REALIDAD SIN FICCIÓN.
EL HOMBRE SIN NOMBRE
EL HOMBRE SIN NOMBRE
El hombre sin nombre, Wang Bing, 2006
La necesaria deshumanización del cine
Cuando en los años ‘80 del siglo pasado se diagnosticó la muerte del cine (sentimental), la huida hacia adelante fue la puesta en marcha de otro cine (intelectual). También en la crítica y los libros sobre cine. El proceso era mucho más complejo y afectaba el conjunto de la cultura. Pero de modo inmediato la deshumanización se entendía aquí como el fin del cine de autor y, al menos, de un tipo de espectador. No se vislumbraba que también se estaba procediendo a una metamorfosis de lo que se entendía como “obra”. Puestos a buscar culpables, críticos, directores y espectadores señalaban a los nuevos medios, la televisión, el consumo, lo digital en el horizonte: in celluloid we trust, hacía profesión de fe un Herzog que luego se serviría de todo ello desde el reverso del dólar. En realidad, todo este proceso formaba parte de algo más amplio que llega hasta ahora y consiste en el paso del director-artista al director-trabajador y del espectador al coautor-trabajador. Esto último es el marco de la propuesta de este ensayo.
Hasta entonces los directores reclamaban la relación directa y emocional con sus espectadores sin advertir, al parecer, que su consagración dependía de la crítica. Los nuevos medios deshumanizaron (afortunadamente) el cine al permitir otros experimentos no basados exclusivamente en la proyección sentimental, ni tampoco en la antinomia, tan querida para los directores y tan falsa, entre concepto y sentimiento. Ha habido varios factores, pero especialmente uno, que han propiciado el cambio en el que las nuevas tecnologías se han convertido de instrumentos de fantasías de deshumanización (transhumanismo, poshumanismo) en un elemento decisivo de humanización en el cine.
La consolidación de lo digital a comienzos del S. XXI como una herramienta corriente, una tecnología invisible, ha permitido en el cine unas nuevas humanidades icónicas, un nuevo realismo, tan lejos de lo virtual como del neorrealismo. De ello se ha beneficiado especialmente ese género que emerge poderosamente desde la crisis de un determinado tipo de cine: el documental. No es una alternativa, sino una nueva posibilidad. Una de sus características es precisamente la síntesis y se mueve mal en antagonismos dualistas como los de concepto o emoción, realidad o ficción. Por ello, encontramos en su análisis una complejidad desconocida en el cine, pues es un crisol de viejas teorías y el intento de dar respuesta a esas nuevas prácticas.
El desajuste entre las nuevas prácticas y las teorías se pone de manifiesto cuando se leen (...)