Rodaje de Tú estás loco, Briones, Javier Maqua, 1980
Marta Sanz.- Javier Maqua es biólogo, dramaturgo, periodista, novelista, guionista, realizador de televisión, hombre de radio, profesor eventual y director cine. ¿Algo más? ¿Tienen todas estas actividades algo en común?
Javier Maqua.- El azar y la necesidad, buena o mala suerte, no sé, la vida. De todas maneras, especializarse demasiado me parece una autoamputación del conocimiento. Escoger un solo camino de perfección no es lo mío. Todas las tentaciones del conocimiento me seducen. Nunca tuve vocación definida, salvo una curiosidad universal. ¿A eso le llaman diletantismo?
Pero un diletante es alguien que puede permitirse ese lujo de picaflor. Y, si yo pico en muchas flores, es también porque otros insectos defienden el polen, ponen reglas para libar, me siento incómodo y vuelo a otra flor o me expulsan. Y así, de flor en flor, hay muchas flores donde libar. Tengo una formación científica y jamás pensé convertirme en eso que llaman un “artista”.
De pequeño leía poca novela, solo ensayo, y no iba casi al cine, pero, en el colegio, un militar, Félix Martialay, dirigía un cineclub y empecé a interesarme por el cine y a escribir en Film Ideal, una revista católica. Había otra revista “enemiga”, Nuestro Cine, que al parecer era de izquierdas. Estudié ingeniería y, cuando ser ingeniero parecía inevitable, me largué a Biología. En el campus me sorprendió la ebullición política, los mejores alumnos —las mejores notas, los más vivos e inteligentes— estaban a menudo a la cabeza de las reivindicaciones. Me acerqué a ellos y fui, primero, bien acogido, y, luego, rechazado; demostraba demasiada ansiedad por saber, era sospechoso por lo menos de pequeño burgués. Así que iba a las asambleas y manifestaciones y leía a [Karl] Marx (lo primero, la Introducción a la filosofía del Derecho de [George William] Hegel, y naturalmente no entendí nada; pero como, en esto de aprender, soy recalcitrante, seguí leyéndolo y acabé admirándole, él me dio una visión del mundo), a [Paul Marlor] Sweezy, a [Claude] Lévi Strauss, a [Jean] Piaget, a [Michael] Foucault, a [Roland] Barthes, a [Arnold] Althuser, biología, estructuralismo, semiología, psicoanálisis. Y también empecé a leer novela y teatro, a [James] Joyce, a [Marcel] Proust, a [Bertolt] Brecht, a [Samuel] Beckett. Y a ver cine raro, de arte y ensayo, de vanguardia. Cuando estaba acabando la carrera, me admitieron en la Escuela de Cine y allí conocí al ser de mi vida, que entonces era actriz. Pero nos expulsaron ese mismo año a la casi totalidad de los alumnos de dirección, a consecuencia de una huelga. Así que terminé Biología y trabajé en la enseñanza, en el Maravillas. Al acabar el curso surgió la oportunidad de ir de auxiliar de dirección a la primera serie de TVE, hoy olvidada, Los paladines [1972], de [Juan] García Atienza, una de moros y cristianos.
Luego, Gloria [Berrocal] trabajaba en la compañía de Núria Espert en el montaje de Yerma y, para la gira, sustituyeron a los figurantes teloneros por actores consortes, los maridos de las actrices. Y me apunté. Hicimos la gira por Europa y Estados Unidos con un hijo de ocho meses. ¡Actué en La Fenice, en Berkeley! ¡Nos perdimos por el Bronx, por Hollywood!
Al volver a España comencé a escribir crítica de cine en el colectivo Marta Hernández, en Cambio 16 y otras revistas. Y el azar me llevó a Radio Nacional. No había oído mucha radio, pero aprendí pronto y me divertí de lo lindo. Sobre todo en Radio 3, jamás sentí mayor libertad de expresión, tiempos de UCD. Con el PSOE, se acabó lo que se daba.
