PREFACIO A "PERSEVERANCIA"
Serge Toubiana
© P.O.L. Éditeur, 1994
Serge Daney
Como de costumbre, nuestro recorrido abordaba diferentes temas: las películas del momento, la situación de los Cahiers, el lanzamiento de su revista Trafic. Y luego, el estado de salud de Serge… Al pasar, mencionó el deseo de escribir un libro, que según él sería el último, cuyo título ya había elegido: Perseverancia. Debía ser un “verdadero” libro, pues los que había publicado hasta entonces eran recopilaciones de artículos.
Trafic nº 1
Me dijo que quería enfrentarse con el material de su propia vida de cinéfilo, para hacer, de ese material, su relato. Tenía perfectamente claro que ese libro comenzaría con la evocación del travelling de Kapo, en referencia al artículo que Jacques Rivette había escrito en junio de 1961 en los Cahiers du cinéma y en el que denunciaba la película de Gillo Pontecorvo.
Ese artículo había tenido un impacto considerable en Serge, que tenía entonces solo diecisiete años, provocando un shock estético y moral que decidiría su destino de futuro crítico de los Cahiers du cinéma. Durante los años ‘70 y ‘80, habíamos recordado juntos a menudo el artículo de Rivette, así como su famosa Carta sobre Rossellini (1), dos textos que contribuyeron a echar los cimientos del edificio crítico de una revista como los Cahiers.
1. “Lettre sur Rossellini”, Cahiers du cinéma, n° 46, abril de 1955 [trad. cast.: “Carta sobre Rossellini”, DE BAECQUE, Antoine (comp.), La política de los autores. Manifiestos de una generación de cinéfilos, Barcelona: Paidós, 2003].
1. “Lettre sur Rossellini”, Cahiers du cinéma, n° 46, abril de 1955 [trad. cast.: “Carta sobre Rossellini”, DE BAECQUE, Antoine (comp.), La política de los autores. Manifiestos de una generación de cinéfilos, Barcelona: Paidós, 2003].
Cahiers du cinéma, nº 46
Serge volvía sin cesar al tema, inscribiendo su derrotero intelectual en la filiación teórica de esos dos textos: los campos de concentración, la imposibilidad del cine de continuar contando historias “olvidando” Hiroshima, la ruptura del cine moderno, Rossellini y Godard… Este itinerario teórico me resultaba en parte oscuro; yo tenía entonces una conciencia bastante vaga, abstracta, de esa trayectoria y me contentaba con seguir a Daney en su pensamiento, confiando en él en lugar de manifestar mi real comprensión o mi real adhesión. Me faltaba un eslabón de la cadena: el que Serge develaría más tarde ante mis ojos…
En el curso de esa visita de fines de diciembre, como cada vez que pasaba a verlo en su casa de la calle Traversière, le pregunté a Serge cómo iba Perseverancia. Trafic ocupaba prácticamente todo su tiempo y le quitaba la poca energía que le quedaba. Era su actividad preferida. El resto del tiempo lo dedicaba a recibir a sus amigos y hablar con ellos. Pero yo veía su tristeza, e incluso su amargura, por no tener la fuerza suficiente para abocarse a ese libro.
Ese año 1991 terminó de manera extraña. Desde hacía unos meses, cierto malestar se había instalado entre nosotros, Serge estaba enojado conmigo a causa de un episodio que relataré en seguida. Por más que hubiera reconocido mi error, lo no dicho seguía pesando. Me sentía culpable, tenía que dar a Serge una prueba de mi amistad.
Al dejarlo ese día de fines de diciembre, decidí enviarle rápidamente una carta proponiéndole emprender juntos, en cuanto volviera de mi viaje, una larga entrevista grabada que le serviría de punto de partida para escribir su libro. También le sugerí que abandonáramos París, durante algunos días, para estar tranquilos.
A mi regreso, encontré una notita firmada S.D., fechada el 4 de noviembre de 1992: “Evidentemente, tu carta me conmueve mucho. La sospecha (egoísta) de que no estabas ‘de mi lado’ se sumaba a mi tristeza. Este libro de entrevistas es lo que hubiéramos debido hacer hace un año. Esta vez, la culpa es mía. Como siempre, me dispersé y estoy en un verdadero lío. Podemos intentar hacer de a dos este extraño proyecto (una cine-biografía). Más bien rápido”.
Serge Daney
Efectivamente, un año antes la culpa había sido mía. Serge se había enojado porque no había estado a su lado durante el “caso Berri”. Debo recordar, para quienes lo ignoran o lo han olvidado, que Claude Berri había demandado a Libération a causa de un artículo particularmente inspirado de Serge contra Uranus. Berri había obtenido un “derecho a réplica”, débil en el fondo y mediocre en la forma, que terminaba con un vulgar “Chau, gallina”. Era una primicia que un director obtuviera por vía legal un derecho a réplica ante un artículo no difamatorio. Serge se sintió profundamente herido porque esa respuesta fue publicada sin que ningún miembro de Libération, su diario, lo defendiera.
