Representación de Esperando a Godot, Samuel Beckett
(...) Un día de perros, H. pensó en las lágrimas de Grace. Vera no pudo contener estoicamente las suyas y sus hijos fueron muriendo al instante, abatidos por el fuego de los ángeles desalmados al servicio del Gánster Padre –que no corrige ni perdona, sino que suprime los pecados–. Cumplido el trabajo, Grace le dio a Tom –el buscador de ejemplos, el chatarrero moral– su tiro de Gracia. Antes del reportaje fotográfico que pone fin a Dogville (Lars von Trier, 2003), el único superviviente del pueblo, el perro, ocupa la silueta policial; la vivifica como si el mundo se complaciera en la repetición animal, demasiado humana, del instinto que vence a la arrogancia. ¿Por qué le asaltó esta imagen? H. barajó la siguiente hipótesis: Se avienen crítica popular y mecenazgo dogmático, lo propio de todos los catecismos teológicos y seculares: el llanto emocional, no debido a una intrusión atmosférica, responde a una lógica de premios y castigos a falta de la cual inconscientemente cada uno –más otro, más Qué– realizaría su cometido sin expectativas ni disimulos. O a la sombra de un agobio desértico, con los ojos llenos de libros y recomendaciones, daremos nuestra aprobación al giro multitudinario que saludan las generaciones, encomendados de nuevo al ¡Ciudadano del Mundo!: impertérrito después de saborear el desconsuelo, ratón presuntuoso que riega su hacienda, calvo y sañudo, en un alardeo pragmático inconsecuente, reptante cuasi bicho que merodeas en cada montoncito de basura con la desvergüenza de un pequeño viejo al que las ganas, todavía, no le abandonan (...)
El desconsuelo
Miguel Ángel Hernández-Saavedra en Lágrimas 1