Durante unas vacaciones —fui un irresponsable— hice mi primera película [Tú estás loco, Briones, Javier Maqua, 1980], un horror raro. Como consecuencia, pasé a TVE, a un programa, Vivir cada día, que iba a ensayar un género nuevo: el docudrama. Eso fue magnífico. Aprendí todo lo que sé de cine y en particular de dirección de actores (dirigiendo a no actores). Habría seguido toda mi vida haciendo encargos, docudramas, pero tuve problemas con la dirección, primero por uno, Su señoría [Javier Maqua, 1985]4, sobre un diputado socialista, y luego por otro de Avilés [El cadáver del tiempo. Los avilesinos de toda la vida, Javier Maqua, 1988]. Se organizó un cristo en Avilés, los socialistas locales protestaron y Pilar Miró, directora de RTVE, tuvo que ver el programa. Le gustó, no les hizo caso y, como premio, ordenó que hiciera una serie de ficción. Una paradoja: yo estaba muy contento haciendo docudramas. Me dieron unos guiones infectos sobre un libro flojo de Javier Reverte; reformé los guiones (que habían pagado dos veces, por error burocrático, a sus guionistas) e hice en un tiempo record la serie, Muerte a destiempo [Javier Maqua, 1990], cuatro capítulos de hora y media con actores viejos y nuevos, como Carmelo Gómez, Luis Merlo, Clara Sanchis… Me lo pasé bomba y no quedó nada mal, pero también tuve problemas con el productor ejecutivo y la pasaron de cualquier manera, pero Haro Tecglen la comentó estupendamente en su columna. Un periodista de El País me llamó un buen día a un hotel de Valencia y me dijo que a Reverte no le había gustado, y contesté que estaba en su derecho, que la gente leyera su libro y viera la serie y comparara; añadí que, no obstante, me había parecido fatal el horario en que la estaban emitiendo. Y, al parecer, al leer el periódico, Ramón Colom se puso histérico y me echó otra vez a RNE.
No acepté el traslado y, meses después, me enviaban un telegrama para que me personase ante el director de RNE. Lo hice, manifesté mi desacuerdo y exigí un puesto de trabajo, no estaba dispuesto a ir solo a fichar. No me lo dieron, y me mandaron la carta de despido. Un ex director general fue testigo de mi defensa, pero Comisiones se llamó andana; declararon despido improcedente, me pagaron una mierda y a la calle. Me lo dijo, para tranquilizarme, el señor director de RTVE: “Tú, Maqua, eres un artista”. Y se quedó tan ancho.
Pero tenía razón: en la prensa, en la televisión reina ya la obediencia ciega. Así a mí me hicieron artista a la fuerza, un artista del hambre decidido a no dejarse arañar la libertad de expresión. Ya había ganado algún premio de teatro y me habían estrenado La soledad del guardaespaldas en el Olimpia [bajo la dirección de Guillermo Heras, 1985], en Viena, en Buenos Aires, pero el caminito parecía cerrado, mis siguientes textos no lograba estrenarlos.
También había escrito y publicado ya algunas novelas, pero no pertenecía al cuerpo de los escritores (nunca pertenecí a cuerpo alguno, soy un desperteneciente). Sin embargo, de pronto, gané el premio Café Gijón y eso me puso en contacto con los cenáculos literarios y facilitó que Manuel Hidalgo me llamara para escribir en El Mundo, donde hice de todo —hasta editoriales—, disfruté otra vez como un enano y aprendí periodismo. Pero eso forzosamente tenía que acabar, porque ya se veía el camino de obediencia ciega que llevaba el periodismo y el giro que iba a dar El Mundo.
Así que otra vez me quedé sin trabajo, pero, se suponía que ya era novelista, mis novelas se publicaban sin éxito de ventas, pero con buenas críticas. Y probé de nuevo escribiendo y dirigiendo teatro.
De pronto, aparecieron unos muchachos vascos con afán de convertirse en productores y aceptaron hacer, en condiciones ínfimas y pactadas, una adaptación de mi obra [teatral] Coches abandonados. Así que hice Chevrolet [1997] a mis anchas (en condiciones increíbles, pero, a la vez, magníficas) y la película no estaba mal; la actriz, Isabel Ordaz, ganó la espiga o lo que fuera en Moscú y un Goya. Y, zas, otra vez director de cine. Pero tardé cinco años en hacer otra película, Carne de gallina [2002], en condiciones también menores, pero ya de película normal, industrial. La promocionaron y exhibieron con el culo, pero tuvo buenas críticas (en especial, una, brevísima, en Variety) y en Asturias se convirtió en un hito popular.
En fin, yo no pertenecía a ninguna de las cuadras dominantes, era díscolo, y la película, que podía haber sido un éxito de taquilla, también. Así que seguí escribiendo novela —nunca dejé de escribir— y publicando.
Como cada vez pagan menos anticipos, procuro ganar premios. Escribo para saber, para resistir y como me da la gana (pensando en un lector activo). Pensar y narrar. Podrán no publicarlo o no producirme películas, pero nadie me puede prohibir escribir. Mientras pueda escribir, seguiré sintiéndome vivo y disfrutando. ¿Es ésta la trayectoria de un diletante? Me parece que no. Es la vida.
"Entrevista a Javier Maqua"
por Marta Sanz
en Javier Maqua: más que un cineasta 1.
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