Jud Süss-Auge y caída (Jud Süss - Film ohne Gewissen, Oskar Roehler, 2010
El director Oskar Roehler, en su razonablemente discutible Jud Süss-Auge y caída (Jud Süss - Film ohne Gewissen, 2010), intenta realizar una hagiografía del actor Ferdinand Marian, promesa de la UFA que se vio arrastrado al ostracismo tras protagonizar una de las más célebres películas antisemitas del régimen. Roehler, en el último tramo de la cinta, deseoso de mostrar el arrepentimiento de Marian, sitúa una hipotética proyección de El judío Süss (Jud Süss, Veit Harlan, 1940) durante la construcción de un campo de concentración. El choque de significantes en la introducción de la escena es, quizá, lo más interesante de toda la película.
La oscuridad de la historia del cine de Auschwitz nos obliga a andar a tientas, extendiendo las manos entre los pocos jirones que quedan en pie. Apenas hemos localizado cuatro fuentes en las que se haga referencia a su existencia y, aun así, en ellas se intuye siempre el latido de la culpa, un balbuceo inconfesable que emponzoñaría no solo el artefacto fílmico en sí mismo sino la mácula del historiador que, junto a los lagos de ceniza, de pronto mirara al sesgo intentando descifrar la presencia de un haz, de una secuencia escupida en el vacío.
El cartel que señala, literalmente, el camino hacia Ošwieçim –el pueblo en torno al cual se tejió todo el complejo de diferentes campos que conformaron Auschwitz– colisiona, mediante el corte de montaje, con el proyector de cine encendido y la pantalla sobre la que se proyecta El judío Süss. Se genera así una lectura que propone, literalmente, el cine propagandístico antisemita como una de las piedras que componen el camino que lleva al exterminio. (...)
La oscuridad de la historia del cine de Auschwitz nos obliga a andar a tientas, extendiendo las manos entre los pocos jirones que quedan en pie. Apenas hemos localizado cuatro fuentes en las que se haga referencia a su existencia y, aun así, en ellas se intuye siempre el latido de la culpa, un balbuceo inconfesable que emponzoñaría no solo el artefacto fílmico en sí mismo sino la mácula del historiador que, junto a los lagos de ceniza, de pronto mirara al sesgo intentando descifrar la presencia de un haz, de una secuencia escupida en el vacío.
Al margen de la Historia está la literatura y la especulación, extraña juntura que ha generado una traza de furia. Por ejemplo, la incomodidad del propio Lanzmann contestando con su Le rapport Karski (2010) a la osadía de Yannick Haenel, que intentó, ante el silencio de archivo disponible, reconstruir imaginariamente un tapiz burocrático de intrigas y sombras al margen de la propia biografía del aludido. La exigencia de verosimilitud histórica no puede parpadear en el espacio de la Gorgona y, sin embargo, queda la necesidad de un buen decir.
Así que comencemos por la Historia. Dos fuentes, al menos, avalan la existencia de proyecciones en el campo. Fabrice D´Almeida, en su desigual estudio sobre el ocio de los verdugos, nos habla en los siguientes términos:
Pero el cine fue siempre el espectáculo rey. El personal de los campos establecidos en territorio alemán había comenzado a ir al cine merced a un sistema de reembolso por parte de la Administración central, pero muy pronto se planteó la cuestión de equipar los centros de detención con medios de proyección audiovisual (…) La Administración de las SS, en efecto, compró para todos los campos materiales complejos que incluían proyectores para películas mudas y sonoras. También garantizaba el mantenimiento del material, para que estuviera siempre en buenas condiciones.
Recursos Inhumanos: Guardianes de campos de concentración 1933-1945, Fabrice D'Almeida
D´Almeida, sin embargo, duda de la existencia de un cine dentro del campo de exterminio de Auschwitz –es decir, no en las estancias anexas de las SS o en el propio pueblo de Ošwieçim. Su explicación es que “campos como Auschwitz o Madjanek, en los que las políticas de germanificación obligatoria favorecieron la reconversión de las antiguas salas de cine polacas, (…) se hallaban cerca de las grandes metrópolis”.
Espejos en Auschwitz
Aarón Rodríguez Serrano