Botonera

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23.11.16

"EQUÍ Y N'OTRU TIEMPU" / "EL NOME DE LOS ÁRBOLES", RAMÓN LLUÍS BANDE






A principios de la década de 2000, el escritor y cineasta independiente Ramón Lluís Bande (Gijón, Asturias, 1972) estrenó su cortometraje Estratexa (Ramón Lluís Bande, 2003). En este, el anciano guerrillero comunista Manuel Alonso González, alias Manolín el de Llorío, da, desde su humilde casa, testimonio de la resistencia en los montes asturianos llevada a cabo por “los fugaos” (los denominados “maquis” en su origen francés) desde octubre de 1937 [...]

Como continuación (y ampliación) a Estratexa, se estrena Aquí y en otro tiempo (Equí y n’otru tiempu, Ramón Lluís Bande, 2014). [...] La primera parte consiste en una serie de fotos (también de Constantino Suárez) que, según explica el primer letrero de la película (todos aparecen en asturiano, con su traducción al castellano debajo), pertenecen al grupo de cuatro guerrilleros denominado los Caxigales, formado por los hermanos Manolo y Aurelio Caxigal, Casimiro Álvarez y Manolín el de Llorío. El fotógrafo Constantino Suárez pasó unas horas con los cuatro en el monte durante la primavera de 1942. Durante cinco minutos vemos una lenta sucesión de fotos de estos cuatro “fugaos”, con el sonido de la naturaleza de fondo. Seguidamente, la voz de Manolín vuelve y explica el asedio a los Caxigales del que solo él se salvó. En la pantalla queda fija su fotografía mientras se recupera el testimonio que ya oímos en Estratexa, en el que cuenta la emboscada en la que fue apresado.

Se nos introduce entonces a la segunda parte del filme, con un nuevo letrero bilingüe que dice: “Nun tenemos manera de saber cómo cuntaríen la hestoria d’aquella llucha les voces de los otros cientos de guerrilleros asturianos asesinaos en monte” (No podemos saber cómo contarían la historia de aquella lucha las voces de los otros cientos de guerrilleros asturianos asesinados en el monte). Así comienza la segunda parte de la película, formada por 34 planos estáticos, de un minuto y cinco segundos de duración cada uno, que muestran, en la actualidad, los espacios donde fueron asesinados “los fugaos” desde octubre de 1937 hasta el final del estado de excepción decretado en noviembre de 1952 (la decretada “Pax franquista” de la dictadura). Cada escena es presentada por un letrero fijo con los nombres y detalles de la muerte de cada uno de los guerrilleros (suicidio, fusilamiento, etc.), al que se acompaña un silencio de unos treinta segundos. [...]

La excelencia fílmica de Equí y n’otru tiempu consiste en que las escenas sugieren, sin exponer, una reflexión sobre la geología subterránea histórica asturiana que, como indican los rótulos, es la geología del enterramiento de los cadáveres por la violencia, pero también la posibilidad del encuentro hospitalario con nuestros muertos que vuelven. Derrida, en este caso en Dar la muerte, elabora esta condición política del retorno de los muertos, poniéndolo en relación con la responsabilidad (la exigencia que Equí y n’otru tiempu hace al espectador emancipado) del ciudadano de emanciparse: “Ese preocuparse por la muerte, un despertar que mantiene la vigilia sobre la muerte, una consciencia que mira a la muerte a la cara, es otro nombre para la libertad [...]"

El sonido del silencio.
Cadáver, violencia y capital en la democracia española contemporánea.
Pedro A. Aguilera-Mellado


En El nome de los árboles [...] a cámara sigue al propio Bande y a Vera Robert, productora de la película, durante la “investigación/rodaje” de la anterior: ambos entrevistan a hombres y mujeres que les facilitan las pistas para poder localizar esos escenarios y poder rodarlos. Se trata del contraplano (o del plano) de Equí y n’otru tiempu, su perfecto complemento, el relato del proceso de investigación que opera, por un lado, mostrando cómo el cineasta llega a esos lugares, pero que a su vez funciona como el registro del relato oral de quienes vivieron aquella época, de quienes han escuchado a sus vecinos o familiares las historias detrás de los asesinatos. Si en la primera recuperaba la memoria de los muertos a través de los espacios que acogieron su muerte, a modo de monumento cinematográfico, la segunda recoge su narración oral. No hay silencio en este caso, todo lo contrario: la palabra se impone, se recoge, se perpetúa para que no acabe olvidándose. Hombres y mujeres que hablan, mostrando en ocasiones la confusión de los datos –de la memoria–, intentando recordar –en ocasiones de manera entrecortada: persiste el dolor por el recuerdo–. Si en Equí y n’otru tiempu pasado y presente se conectaban mediante un paisaje que resiste al paso del tiempo, en El nome de los árboles es el presente el que habla del pasado, lo intenta recuperar, dar forma mediante la oralidad; a veces con claridad, otras mediante fragmentos de historias escuchadas y que se recuperan a duras penas.


El ataque del presente al resto de los tiempos
Israel Paredes



Ramón Lluís Bande opta por hacerse cargo de un trabajo propio del historiador, del profesional del archivo de la memoria, de preservar un legado próximo a desaparecer por el inevitable paso del tiempo. Cada vez quedan menos de aquellos luchadores y de sus vecinos. Cada vez el recuerdo corre más riesgo de borrarse, de cambiarse, de alterarse inconscientemente creyendo cierto lo que se ha imaginado. La fabulación mental es propia del ser humano y puede suceder que creamos como real lo que solamente imaginamos, incorporándolo a lo realmente ocurrido, llegando un momento en el que no podemos discernir una cosa de la otra. Por eso hay que documentar esos testimonios, anotar fechas, nombres, parajes, identidad de los traidores o los ejecutores. Así podremos evitar que se pierda absolutamente la historia salvaje de este país durante un periodo muy largo del siglo XX [...]

El nome de los árboles
Miguel Martín Maestro