistencia repetida durante varias sesiones de un personaje anónimo a una de las salas de exposiciones del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA) donde el artista Douglas Gordon, en el verano de 2006, expuso su obra videográfica Psicosis 24 horas (24 Hours Psycho, expuesta por primera vez en 1993). Esta obra de Douglas Gordon, como su propio título indica, consistía en una emisión ralentizada, en cámara lenta, de la película Psicosis de Hitchcock, de tal manera que su metraje original, contado en minutos y segundos, ocupara, por medio de su intervención videográfica, justo las veinticuatro horas que dura un día. La película, así tratada, en una permanente descomposición de los gestos y el espacio del original fílmico en una implacable absolutización del tiempo, era proyectada sobre una gran pantalla que descansaba directamente sobre el suelo, sin ninguna elevación que subrayara su presencia, en la mitad misma de la sala cuadrangular. La película de HItchcock se emitía en la sala desde que abrían el museo hasta que lo cerraban, reanudaba su proyección al día siguiente en el punto de las veinticuatro horas donde se había quedado la jornada anterior, y se proyectaba, además, desprovista del diálogo y la música originarios, sin banda sonora, en un silencio sepulcral, solo interrumpido por los visitantes que entraban por la puerta deslizante de la sala. La novela de Delillo, publicada a su vez en 2013, que es propia de la forma de hacer de su época final, con narraciones breves e intensas, tendentes a un laconismo riguroso, en estos fragmentos que tienen como telón de fondo la obra de Gordon y que escoltan la historia límite que da sentido al libro, en la que ahora no podemos entrar, se centra en el análisis de la forma de comportarse que tienen los espectadores, en concreto en la de un hombre anónimo que protagoniza su narración, ante una obra como esta, donde se deconstruye la experiencia cinematográfica más característica para dar lugar, en el mismo proceso de deconstrucción, a la apertura de una nueva experiencia donde se libera el uso de lo cinematográfico. No en vano es un proceso que Delillo ha puesto en juego con sus novelas, también publicadas en la década de los noventa del siglo anterior. En ellas, Ruido de fondo, Mao I, Submundo, por ejemplo, Delillo, a decir de David Foster Wallace, el escritor que se considera su heredero directo, la hipernarratividad llevada a su máximo extremo en John Barth o Donald Barthelme, héroes primeros de la posmodernidad literaria en América, se repliega sobre sí misma, en su consistencia de ficción, para convertirse en el espejo más apropiado en un mundo, aquella ya lejana década de los noventa, donde más que nunca lo sólido parecía desvanecerse en el aire [...]
Rodaje de Tren de sombras
"El cine es inadmisible".
Pablo Perera Velamazán