Robert Walser
Un par de niños que bajaban patinando alborozados en sus trineos de madera desde lo alto de la colina se encontraron con su cadáver en el campo cubierto de nieve. Era el día de Navidad de 1956. La luz cristalina de la mañana todavía se reflejaba en la nieve. Se dio aviso de inmediato a la policía de Herisau, localidad situada al este de Suiza. Al llegar, después de comprobar que estaba efectivamente muerto, sin apenas mover su cadáver, sacaron una serie de fotografías donde se mostraba un anciano con un largo abrigo negro y botas tirado en la nieve. En algunas de ellas se alcanza a ver sus ojos abiertos y su mandíbula desencajada en una extraña mueca, casi una sonrisa. En todas ellas, también aparecía su sombrero, a poca distancia, tirado sobre la nieve, como si se le acabara de escapar de las manos.
Aquel hombre muerto en la nieve era Robert Walser. (...)
En un pequeño poema suyo, tan banal en apariencia como todos los que escribió, deja constancia del tono difícil de precisar de [la] melancolía de la inocencia recobrada: “No desearía a nadie ser yo./ Solo yo soy capaz de soportarme a mí mismo. / Saber tanto, haber visto tanto y,/ decir nada acerca de nada.”
Aquel hombre muerto en la nieve era Robert Walser. (...)
En un pequeño poema suyo, tan banal en apariencia como todos los que escribió, deja constancia del tono difícil de precisar de [la] melancolía de la inocencia recobrada: “No desearía a nadie ser yo./ Solo yo soy capaz de soportarme a mí mismo. / Saber tanto, haber visto tanto y,/ decir nada acerca de nada.”
"El último paseo", Pablo Perera Velamazán
en La supervivencia. Herramientas mínimas
Revista Shangrila nº 25