INTRODUCCIÓN
Ricardo Adalia Martín
distancia.
(Del lat. distantĭa)
1. f. Espacio o intervalo de lugar o de tiempo que media entre dos cosas o sucesos.
2. f. Diferencia, desemejanza notable entre unas cosas y otras.
3. f. Alejamiento, desvío, desafecto entre personas.
En el libro cuyo título inspiró este monográfico, Jacques Rancière afirma que su relación con el cine viene dada por un juego de encuentros y distancias con los recuerdos que posee de las películas que le marcaron profundamente. Clasifica esas distancias, que podrían resumir la forma con la que ha intentado hablar sobre cine, en tres categorías: la distancia entre el cine y el arte, entre el cine y la política, entre el cine y la teoría.
No pretendemos seguir aquí los pasos del pensador francés, sino basarnos en su tipología para construir un armazón sobre el que intentaremos plantear una serie de preguntas abiertas acerca de la ubicación actual del cine, la cinefilia, la teoría del cine y las relaciones entre el cine y estas dos últimas. Preguntas que no podrán encontrar respuesta, pero que ofrecerán una serie de coordenadas sobre las que orientarse en un tiempo y mundo líquido, rizomático y tan disperso como el nuestro.
El cine, en su expresión más abstracta, podría encontrarse en las intersecciones entre esas distancias, a la que deberíamos añadir una más: ¿Cuál es la distancia que el cine mantiene con el propio cine? ¿Cuál es la distancia que separa al cine de sí mismo una vez que tanto espectadores como creadores tienen conciencia de lo que ha puesto en la realidad y las distancias entre cada uno de los poliedros que la forman?
¿Dónde está el cine?, en definitiva, porque esta es la gran pregunta que envuelve a este arte cuestionado constantemente desde que se inaugurara el S. XXI: la tecnología digital abarató los costes de producción haciendo que casi cualquier persona pudiera rodar, montar y presentar su trabajo en un festival. Paralelamente, consiguió que la experiencia ligada irremediablemente a una sala de cine pudiera darse en cualquier lugar y momento. Sin duda, el cine mutaba para ser un arte muy diferente al que habían conocido todos nuestros antepasados. Al perder su espacio “sagrado”, al diluirse los códigos que habían regulado su producción y distribución, asumió y se instaló en una especie de culpabilidad permanente que pareciera tener que redimir de manera perpetua.
El cine, como concepto, vive instalado en una tensión constante entre los espacios y los rituales que conserva y las “maneras” en las que ha conseguido permear las manifestaciones culturales y artísticas que lo rodean. Por una parte quedan las salas, los estrenos de cada viernes, la gente que todavía paga una entrada, los críticos y analistas que continúan hablando de cine de la misma manera que hace cincuenta años. Por otra, las formas de narrar que han sido acogidas y desarrolladas por el cómic o los videojuegos, el movimiento de la cámara que se puede apreciar en las rutinas de los cuerpos o la manera en la que las formas “tradicionales” de montaje ya están al alcance de cualquier dedo delante de la pantalla de un smartphone. El cine ya no es cine. De la misma manera que el arte no es arte, la política no es política y la cinefilia no es cinefilia. Cada palabra ya solo evoca la memoria de lo que fue, para crear una nueva distancia en su seno.
Para nuestra empresa partimos de una sola premisa: tomar el cine como punto de referencia desde el que comenzar a medir, porque en un tiempo fue el medio más importante para producir, organizar y distribuir el tránsito de imágenes e imaginarios posibles. El cine es el cero de este ejercicio de medición que comienza a partir de aquí.