Pese a su producción prolífica y de calidad excepcional en otras artes, como la poesía y el teatro, Jean Cocteau es conocido especialmente por su cine y, dentro de él, por las películas de las que fue creador absoluto, tanto de su historia —novela, tragedia—, como de su guion y su dirección. Separadas por largos espacios de tiempo, presentan grandes diferencias entre sí en cuanto al estilo visual, pero la unidad de los mundos que ponen en pie hace que sean, sin lugar a dudas, obras de un mismo creador, de un mismo poeta y de un mismo espíritu. Estaba este último vertido hacia la magia de lo real, gracias al dominio de la puesta en escena y a la amistad fecunda con la Décima Musa, como el llamaba a la hija más joven de Apolo: a la diosa del cine.
Cocteau decía de sí mismo que no era cineasta, sino que se servía del cine como un instrumento para su poesía. Exageraba, quizá por esa coquetería narcisista que nunca le abandonó, ni siquiera cuando dejó atrás su imagen de Jean Chic maquillado con polvos malva. Solo un cineasta que conoce a fondo su oficio, aunque no se entregue a él como única actividad, es capaz de influir en la marcha de la historia del cine con novedades tan contundentes como las contenidas en La Bella y la Bestia, Los padres terribles u Orfeo, sus tres obras maestras de las que es completamente autor. Pues en sus películas se hace realidad el concepto de cine de autor en el sentido no solo de metteur en scène sino de creador de la obra en su totalidad, su inventor y su hacedor.
La película es obra de equipo, como la pintura de taller o el gran mural, donde el maestro traza las líneas generales, diseña, crea, da vida al conjunto, pone los puntos del splendor y firma, pero no sin la ayuda de una legión de oficiales, ayudantes y trabajadores que montan los bastidores, fabrican los soportes y los colores, pintan fondos y manchas, y se afanan para que al final contemplemos la obra sola e impoluta, bajo una luz adecuada, e incluso con un sentimiento congruente con ella, de contempladores piadosos o de simples espectadores. Cocteau no será, como él mismo dice, un cineasta; pero es un artista que se sirve de la cámara y del equipo, como de la pluma cuando dibuja o de los arneses cuando trabaja con sus propias manos en los decorados de una obra teatral, en el fresco de una iglesia o en el cartón de un tapiz. Nosotros no diremos que es un poeta o un artista sino, una y otra vez, un creador. En Orfeo, cuando el protagonista se encuentra ante el Tribunal del Hades, este le pregunta “¿Qué es poeta? ¿Un escritor?” “Un escritor que no escribe”—responde Orfeo. Esto es, un autor; en algunos casos, un dios [...]