Matrosen (Marineros), Gerhard Richter, 1966, óleo sobre tela
Tren de sombras
[...] Gérard Fleury se pierde en la bruma sobre el lago. Está de espaldas. Será verdad lo que suceda mientras esté de espaldas a la cámara. No lo sabremos nunca.
Solo sabemos que hubo una laguna Estigia y un barquero, que remaba y cruzaba la laguna. Llevaba en la barca las almas errantes de los muertos. Las conducía hacia el reino de las sombras. Los muertos solían enterrarse con una moneda debajo de la lengua, para pagar el servicio de Caronte. Está escrito en los libros de mitología. Pero ¿quién puede confiar en los libros?
Anoche estuve en el reino de las sombras. No les podría contar lo que sentí, se resiste a inmolarse en la escritura. Quizá algún día encontremos, perdida en ese reino, una película rodada por fantasmas, por ese fantasma en el que se convirtió Fleury. No llevaba una moneda en la boca. Llevaba, en su lugar, su antigua cámara, posada como un pájaro en el trípode. Estaba de espaldas, ya lo dije, de pie junto a esa cámara. La bruma ya abría su mandíbula, como un intersticio entre fotogramas, como un crack-up que es una rajadura y es un borde, tendidos como luminosos filamentos, trampas del mundo para el extravío.
No había Ministerio de Guerra, no estaba Leland Stanford cuando Guerin filmó su Tren de Sombras. Guerin hizo este tren como una ofrenda a la república ficticia del cine, una manera de decir que lo hizo para sí mismo, y también para nosotros. Como un matrosen pintado por Richter, lanzó este tren al mar, como si los trenes fueran una botella con mensaje y el mundo fuera un mar, y no este barro atroz. Guerin, como un passeur, nos entregó este tren de sombras que refulge. En el barro, refulge, y en los rieles del mundo “tal cual es”, tal cual lo dejamos ser, se descarrila.
Buen viaje, marineros. No será hasta la vista.
De ese reino de sombras que es el cine, no se puede volver [...]
"Nos han visto".
Mariel Manrique
Mariel Manrique