Roland Barthes y su madre, Henriette Binger
“¿Quién hará la historia de las lágrimas? ¿En qué sociedades, en qué tiempos se ha llorado?”, se pregunta Roland Barthes en una de las sesiones de su Fragmentos de un discurso amoroso, la dedicada al “Elogio de las lágrimas”. El cuerpo enamorado llora, liberando sus lágrimas sin coerción. Un cuerpo bañado, en expansión líquida. Llorar juntos, fluir juntos. Se gana el derecho a llorar por una radical inversión de valores, donde el enamorado acepta recobrarse en un cuerpo de niño. Pero es un cuerpo, el cuerpo amoroso, también forrado por un cuerpo histórico. De donde, en su derecho al llanto, la sociedad, nuestra sociedad, reactualiza los límites de su pobre experiencia. El enamorado que llora es un objeto perdido cuya represión es necesaria para nuestra salud. Un derecho adquirido en la forma de una excepción, aquella que se reconoce en la propia constitución del cuerpo enamorado, donde el llanto está permitido siempre y cuando no rebase los límites de su exclusión. Una Historia de las Lágrimas. Solo si tratamos las lágrimas no solo como una expresión y sí como un signo, desde el cual nos instalamos, contando una historia, en la aserción de un cuerpo enamorado, o de un cuerpo depresivo, o de un cuerpo enlutado, o de un cuerpo, donde nos acomodamos con facilidad, porque es él, el cuerpo, quien es capaz de mandar el más verdadero de los mensajes. Una lágrima siempre dirá más. Es más, tal vez hablar del llanto, del llorar, a secas, es demasiado burdo. Afirma Barthes. No todas las lágrimas que caen ponen en juego una misma significación. Son muchos los sujetos que participan en el llanto del cuerpo enamorado. Son muchas las maneras del llorar. “¿Quién es ese yo que tiene lágrimas en los ojos? ¿Y quién ese otro que estuvo el otro día al borde las lágrimas? ¿O que se despertó en un torrente de lágrimas?”. Y si hay muchas maneras del llorar es porque las lágrimas no se dirigen al mismo destinatario, porque las lágrimas siempre se remiten a alguien, y antes que nadie a uno mismo. Produzco un mito del dolor, o del amor, y desde ese momento me acomodo en él, soy tramado como un cuerpo doliente, o un cuerpo enamorado. Se trata de llorar como si se llorara, a una cierta distancia de las lágrimas. En el terreno acotado de su excepción. ¿Por qué, entonces, un elogio de las lágrimas? Por muy abreviada que se pueda hacer su historia, y así se la imagina Barthes, porque toda historia no es sino una abreviatura, estas lágrimas que son signos son a lo sumo, para nosotros, la manifestación despoblada del trastorno del ojo seco que nos identifica y determina. De ahí, tal vez, su dulzura que solo dura un instante, o empalaga.
Después de la muerte de su madre, con quien siempre vivió y siempre quiso de una manera incondicional, hasta el punto de ser incapaz de imaginar su vida sin ella, al día siguiente, el 25 de octubre de 1977, Barthes comienza su Diario de duelo (...)
Las lágrimas de Roland Barthes
Pablo Perera Velamazán en Lágrimas 1