Charles Chaplin y Edgar Neville en una escena descartada de Luces de la ciudad, 1931
BIOGRAFÍA DE EDGAR NEVILLE*
Bartleby fue uno de esos seres de los que
nada puede asegurarse, como no sea
consultando las fuentes originales, que
en su caso son muy reducidas
Herman Melville, Bartleby, el escribiente
La biografía de Edgar Neville (1899-1967) presenta curiosas coincidencias con el protagonista del relato Bartleby, el escribiente, de Herman Melville. Como Bartleby, Neville no destacó por ser un funcionario ejemplar, más bien todo lo contrario. Y de igual modo, la biografía del cineasta madrileño presenta ciertos puntos oscuros, ciertos enigmas que no pueden disiparse sino acudiendo a las fuentes originales. Aunque en su caso, no son tan escasas como en un primer momento pudiera parecer.
Porque incluso en la etapa quizás menos conocida de su trayectoria vital, su juventud y los años previos al inicio de su producción como escritor y cineasta, fue dejando el madrileño diversas señales, numerosos rastros, que permiten reconstruir su biografía y calibrar las diversas influencias que marcaron su crecimiento personal y que motivaron su inclinación por esas actividades.
Para empezar, conviene precisar que Neville era hijo de su tiempo. Nacido en ese singular período de entresiglos, en un momento en el que ser noble aún significaba algo, el madrileño disfrutaba de los beneficios de un “rancio abolengo”, incluyendo una sólida educación. Pero además, de su hasta ahora ignoto padre inglés heredaría una posición económica desahogada, que le permitiría dedicarse a esas actividades creativas. Y es que el padre del futuro cineasta no era, cómo el propio Neville afirmaría ya en el ocaso de su vida, en concreto en una serie de entrevistas concedidas a Marino Gómez Santos y publicadas en el diario Pueblo en 1962, un simple “ingeniero inglés que que vino a Madrid a finales del siglo pasado y que aquí comenzó a trabajar en cuestiones eléctricas con los motores Crosley, que era una de sus representaciones”. En realidad, tal y como se verá a continuación, el padre de Neville era el heredero de un lucrativo emporio comercial.
Conviene, pues, alejarse de ese camino de baldosas amarillas marcado por el propio Neville para poder reconstruir de manera fidedigna y adecuada su biografía, pero sin perder de vista, en todo caso, los testimonios que el madrileño fue dejando, respecto a esos años, a lo largo de su vida. Porque si bien Neville no contaba toda la verdad, o la contaba a su manera, sí que dejó clara, tanto en esos testimonios como en su propia obra, una singular querencia por aquellos tiempos de la Restauración borbónica. Una Belle Époque a la que el madrileño siempre querría retornar.
Además, esa condición de “madrileño” del cineasta resulta capital en su formación. Porque el crecimiento de Neville se produjo en paralelo al de la ciudad que le vio nacer. Un fenómeno del que fue testigo directo y que marcó su evolución como creador y su propio carácter.
Pero si esa necesidad de acudir a las fuentes originales resulta crucial en la juventud de Neville, no es menos perentoria al analizar el resto de su trayectoria vital, especialmente dos momentos muy concretos: su doble estancia en Hollywood entre 1928 y 1931, una etapa absolutamente decisiva para analizar su estilo como cineasta y cuyo estudio se ha reducido por norma general, y siguiendo nuevamente la pauta marcada por el madrileño, a una recopilación de postales y anécdotas de sus amistades en California; y sus controvertidas actuaciones durante la Guerra Civil, un terreno que sólo de unos años a esta parte ha comenzado a ser adecuadamente desbrozado.
*Se han suprimido en la publicación on-line de la Introducción las notas que sí aparecen a pie de página del libro.