Botonera

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4.12.14

XIII. "JEAN-PIERRE MELVILLE. CRÓNICAS DE UN SAMURÁI", José Francisco Montero, Trayectos libros 2, Santander: Shangrila Textos Aparte, 2014.




Círculo rojo, Jean-Pierre Melville, 1970



Acaso uno de los rasgos más característicos de nuestra época resida en el sentimiento de ahogo, en la asunción de la imposibilidad de cualquier huida; un sentimiento de enclaustramiento cada vez más interiorizado y por tanto cada vez más torturante. Las películas realizadas por Melville, como ocurre de forma tan intensa en pocos cineastas, supondrán diversas variaciones sobre este asunto.

Y es que una de las constantes más pertinaces de la obra de Melville la hallamos en el hecho de que el arranque de muchas de sus películas se encuentra en la liberación —con mucha frecuencia, literal— de sus protagonistas, para acabar al final del relato de nuevo apresados, después de un cerco paulatinamente asfixiante. Para concluir que no hay escapatoria posible.

Paralelamente, el origen primero, el de su más estricta materialidad, de las ficciones melvillianas parte de una similar situación de enclaustramiento creativo por parte de su autor —que, no en vano, se definía como "claustrofílico”—, un director que tenía la costumbre, como explica gráficamente y con soterrado sentido del humor en el documental Jean-Pierre Melville: portrait en neuf poses, de encerrarse en su despacho, durante la escritura del guion, protegido incluso de la luz del sol por contraventanas, aislado por completo del exterior.

En el ámbito del polar —sobre todo en los años 70, como por otro lado ocurre también, por ejemplo, en el thriller norteamericano— no serán pocas las películas que sigan también esta línea, sobre todo durante los años 70. Un camino que conduce con frecuencia hacia resonancias claramente hitchcockianas e incluso kafkianas. Probablemente las dos más destacadas de esta corriente del polar sean El silencioso (Le silencieux, 1973), dirigida por Claude Pinoteau —asistente de Melville en Les enfants terribles—, y Una mariposa en la espalda (Un Papillon Sur L’épaule, Jacques Deray, 1978), ambas interpretadas por Lino Ventura. En ellas se plasma un universo angustioso, sin salida, en que la huida es imposible, en el que unas fuerzas misteriosas u omnipotentes gobiernan el mundo y dejan a sus respectivos protagonistas absolutamente indefensos ante ellas. Sin embargo, la principal diferencia entre estas películas y las de Melville, respecto a lo que estamos tratando, radica en que en estas últimas el acoso y la huida discurren en paralelo a la persecución de un objetivo por parte de sus protagonistas —ya sea la rehabilitación de su honor, el cumplimiento de un código de conducta llevado hasta la muerte,…—, mientras en las películas de Deray y Pinoteau el único propósito es la huida —en el caso del filme de Deray, sin saber siquiera de qué se huye ni por qué—, la supervivencia en un mundo rayano con el absurdo: lo cierto es que en estos filmes se lleva aún más lejos, al menos en este aspecto, la tendencia a la abstracción del cine melvilliano.

Pues algo antes que estas películas, aunque de forma más discreta, las últimas obras de Melville suponen una elocuente plasmación de este sentimiento de claustrofobia, de angustia indefinida e invencible. Así, de forma paralela a la dinámica de profundo ensimismamiento que experimenta a lo largo de los años la carrera de Melville, sus criaturas viven un progresivo proceso de enclaustramiento, de íntimo aislamiento del mundo, una característica que no obstante encontramos desde el inicio mismo de su trayectoria creativa pero que se irá intensificando y adquiriendo con el tiempo perfiles muy notorios y significativos (...)


"Motivos y modulaciones", Fragmento de 
Jean-Pierre Melville. Crónicas de un samurái