También estaba enojado con sus amigos, entre los cuales me encontraba. Tenía razón, no me había mostrado solidario, no lo había reconfortado. El clima era extraño, estábamos en plena Guerra del Golfo…
Luego aclaramos las cosas pero ese episodio dejó sus huellas. Serge no perdía ocasión de volver sobre el asunto, estaba en una etapa de su vida en la que hacía balances, con una extrema lucidez, sin indulgencia hacia sí mismo ni hacia los demás. Era así, y la única prueba de amistad hubiera sido estar a su lado.
Me había escrito: “Más bien rápido”. Era urgente de verdad.
A principios de febrero, Serge viajó a Marsella en compañía de Raymond Bellour, con motivo de un seminario sobre cine y una presentación en público de la revista Trafic.
Habíamos acordado encontrarnos cerca de Aix-en-Provence, en Eguilles, donde yo había reservado dos habitaciones en el hotel Belvédère, del viernes 7 al domingo 9 de febrero.
Fue allí donde se desarrollaron nuestras entrevistas. Nuestros cuartos eran contiguos. Yo iba al de Serge para hacerle preguntas y eso duraba tanto tiempo como fuera posible… A pesar de su cansancio, habló largas horas, sus ideas eran claras. Relataba su vida, la de un “hijo del cine” cuya cine-biografía estaba llegando a su fin. Era muy conmovedor ver a un amigo que, sabiéndose cerca de la muerte, hablaba con facilidad e inteligencia de su vida, de su infancia y de su trayectoria, sin ninguna palabra, ninguna expresión que dejara traslucir la más mínima queja, el más mínimo sentimiento de injusticia.
Yo, que lo conocía bien, aprendí en Eguilles cosas que ignoraba, cosas que él jamás había dicho. A nadie. No implican una confesión, o lo que banalmente podríamos considerar una forma de auto-análisis, sino que se inscriben más bien en la cinta de un guion personal, controlado y lógico. Con serenidad, Serge ordenaba las últimas piezas de un rompecabezas, el rompecabezas de su vida.
No comprendí verdaderamente la importancia para Serge del artículo de Rivette sobre Kapo, película que por otra parte confesaba no haber visto, hasta ese día de febrero de 1962 en el que, en el curso de nuestra larga entrevista que debía desembocar en este libro, me habló de su padre por primera vez, de esa figura para él desconocida y secreta. Aquel día, Serge recorrió ante mí su propia historia, su itinerario de niño nacido en 1944 (el año de Roma, ciudad abierta y del descubrimiento de los campos de concentración) y luego de adolescente y de joven que, a través del amor por el cine, iba a escribir su vida. Es decir, a confundirla con una cierta historia del cine. El “travelling de Kapo”, la “Carta sobre Rossellini”, su relación con los Cahiers du cinéma, la defensa de Straub y de Godard articulada en torno a una estética de la resistencia, el amor por las lenguas extranjeras, el gusto por los viajes, el culto de la amistad, su paso por Libération, el nacimiento de Trafic… De pronto, el elemento autobiográfico hacía eco al discurso teórico, dando a este último su verdadero alcance.
Kapo, Gillo Pontecorvo, 1960
Ese “eslabón faltante” iluminó finalmente para mí el itinerario de Serge. A pesar de haber sido amigos durante veinte años, de haber compartido muchos años, uno frente al otro, la misma oficina de Cahiers du cinéma, solo ese día lo comprendí, solo ese día lo conocí verdaderamente.
El regreso en avión de Marsella a París fue difícil. En el aeropuerto, Serge me dijo que ese era sin duda su último viaje, él, a quien le gustaba tanto viajar…
Serge quería ir rápido. Hice desgrabar las cintas lo más pronto posible, confiándoselas a Anne-Marie Faux, quien trabajó con inteligencia. Luego le entregué todo a Serge. Se prometió a sí mismo corregir esa primera versión. Ya no tenía fuerza suficiente para conducir Trafic y llevar a cabo esa tarea de reescritura. Cada vez que lo visitaba, le preguntaba discretamente cómo iba. “Avanzo, avanzo…”. Yo tenía dudas.
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Un día me dijo que había iniciado una primera reescritura, en su ordenador. No tuvo tiempo de terminar ese trabajo. Murió de sida el 12 de junio de 1992, cinco meses después de nuestras entrevistas en Eguilles.
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Dudé mucho antes de publicar este manuscrito, porque solo la primera parte de nuestra entrevista fue revisada por Serge Daney en su totalidad. Para los que conocen su escritura, eso es evidente: concisión, sentido del relato, un estilo inconfundible.
En cuanto a la segunda parte, la revisé yo mismo, intentando ser lo más fiel posible a sus declaraciones.
Me pareció evidente que su artículo sobre “el travelling de Kapo” debía abrir este libro, porque era la intención de Serge Daney que fuera el primer capítulo de su libro. Es el último texto que publicó en Trafic.
Agradecemos a P.O.L. Éditeur la autorización
para reproducir el Prefacio de Serge Toubiana
que da paso al libro Perseverancia,
de Serge Daney que hemos publicado.
para reproducir el Prefacio de Serge Toubiana
que da paso al libro Perseverancia,
de Serge Daney que hemos publicado.