EL PRESENTE EN EL PASADO.
EL LABORATORIO DE SALÓ O LOS 120 DÍAS DE SODOMA
EL LABORATORIO DE SALÓ O LOS 120 DÍAS DE SODOMA
Roberto Chiesi
Mi deber de escritor es el de fundar ex novo mi escritura: y esto no deliberadamente, sino más bien por una auténtica coacción a la que no puedo oponerme de ninguna manera. Aunque no lo hubiera decidido y querido, este escrito tenía por fuerza que ser –aunque quizás no léxica y formalmente– un juego nuevo: todo en él es,
de hecho, grave alegoría, casi medieval.
Pier Paolo Pasolini, Petróleo
El pasado es la dimensión temporal del último cine de Pier Paolo Pasolini, desde la película que abre la Trilogía de la vida, El Decamerón (Il Decameron, 1971), hasta la póstuma Saló o los 120 días de Sodoma (Salò o le 120 giornate di Sodoma, 1975) –con la única excepción del largometraje “militante” realizado en colaboración con Lotta Continua, 12 dicembre (1972). Las películas de la Trilogía de la vida se desarrollan en un Medievo parcialmente reinventado y, a la luz de aquel pasado, Pasolini reinventa las páginas de Giovanni Boccaccio, de Geoffrey Chaucer (Los cuentos de Canterbury, I racconti di Canterbury, 1972) y de la fabulística árabe (Las mil y una noches, Il fiore delle mille e una notte, 1974), evocando un mundo popular y una geografía particularmente amados (sobre todo la Nápoles y alrededores de El Decamerón y el Oriente y el Tercer Mundo de Las mil y una noches, mientras que la Inglaterra de Los cuentos de Canterbury le suscitaba poca empatía).
Es una visión retrospectiva de la Humanidad que privilegia la corporalidad, no solo de los actores que dan vida a la ficción de los relatos, sino también de los lugares –los ambientes reconstruidos por el escenógrafo Dante Ferretti o encontrados tras una búsqueda detallada de interiores y exteriores reales que hubieran mantenido su antigua fisonomía a través de los siglos –y los objetos–, los vestidos de Danilo Donati y los accesorios escenográficos construidos por el equipo de Ferretti– para evocar concretamente el carácter físico de un mundo en el que cada cosa era el resultado de una labor artesanal individual y manual. Era el mundo al que Pasolini reivindicaba pertenecer, como escribe en el tratadito pedagógico inacabado Gennariello:
Quizás pudiera tener la fuerza suficiente para olvidar lo que me han enseñado con palabras. Pero no podré olvidar nunca lo que me han enseñado con las cosas. Y aquí, en el ámbito del lenguaje de las cosas, hay un abismo que nos separa: o sea, uno de los más profundos saltos generacionales que recuerde la historia. Lo que me han enseñado las cosas con su lenguaje es absolutamente distinto de lo que las cosas con su lenguaje te han enseñado a ti. Sin embargo, el lenguaje de las cosas no ha cambiado: lo que ha cambiado son las cosas mismas. Y han cambiado de un modo radical (...)
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